DE PROTESTAS, BIBLIOTECAS Y CAFÉS

Por OSCAR M. PRIETO. Lo cierto es que estamos llegando a un punto en el que la gente protesta por todo. Barra libre de protestas. Y claro, mientras se protesta ni se piensa ni se hace. Y así, me temo, no se arreglan las cosas.

.- ¡Protesto!

.- Denegada.

Un grupo de padres protesta por el cierre de la biblioteca del distrito, llevando a sus hijos a estudiar a una cafetería (más o menos este es el titular, que al final es lo que se busca).

Vayamos por partes.

.- Hagan pasar a las bibliotecas, por favor.

A lo largo de 16 cursos cursados en la universidad, he logrado hacerme una idea bastante aproximada de la reCajaalidad y naturaleza de las bibliotecas. Son unos lugares estupendos para distraerse y no estudiar. A mí, personalmente, me encantaban y lo siguen haciendo, porque tengo una decidida vocación por las mujeres (siempre he tenido claro que son la única chispa de divinidad que quedó olvidada en este planeta nuestro), y las bibliotecas son lugares propicios para contemplarlas sin correr excesivos riesgos. Una especie de Serengueti sin África.

Recuerdo que yo me dedicaba a poner en práctica los sabios consejos que Kierkegard legó a la posteridad en su “Diario de un seductor” (En deuda estoy con Faimino y Cansado, fueron ellos quienes me descubrieron a este pensador: “¡Qué va, qué va, qué va! ¡Yo leo a Kierkegard!). Los intentos se contaban por fracasos, pero era mucho más divertido que estudiar. Para estudiar era más provechoso encerrarme en la habitación sin distracciones.

Por lo que se refiere a las cafeterías, tengo que decir al respecto que sí se me ocurre una objeción: mejor lleven a sus hijos a un café. Las cafeterías son a los cafés, lo que el chocolate con leche al cacao puro: un sucedáneo.

Contaba Umbral, hablando sobre Valle-Inclán, la importancia que los cafés habían tenido en la biografía de Don Ramón María, en su vida y en su obra también. Decía que el español no puede hablar en la oficina y en casa no le dejan, pero claro, ese señor no puede irse a la cama sin contarle a nadie todas las ideas que bullen en su cabeza ¿Qué hacer entonces? Pues se baja al café. Porque en el café se opina, se discute, se apuesta y, finalmente, se arregla el mundo, cada tarde, en cada tertulia.

Así que menos protestas y más cafés.

Por mí, como si cierran todas las bibliotecas o, aún mejor, como si las queman. Igual que quemó la de Alejandría el Califa Omar.

¡Qué gesto!

Con un par.

Salud.

Oscar M. Prieto

 

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