Confesiones de un editor de papel en la era digital

 

 
 
El editor, más allá de la labor técnica que plantea la edición de un libro, desarrolla un cometido social. Es, ante todo, responsable de atender corrientes culturales, busca autores y obras, recibe manuscritos y los repasa, selecciona obras, las prepara, las pública, procura su distribución y difusión adecuadas… Son en definitiva aspectos de una misma ocupación: la de valorar, desechar, elegir y postular. Podría decirse por tanto que el editor es, ante todo, el primer crítico. 
 
Sin embargo, en este momento de emergencia del libro electrónico y de otros soportes digitales que nos ofrecen nuevas plataformas para la lectura y para la difusión de la escritura, es obligado plantearnos, también, cuál es el papel del editor tradicional. Nadie tiene una respuesta segura a esta pregunta porque el futuro, aunque está ya frente a nosotros, no es predecible. Pero si hay una evidencia es que tras más de cinco siglos de relativa estabilidad, la constante ahora son los nuevos desafíos que plantea el iPad, el Kindle o la blogosfera en Internet, medios en los que no solo se han sustituido las herramientas y los procesos en el ámbito de la edición, sino también las mentalidades. 
 
El libro sigue, mientras tanto, afianzando su sitio en el mundo virtual. Habrá que ver qué alcance tiene esta forma de publicar. La explosión del conocimiento que auguran los nuevos medios de la era digital supondrá más autores, más obras, más lectores, además de formas más expeditas y masivas de comunicación del saber. Lo que no han traído consigo, probablemente, es una capacidad mayor de asimilación. En esta circunstancia, la función del editor —de valorar y clasificar obras— parece por tanto más vigente que nunca. 
 
Uno de ellos es Jacobo Siruela. Lector, editor y aristócrata, fundó Siruela a los 26 años, la editorial que marcó tendencia en el mercado del libro, lanzando al mundo ejemplares bellísimos en forma y contenido: ediciones de textos antiguos, casi desconocidos, impresos en magnífico papel, con cuidadas portadas y detalles interiores hermosos y delicados. Desde entonces no ha descansado en su labor para ofrecer buena literatura y recuperar la felicidad de editar. Un trabajo que continúa ahora en la editorial Atalanta. Guiado por el deseo constante de redescubrir el placer por la lectura, la verdadera belleza de la vida, y frente al deseo de ventas masivas, Jacobo Siruela sigue un camino alternativo más cautivador con el fin de revalorizar el arte de las ediciones, prestando especial importancia a cada obra con el objetivo de construir un catálogo artesanal y laberíntico, anclado en la memoria literaria, aunque ello signifique salvar aquello que la vida moderna se empecina en estropear, el trabajo editorial. 
 
Si la radio no terminó con los periódicos, ni la televisión con la radio, lo ideal es buscar un panorama pluralista, donde todo sirva y donde se saque lo mejor de cada herramienta para enriquecer nuestras sociedades. Para conseguirlo, afirma, uno de los secretos será saber utilizar las nuevas tecnologías y fusionarlas en el trabajo como editores. Pero esta labor no reside en captar nuevos nombres que sean posibles de generar grandes ventas, sino encontrar artistas perdidos y darlos a conocer, autores de libros innovadores y auténticos capaces de ofrecer algo interesante a los lectores. Solo así se logra encontrar títulos que realmente marquen una diferencia. 
 
Los interesados en saber dónde se encuentra esa diferencia podrán descubrirlo el próximo miércoles, 10 de abril, a las 19,30 horas, el Salón de Actos del Edificio Hucha. La Fundación Caja Castellón abre sus puertas para acoger en el ciclo “Condición Literal” a Jacobo Siruela que nos ofrece una oportunidad indiscutible para contagiarnos su amor por los libros.
 
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