EL TORTURADOR

terrorPor JUAN CARLOS VICENTE. En la sala de ordenadores de la prisión tiene acceso a la prensa. No hay muchas más opciones, la mayoría de las páginas están bajo candado, así como el correo electrónico. Busca su nombre en las noticias, algún reflejo que dude de lo que sucedió y de su culpabilidad sentenciada.

Se acerca a la mesa de registro y da su nombre y su número de identificación y vuelve a la celda por los pasillos que respiran ruidos metálicos e insultos. Sigue la tubería roja anti-incendios que cuelga del techo con presillas galvanizadas. Tiene que centrarse en esos pequeños detalles, en su contundencia sobre la pesadilla del encierro.

Bowie está tumbado, dos noches antes tuvo una hemorragia, vomitó sangre y lo llevaron a la enfermería. Ahora está allí, en la litera hecho un ovillo que tiembla ligeramente. Aún hay rastros de sangre en su camisa y pantalones.

El preso del final del pasillo está cantando. Hace dos años que violó a su hija, tiene una voz quebrada preciosa. Es una canción de amor a la muerte, una elegía que surge desnuda desde su garganta.

Bowie gime durante un rato, luego hace un ruidito que se para en seco.

Los muros de hormigón, la tubería, los respiraderos del aire. La ventana enrejada a tres metros del suelo en la sala de ordenadores.

Violó a su hija, la sodomizó durante seis horas y luego la arrojó a un contenedor de la basura. En el juicio dijo no acordarse de nada. Una semana después encontraron las cintas de la videocámara. Canta a la muerte, a la dama dormida.

Mira sus manos y observa sus uñas largas y sucias. Cómo puede nadie pensar que él hizo nada de eso.

Bowie permanece en silencio, un hilillo de saliva y sangre resbala por su mejilla. No respira.

La tubería, la ventana enrejada, las uñas sucias que corta con los dientes. Le obsesiona la idea del torturador. Trata de pasar desapercibido ante sus ojos, hacerse invisible, convertirse en un objeto más. El futuro y el pasado se impregnan sobre la piel, chorrean en cada pasillo y en cada celda como algo único. Quién le salvará, quién evitará que el torturador le eduque.

Bowie no respira. Se acerca a la reja y grita con fuerzas.

Tenía cuatro años.

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