DE INCENDIOS REGALOS, DE FRAGMENTOS, DE GRIEGOS, DE VIAJES Y DE UNA CANCIÓN (III)

Por OSCAR M. PRIETO. Caía ya la noche, una cálida noche de verano, cuando regresaba con Tomás, después de un día feliz pescando cangrejos. Al incorporarnos a la carretera general me llamaron la atención –de ese modo tan sutil en el que las cosas llaman la atención cuando el cuerpo está cansado- las dos señales que indicaban, con sentidos contrarios, la dirección de La Coruña y la de Madrid. Por un instante sentí como si el mundo se agrandara bajo mis pies, allí mismo, dentro del coche. Recuerdo que le dije a Tomás que, si a la salida del pueblo tuviéramos señales como estas, desde pequeños ya sabríamos que el mundo es mucho más grande de lo que creemos. Y eso es bueno.

Viajar es algo bueno en sí, independientemente del motivo, porque nos libera de las anteojeras de burro y amplía nuestro horizonte, no sólo el geográfico sino el mental. Los griegos fueron unos grandes viajeros y algunos de estos viajes nos los legaron en forma de palabras, fermentando desde entonces la imaginación del mundo occidental con estos relatos: el viaje de regreso de Ulises de la Guerra de Troya a su querida Ítaca, La Odisea, o el de Jasón y sus compañeros los Argonautas en busca del Vellocino de Oro o los que tuvo que realizar el esforzado Hércules para realizar los trabajos que le encargaba Euristeo.

Por desgracia (así lo siento yo), hoy en día ya no se leen estos libros y de polvos como este vienen los lodos en los que estamos enfangados hasta el cuello. Don Gregorio, el mejor profesor que he tenido en mi vida, consciente de que muchos de sus alumnos no leerían nunca La Odisea y como él se la supiera de memoria, dedicaba las dos semanas de clase a contárnosla con pelos y señales. Quizás esas clases nos salvaron a algunos (si es que es posible salvarse).

Los viajes tienen un componente mítico y de iniciación. El héroe debe realizar el viaje, enfrentarse a los peligros, superar las pruebas y acertijos y luego regresar. Para algunas culturas el viaje marca el paso de la infancia a la madurez y la plena inclusión en la sociedad. Pero no es necesario que nos remontemos tanto. De cada viaje que realizamos, aunque regresemos al mismo sitio del que partimos, si hemos viajado bien, si hemos sido de verdad viajeros, nunca regresa el mismo que partió.

Los paisajes, los acentos, el trazado de las ciudades y sus edificios, los platos y costumbres, y sobre todo, el conocimiento y el  trato con las personas que allí viven, es decir, todo aquello que supone y completa un viaje, transforma y cambia al viajero que, si no es más sabio al regresar, sin duda será mucho más comprensivo. Creo que era Unamuno quien decía que los nacionalismos se curan viajando.

¡Pues venga, todos a viajar!

Salud

Oscar M. Prieto

Ps: El último viaje que he realizado creo que ha modificado hasta mi estructura molecular. De camino de regreso, al volante y con la atención distraída, el selector azaroso del equipo de música eligió esta canción: Under pressure. Fue uno de esos momentos en los que uno logra sintonizar con las antenas que emiten la señal de la vida a lo largo y ancho  del universo.

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