La crítica literaria como informe policial

 

Por Iago Fernández

@IagoFrnndz

 

Nace con una declaración de Roberto Bolaño, que a lo mejor no escuché de sus propios labios, pero citó alguno de sus amigos en un vídeo documental. Decía que a él le hubiera gustado ser detective privado y volver, solo y de noche, al lugar del crimen, fumar un cigarrillo, analizar los detalles del caso y reconstruirlo una vez en casa. También decía, riendo, que una vida semejante suponía fácilmente la locura, pero que se arreglaba con un disparo en la boca. Que un asesino, sin embargo, vive sólo para satisfacer su ansia y no la deshace ni a balazos, por mucho que le pese y su destino inevitable sea el del ajusticiamiento. 

     Entiendo que la nostalgia de Bolaño por trabajar como detective le supone su condición de asesino (aka ESCRITOR) y que al menos ejecutó tres crímenes casi perfectos: Estrella distante, 2666 y los detectives salvajes. La perfección de estos crímenes queda medida por la proliferación de detectives (aka los CRÍTICOS, ESTUDIOSOS y OPINADORES aficionados) que intentan resolverlos pero jamás comprenden totalmente. Un móvil no está claro, es incierta la hora del acontecimiento, ningún testigo se pone de acuerdo, y de la vida real del asesino tampoco saben más que mentiras o medias verdades. Sólo pueden conjeturar un esbozo del suceso que pase por cierto y explique a sus clientes (aka LOS LECTORES) qué ocurrió en el lugar del crimen (aka ESPACIO DE LECTURA). Propongo adaptar esta jerarquía si se quiere contemplar el hecho literario: lo más importante, en primer lugar está el asesino y luego los detectives, que trabajan para los lectores y a la sombra del asesino, pero nunca para satisfacción de sus propios intereses (tienen un cometido claro y es la entrega del INFORME).

imagesCAS2NCCQEn este artículo no hablaré como asesino, porque no he, no estoy cometiendo ningún crimen, tampoco como lector, obviamente, porque redacto algo para ustedes. Pero intentaré poner por escrito los fundamentos de un informe detectivesco, un algo indignado, un algo escandalizado por los rumbos que actualmente sigue la profesión (ayer mismo leí una reseña positiva de La verdad sobre el caso Harry Quebert y eso, sencillamente, NO PUEDE OCURRIR). En primer lugar diré que un detective ha de ser invisible, apenas una tira de muselina entre los crímenes y los ojos del cliente. Lo cual quiere decir que tiene por deber centrarse en la resolución del caso, pero no subordinar su resolución a motivos políticos, pecuniarios, a la mera opinión (aka GUSTO, que siempre ha sido fraudulento) o a cualquier otro patrón de índole extra criminal (aka EXTRA ESTÉTICO). Determinar cuando se da un informe por concluido bajo estos términos es algo un tanto más complejo que requiere sobre todo, recrear el asesinato en sí mismo, el ensañamiento que precede a la defunción (los móviles aka LAS RELACIONES DEL LIBRO CON EL AUTOR son pasto de la morbidez psicoanalítica y no cosa nuestra. El asesino siempre deja su huella deliberadamente, en este caso, un nombre en la cubierta del libro, y no precisamos más.)

     Ahora bien, si de recrear el asesinato se trata, conviene cerrar con tiza la huella del cadáver y enumerar los casquillos extraviados. En cuanto al cadáver, la sangre de la página siempre corresponde a UNA REALIDAD; sí, yo diría que un libro es eso, la muestra sangrante de una realidad defenestrada. Pero hemos de aclarar su naturaleza tal y como la entendemos, que una realidad sería lo impuesto por costumbre y que aceptamos de manera inercial, aquella capa de conciencia que reprime nuestro poder individual cognitivo. Nadie sabría identificar cuáles son las dimensiones y dominios plenos de una realidad, pero todos los detectives intuyen su cierta equivalencia con los límites del yo (aka UN EXTRACTO DE LA SUBJETIVIDAD HUMANA), macizo y supuestamente indivisible, como un tapón. “Tú eres…”; he ahí el rostro deíctico de las realidades, la refracción de la conciencia con que nos comprendemos singulares y nos cercenamos en idéntica medida. Luego el ensañamiento, el acontecimiento criminal, lo definirán a la perfección las palabras que un legendario asesino lleva por bandera: “Yo no soy Enrique Vila-Matas, Enrique Vila-Matas es sólo una escritura”. Es decir, que Enrique Vila-Matas es sólo un índice de las infinitas posibilidades cognitivas que suscita la implosión del yo (aka LAS VIRTUALIDADES PROPIAS DE LA SUBJETIVIDAD HUMANA), en potenciar ese aspecto consiste asesinar y eso mismo es lo que ha de recrear un informe.

 

FIN DEL PRIMER INFORME.

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