Peregrinos posmodernos

Por MIGUEL ÁNGEL MONTANARO. Vivo en una villa medieval que es un lugar de paso obligado para los miles de peregrinos que cada año recorren la Ruta Jacobea por el llamado “Camino Francés”.
Una localidad blasonada con escudos de armas en sus vetustas casonas y conocida por su puente románico, bajo el cual, discurre indiferente el Arga.
Aquí, las piedras de las iglesias son antiguas y húmedas y los Cristos que las habitan, se durmieron sobre sus cruces mucho antes de que las carabelas llegasen al Nuevo Mundo.
Tenemos una ermita con su ermitaño y un pobre, pluriempleado, que recorre las cuatro iglesias sin pedir limosna, pero que siempre está ahí. Sonriente.
También tenemos peregrinos todo el año, o lo que quiera que sean esos turistas de diseño, que nos preguntan por lugares del pueblo que se ven a simple vista lanzando la mirada de punta a punta por la calle Mayor.
Vienen peregrinos de todo el mundo y menos con los franceses –que exigen que todos aprendamos francés–, solemos hablar con ellos por señas, ya que a nadie en el pueblo –estando sobrio–, se le ocurre chapurrear en público su inglés hispánico, si no quiere que le saquen coplas o que le adjudiquen alguno de los motes vacantes en el pueblo, por ejemplo, el Sespir.
Al igual que en otras villas de la Ruta Jacobea, aquí han florecido los negocios que se nutren de las divisas ambulantes de estos modernos penitentes de marcado neopijicismo de prét à porter.
De hecho, en las últimas semanas, en mi calle, ha abierto un local con maquinas expendedoras que funcionan las veinticuatros horas del día, donde por unas monedas, los caminantes pueden adquirir desde refrescos y café, a parches para los pinchazos de sus bicicletas o condones, pues parece ser que las agotadoras jornadas de camino no son tales y siempre quedan fuerzas a la noche para saltarse el sexto mandamiento.
Al mismo tiempo, en un bajo de nuestro edificio, un chino ha abierto un chino.
Perdonarán la reiteración, pero es que como lo primero que hizo el honorable amarillo cuando abordó la reforma del bajo comercial, fue enchufar la maquinaria en una toma eléctrica de nuestro acceso a los garajes, los vecinos tuvimos que recordarle –también por señas, pasándonos el índice por el cuello de oreja a oreja–, que desenchufara todo y dejara de hacerse el sueco.
Me parece muy bien esto de que el personal se busque la vida, aunque sea al abrigo de las tradiciones de la Iglesia y qué más da si los negocios prosperan bajo el auspicio del apóstol Santiago o de San Cucufate; lo que no me parece bien, es que luego, los tipos que se compran chalés y cochazos con los beneficios que generan esas creencias religiosas, pongan a parir a los que entran en la iglesia a rezar. Yo ya conozco a varios anticlericales declarados que viven muy bien y han eludido la crisis gracias a la sopa boba de la Iglesia. Mireusté.
Pues bien, este lunes estaba en la carnicería y mientras Gema, la carnicera, me preparaba un pollo y yo la escuchaba obediente –en su comercio solo habla ella que para eso es de Hernani, aunque la mujer no lo comenta a menudo porque no le gusta darse importancia–, ha entrado una peregrina que ya no cumplía los treinta y nos ha dejado patidifusos con sus preguntas…

–Buenas. ¿No hay una piscina por aquí cerca?…
–Ehm… sí, al final de la calle antes del paseo está la piscina municipal.
– ¿Y el albergue Fulano?
–Un poco más allá, pero pasando el puente.
–¿Tiene piscina también?
–No, que yo sepa.
–¿Y otro hotel que no sea el Zutano? Aunque tenemos reserva en el Zutano querríamos ver otros.
–Se pueden hospedar en el Hotel Rural Mengano.
–¿Y que tal se pone este pueblo por las noches? ¿Hay ambientillo y tal?…
–Para echar unas cañas no está mal.
–¿Y discoteca tienen?
–Pues sí. Está antes de llegar a la piscina, pero solo abre el fin de semana.
–Vaya. Que pena. ¡Pues muchas gracias eh! Adiós.

La mujer ha salido y mientras Gema completaba mi pedido, farfullando no sé qué acerca de una tía guarra, yo me he entregado a la reflexión.
¿Cómo es posible que no sepamos acercarnos a lo espiritual sin convertirlo en mercadería barata?
A ver, yo no soy un místico precisamente, pero tengo claro que el Camino de Santiago es un recorrido de búsqueda interior. Se supone que al peregrino le salen ampollas en los pies y en el corazón, mientras patea los caminos para encontrarse con Dios o consigo mismo y no, buscando una piscina.
O una discoteca.
Sé que la Ruta Jacobea –bien publicitada por los mercachifles de siempre–, se ha convertido en un negocio muy rentable, transformándola en algo así, como una <ruta gastronómico-cultural>. He llegado a leer artículos sobre los ligues del Camino de Santiago y como aprovechar las oportunidades de sexo esporádico que se pueden encontrar en el mismo; o crónicas de los alojamientos más cómodos y exclusivos.
Me parece triste que este camino iniciático, que supone para tantas personas una mirada a los pasos que en sus vidas les han llevado hasta el punto donde se encuentran, lo estén convirtiendo algunos, en una especie de botellón por etapas.
Un entretenimiento burgués de esos que manoseamos con nuestra superficialidad. Algo muy propio de las sociedades que han desechado la posibilidad de seguir haciéndose preguntas, porque en su satisfecha comodidad, creen saber ya todas las respuestas.
Puede que no hayamos descubierto todavía que somos todos peregrinos y que es muy posible que en nuestra marcha no encontremos respuestas para todo; pero que no existe mejor viaje que el conocimiento de uno mismo.
Ni mejor posada que un buen fuego bajo las estrellas.

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