Una de paraísos particulares

CascadaPor VÍCTOR F. CORREAS. Edenes, reposos del guerrero o simplemente un lugar donde solazarse, sin más. Cada cual tiene el suyo propio.

Tan celosos son algunos, que se resisten a revelarlo así les arranquen la piel a tiras. Servidor, al contrario, no tiene problema alguno en decirlo. Se llama La Vera, y está al norte de Cáceres. Podría dedicar páginas y páginas a los elogios que ha recibido esa porción de terreno que alfombra las altivas crestas de la Sierra de Gredos. No pocos lo han hecho, e incluso alguno llegó a ubicar el ansiado Edén o los mismísimos Campos Elíseos –de todo hay en la viña del Señor- en dichas tierras. Sin embargo, algo ha de tener ese espacio, poderosa atracción debe ejercer, cuando a ellas fue a buscar el encuentro con Dios un viejo y cansado hombre que pocos años atrás gobernó buena parte del mundo conocido bajo el nombre de Carlos V. Entre otros.

¿Qué tienen aquellas tierras para considerarlas un paraíso? Esa fuente de la vida que es el agua, que surge de las entrañas de los pétreos picachos y serpentea montes en forma de agrestes gargantas que son la atracción de miles y miles de veraneantes –ríanse de Benidorm un domingo a las cinco de la tarde del aluvión de visitantes que asolan algunas de ellas-; tierras fértiles, un clima bondadoso en verano e invierno y una naturaleza que embriaga. Y a poco más de 200 kilómetros de Madrid. Una zona discordante con la concepción que se tiene de una Extremadura seca y árida. Impresión que me trasmitió el eterno José Antonio Labordeta en un encuentro que mantuvimos en una ocasión, y recordando su paso por aquellas tierras con una mochila al hombro. «Esa Extremadura rica y fértil, verde y risueña, que observa con cierta altanería aquellas otras tierras que, en la distancia, envidian su belleza», concluyó el aragonés. Amén.

Alguno dirá que me llevo comisión por escribir estas líneas. Miente como un bellaco, dicho sea de paso para empezar. Ya advertí que cada cual hace con su paraíso particular lo que le place. Porque cuando las cosas se llevan en el alma y se muestran con el deseo de compartirlas, sobran los egoísmos. Así que resumiendo, que es gerundio: si desean conocerlas, visítenlas; recórranlas, degusten sus platos típicos –muchos y variados- y charlen con sus gentes. Luego, a la vuelta, me cuentan la experiencia. Que apuesto a que será grata. Muy grata. Palabra de Verato.

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