LA (paródica) OBRA ORIGINAL: entre la angustia de las influencias y el deseo de originalidad.

 

Por Anna Maria Iglesia

@AnnaMIglesia

Resulta del todo innecesario, diría que incluso redundante, dirigirme a usted, estimado lector, pues no sería ni el primero ni el último en hacerlo. Cuántos han llamado su atención, cuántos han hablado con usted, le han recriminado o elogiado, cuántos han hecho de usted parte integrante del enunciado. ¿Para qué repetirse? No lo voy a hacer, no voy a cometer el error de muchos que repiten lo hecho por otros, mi texto no va a ser una mera repetición de obras precedentes, expresión de la más evidente falta de originalidad. Dirigirme a usted, ¡qué novedad! Ya habló con usted Macedonio, Jorge Luis e Italo, no es pues necesario que lo haga yo; han pasado años, incluso siglos, desde que Sterne le recriminaba por culpa de su falta de atención y tampoco fue ayer que Macedonio se sorprendía de que se durmiese en su primera página y le rogaba que le dejara hablar. Cuántos le han invocado, le han llamado a escena, pero ¿qué estoy haciendo yo? Estoy hablando con usted, no, esta conversación debe interrumpirse, me he prometido a mí mismo que no me dirigiría  al lector, así que olvide esta conversación, olvide lo escrito tan sólo dos líneas antes y despreocúpese de quien hasta ahora le ha hablado. De inmediato vuelvo a mi soliloquio no dirigido a nadie o, puesto que escribir es siempre escribir a alguien, vuelvo a convertirme yo mismo en mi propio contertulio. Debo escribir algo innovador, algo que nunca nadie haya escrito; estas páginas en blanco debe ser rellenadas con trazos nunca antes trazados, trazos que remitan a algo nuevo, a algo nunca leído antes; mis palabras deben sonar como nuevas, su combinación no debe recordar a combinaciones previas, estas páginas deben ser originales, pero ¿cómo conseguirlo?

Negarme a hablar con el lector es ya un primer paso para eludir la siempre innecesaria repetición; tampoco debo dirigirme a los personajes que, pese a que todavía no han sido creados, no pueden convertirse en mis interlocutores; un diálogo de este tipo resultaría también una repetición de algo ya vivido, de algo ya leído, pues entre vivir y leer poca diferencia hay. Todavía resuenan en mis oídos las quejas de Augusto ante Don Miguel de Unamuno, así como es imposible olvidar la revuelta, que tuvo que soportar el pobre Luigi Pirandello, de sus seis personajes, en desacuerdo con la manera en que se relataban los sucesos. Han sido bastantes los autores que, precediéndome, han hablado con sus personajes, les han dotado del derecho a rebelarse ante su propio creador; demasiada libertad, a mi parecer, han tenido los personaje, pero ¿quién se creen que son para protestar? En mi caso, si en algún momento debiera aparecer algún personaje, cosa que dudo, éste sería obligado a acatar mis decisiones, nada de intervenir en la elaboración del texto, pues él no es más que otra elaboración. No se lo voy a permitir, no sólo para así eludir una vez más el repetirme, no se lo permitiré también, y sobre todo, por principio: yo soy el autor y, por tanto, yo soy quien decide.

  

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Evitar el diálogo con el lector y con el personaje me parece un buen punto de partida hacia la originalidad, hacia la posibilidad de ser el primer escritor que…todavía no lo sé, pero, sin duda, el objetivo es ser el autor de algo digno de ser recordado. Indudablemente, el canon, a pesar del desdén que -confieso- haber siempre mostrado hacia él, es una tentación difícilmente eludible.  Así como evito cualquier intercambio comunicativo con el lector y con los personajes, también debo evitar explicar la manera en qué construiré este texto. Mi texto no debe explicitar las estrategias utilizadas para su composición, pero, ahora me doy cuenta, esto es lo que he hecho hasta ahora y lo que sigo haciendo. Debo concluir también con esto, ¿a quién le importe mis estrategias compositivas? Cervantes, ya en el siglo XV, me precedió explicando que no escribiría un prólogo, mientras lo escribía, así como Sterne, en pleno clasicismo, revelaba todos los mecanismos que conformaban su texto, avanzando aquello que iba decir y retrocediendo cuando había olvidado mencionar algo. No puedo hacer lo mismo, de qué serviría sino para hacer una aburrida recuperación de un mecanismo tan conocido y utilizado, incluso hasta su propio agotamiento. Sin embargo, si evito este recurso, me veo obligado a no indicar todo aquello que no debo hacer en el momento de escribir mi obra, original e innovadora donde las haya; pero una excepción es siempre posible, así que indicaré lo que no haré para no hacerlo en mis próximos escritos y así poderme encaminar directo y sin más dilación hacia la cuna de la originalidad.

Estas páginas se convertirán, por tanto, en la excepción dentro de mi obra, donde nunca apareceré como personaje; podré hablar en primera persona, pero nunca seré yo, nunca seré el protagonista; ya lo hizo Borges, que, con tajante firmeza, creó a  Jorge Luis, aquel otro que no era él, y que se convirtió en el protagonista de su relato. Mi yo nunca será yo, mi primera persona siempre será otro así como el otro nunca será yo; no engañaré como lo hizo Sartre, a través de la tercera persona; yo nunca hablaré de mi, el yo y el él siempre serán otro. Creo que con lo dicho he puesto las bases para la creación de una obra única, original, una obra que no se parece en nada a todas las obras que la han precedido; me convertiré en el gran innovador de la literatura, en aquél que fue capaz de romper con la tradición, nunca desconociéndola, y dibujar un nuevo camino dentro del repetitivo panorama literario actual. Mi obra significará la inauguración de un nuevo paradigma, que ni teóricos ni críticos sabrán interpretar de buenas a primeras, pues no tendrán precedentes que sustentes sus reflexiones. Artículos, conferencias, tesis…todos hablarán de mí y de mi innovación; en mis obras no se dialogará con el autor, tampoco con los personajes; el autor nunca será un personaje de la acción y tampoco se mezclará poesía con prosa, experimento, por otra parte, ya efectuado por Dante y por muchos otros que lo emularon. Mis obras serán ficción, nada de mezclarla con  el ensayo, nada de volver a hacer aquello que ya hizo Musil hace ya más de medio siglo – y puede que incluso más- Mis novelas serán de un solo género, ¿qué es esto de mezclar los géneros? Desde que empezó con toda esta historia Cervantes, no ha habido escritor que no lo haya hecho; mis novelas serán originales. No habrá dibujitos como en el libro de Saint-Exupery y tampoco habrá los juegos gráficos con las palabras que tanto le gustaban a Sterne.

Nada de lo dicho conformará mis novelas, entonces ¿cómo serán? No lo puedo decir, no, eso sería traicionarme, además es algo que merece una larga meditación porque es fácil decir cómo no será la propia obra, pero no decidir cómo debe ser escrita ya no lo es tanto porque, al fin de cuentas, esto de componer una novela no es nada fácil. Por el momento, y como punto de partida a las futuras páginas todavía por escribir -¿llegarán a caso a escribirse?- y que desconcertarán -¿sin duda?- toda expectativa previa,  me limito a un primer acto revolucionario dentro de la novelística: la página en blanco. ¿Se ha visto alguna vez una novela con páginas en blanco? Nunca, ¿nunca? Sterne lo hizo, ¿sí? No, la suya era negra.

 

4 thoughts on “LA (paródica) OBRA ORIGINAL: entre la angustia de las influencias y el deseo de originalidad.

  • el 1 septiembre, 2013 a las 11:58 am
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    Adoro la metaliteratura -la buena- incluso en dosis breves, porque nos pone en contacto con la esencia de los procesos creadores. Necesito solo dos cosas: buen empleo del lenguaje, imaginación, unas buenas dosis de reflexión y cultura y, algo más que tiene este texto en abundancia, además de los otros elementos: ironía y sentido del humor. Da gusto levantarse un domingo – tarde, aunque temprano para América, por poner un ejemplo 🙂 – y sumergirse en un texto que nos hace ver que la única originalidad es la autenticidad. Eso es algo que, incluso en ficción, debe consensuar el autor con el primer lector que tiene, es decir, consigo mismo. La autenticidad no significa que el escritor nos cuente su vida sino que, en sus líneas, la vida -la que se detecta, la que se respira en un buen texto- se mezcle como la niebla con el aire. De todas formas hay vidas que merecen ser contadas – vida, pensamiento, obra – pero que se cuenten bien. Gracias, Anna María, por abrir ventanas que permiten refrescar el horizonte y calentar el interior. A mi es que la buena literatura me da amplitud de miras y me calienta la mente. Al fin y el cabo, el lenguaje es la herramienta y lo sacamos del cajón de nuestro interior para aportar algo. A mi este pequeño ensayo me aporta. Es un placer no inútil. Saludos, una vez más.

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    • el 5 septiembre, 2013 a las 11:39 am
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      Una vez más, muchas gracias!

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