La novela de tu vida: María Zaragoza

Por María Zaragoza*

los miserablesLlegué a Los miserables de Víctor Hugo con catorce años y porque era el libro más gordo de toda la estantería. Por entonces dos tomos de setecientas páginas me parecían el sueño dorado. Supongo que tengo que explicar que, al igual que Bastian Baltasar Bux, era la niña que leía todo lo que caía en sus manos y se quedaba hasta altas horas de la madrugada leyendo para al día siguiente tener tantas legañas que apenas podía abrir los ojos en el colegio. Sufría con los personajes, vivía aventuras con ellos y cuando el libro se acababa, pasaba un proceso de una semana alargando las últimas páginas para no tener que despedirme. Así pues, el libro más grueso de toda la estantería era como un caramelo atractivo: un libro que parecía que no se fuese a acabar nunca. Supongo que no me esperaba lo que me iba a encontrar.

Imagino que no fue el realismo ni la brutalidad de la historia, ni los personajes lo que más me sorprendió en un principio, sino la pasión por el detalle. En una novela tan monumental como aquella, ninguna piedra se nombraba inútilmente. Si esa piedra abandonada al lado de un camino se nombraba en la batalla de Waterloo es porque más tarde sería decisiva para explicar alguna otra cosa. El destino de las personas, de los objetos, estaba entrelazado de una forma tan bárbara y sublime que no podía dejar el libro. Por las mañanas iba leyendo al instituto por la calle (arriesgándome a morir atropellada). Cuando había comida familiar lo tenía en las rodillas. Aquel libro que prometía ser interminable no me duró lo deseado, pero me abrió los ojos.

Definitivamente Víctor Hugo y, en concreto, Los miserables me hicieron ver que lo que quería era contar historias en las que las acciones de los personajes, sus deseos y movimientos, los objetos y las circunstancias que los rodeaban, funcionaran como un mecanismo exacto de relojería. Que todo cuadrase a través de las casualidades, pero una especie de casualidades causales, con un objeto concreto.

Aunque finalmente tomé mi propio camino y mis personajes no están tan abocados a la tragedia como los de Víctor Hugo, siempre tendrán ese toque de azar que entrelaza sus vidas moviéndolos por la novela. Y por más años que pasen, mi fascinación por aquella historia y el modo en que su autor fue capaz de poner en marcha semejante maquinaria, seguirán marcando todo lo que escriba y causando en mí esa admiración que tan bien describe Bob Fosse en All that jazz. El protagonista coge una rosa y le pregunta a Dios cómo ha hecho algo tan perfecto. Y por qué demonios él no es capaz de hacerlo.

* María Zaragoza (Campo de Criptana, 1982) obtuvo el Premio Ateneo Joven de Sevilla con Dicen que estás muerta y el Premio de Novela Ateneo de Valladolid en 2011 con Los alemanes se vuelan la cabeza por amor.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *