'Breaking Bad': la serie de la década

 

Por RAÚL HUERGA

La última temporada de Breaking Bad llega cargada de acción, tensión y un desenlace que no dejará a nadie indiferente.

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Ha sido la serie de moda durante los últimos cinco años. Aclamada por la crítica, la audiencia y las redes sociales, coleccionista de premios Emmy y Satellite, la obra de arte de Vince Gilligan ha llegado a su fin en su quinta temporada.

Cuando leí por primera vez El señor de los anillos me dijeron una frase que nunca olvidaré: “En el mundo hay dos tipos de personas: a las que les gusta El señor de los anillos, y los que todavía no lo han leído”. Con Breaking Bad podría decir exactamente lo mismo, te engancha.

El ritmo de la trama es altísimo y el guión es probablemente de lo mejor que se ha hecho para televisión en los últimos diez años. En ocasiones cruda, en ocasiones cómica, va in crescendo desde el primer capítulo hasta alcanzar un apoteósico final. Como una epopeya griega, siempre poética, las aventuras del profesor y padre de familia Walter White (Brian Cranston) le zarandean una y otra vez, arrebatándole poco a poco todo lo que le importa, llevándole al extremo de la desesperación hasta arrancarle todo ápice de humanidad.

Y es ahí, al borde del abismo, en esa situación extrema, donde su alter ego Heisenberg toma las riendas y le obliga a sobrevivir una y otra vez. Asesino, narcotraficante, extorsionador, secuestrador… y aún así apreciado y querido por el público.

Con el retorno de algún personaje, ya olvidado, se ha puesto el punto final a la historia justo donde comenzó. Será duro el adiós a algunos de los personajes que nos han acompañado durante toda esta sucesión, aunque el público habría preferido ver morir a otros como Skyler White, un personaje tanto o más odiado que el mismísimo Joeffry Baratheon, de Juego de Tronos.

El que pensara que en las anteriores temporadas la trama había llegado a un punto de estancamiento y que no se podría sorprender más, que no dude en ver estos últimos capítulos. Traiciones, muertes, venganzas y un final esperado e inesperado por igual.

Y todo esto ocurre bajo la magistral dirección de Gilligan, que combina a la perfección esas escenas musicales con planos artísticos a cámara lenta o llenos de color, con momentos de enorme tensión que nos dejarán sin aliento; un guión tremendamente elaborado, cargado de guiños para los espectadores más avispados. Para muestra, un botón: el último capítulo de la serie se titula Felina que, además de ser un anagrama de “Finale”, coincide con los símbolos químicos Fe (hierro) Li (litio) Na (sodio) que los fans de la serie atribuyen a la sangre, la metanfetamina y las lágrimas, respectivamente, tres características recurrentes de la producción.

Toda una odisea moderna que nos ha hecho vibrar, amando u odiando a sus personajes, y que ha conseguido algo impensable: el público ha visto a un hombre volverse un delincuente, traficar, robar, matar, traicionar y secuestrar, y no sólo ha deseado que ese hombre se salga con la suya, sino que además ha considerado que hacía lo correcto.

Y con esta metástasis social, con el mérito de habernos hecho pensar además de entretenernos, se ha terminado la que probablemente será recordada como la mejor serie dramática de principios siglo XXI. Y para los que tengan síndrome de abstinencia: se está preparando un spin-off del abogado Saul Goodman así como una versión latina de la serie.

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