Juan Luis Sánchez, más allá de las mareas del cambio

 

Por Anna Maria Iglesia

@AnnaMIglesia

 

«El camino se hace siempre huyendo del camino», con estas palabras de José Bergamín Juan Luis Sánchez concluye su libro de ensayo y crónica periodística Las diez mareas del cambio (Roca editorial); con estas palabras del escritor y ensayista, Sánchez llega a puerto tras recorrer las distintas mareas que, a lo largo de los últimos negros años, han sacudido nuestra falaz y, en verdad, siempre en precario equilibrio, estabilidad social y política. Si bien Sánchez recupera de forma explícita las palabras de aquel autor tan controvertido en los últimos años de su vida como independiente en cada una de sus opiniones y de sus críticas, las páginas que componen Las diez mareas del cambio avanzan en un intento, más que logrado, de salir de aquel túnel de incomprensión del que, tiempo atrás, ya alertaba José Bergamín; decía, en efecto, el escritor: «el que sólo busca la salida no entiende el laberinto y, aunque la encuentre, saldrá sin haberlo entendido».

las-diez-mareas-del-cambio-ebook-9788499186764 Entre el ensayo y el reportaje, Las diez mareas del cambio reconstruye la historia de estos movimientos, mira hacia atrás para ver sus orígenes, sus causas y las circunstancias en las que nacieron; en la reconstrucción narrativa de la historia de las distintas mareas de protesta, Sánchez realiza una aguda reflexión acerca del nuevo escenario que, desde hace ya un par de años, se ha abierto ante la ciudadanía, un escenario en el que el ciudadano ya no quiere ser un pasivo espectador, sino que reclama ser protagonista, reclama ser personaje principal de una obra llamada sociedad.  Si en su día Nietzsche proclamó la muerte de Dios, hoy no estamos equivocados si proclamamos, sin el pudor y el miedo que inevitablemente paraliza, la muerte o, si prefieren, el fin del mito de la transición: un mito basado en el paradójico concepto de consenso, pues cabría preguntarse, ¿acaso lo consensuado, por el mero hecho de ser consensuado, es de por sí social y políticamente positivo?, ¿ acaso el consenso implica necesariamente la acrítica aceptación y la imposibilidad de toda enmienda?

Resultaría del todo ridículo negar la extrema juventud de nuestra democracia, sin embargo desde aquel 1978 han pasado ya más de tres décadas y con ellas han llegado nuevas que generaciones que, sin la ignorancia ni la desconsideración histórica con las que muchas veces se les desacredita, ya no se conformar con aquel consenso que, tras más de cuatro décadas de dictadura, trajo la democracia. «Hay una desconexión abismal entre la cultura política con la que entronca la Constitución del 78», escribe Juan Luis Sánchez, «y la que ya ha calado en parte de la sociedad»; ha desaparecido la credibilidad en aquel mundo que fue entonces proyectado y, sobre todo, se ha perdido la credibilidad en quienes, como nuestros legítimos representantes -¿cuántas veces deberemos recordárselo?- deberían llevar las riendas, incluso en los momentos más difíciles del trayecto. No se trata sólo de no saber gestionar, pues la sociedad es mucho más que una productiva y masificada empresa; cuando la política se convierte en una casta, como dijeron los periodistas Gian Antonio Stella y Sergio Rizzo con respecto a la situación política italiana, y cuando el político olvida su compromiso y su deber hacia la sociedad, ésta desaparece, su participación es anulada y las decisiones son tomadas desde un Parlamento que ha perdido su sentido original, el de cámara de representantes. Cuando Zapatero «anuncia en el Congreso que, de acuerdo con el Partido Popular, se aprobará una reforma constitucional para fijar a corto plazo un máximo del 0,4% en el déficit», reflexiona Sánchez, se rompieron «dos dogmas, uno ideológico y otro institucional». Si por una parte el Partido socialista «renunciaba al déficit como herramienta para contener el drama social», por otra parte la Constitución era reformada sin realizar ninguna consulta a la misma ciudadanía que, en 1978, la había votado.

 

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La opinión de la sociedad deja de importar, las decisiones son tomadas sin la participación de una ciudadanía cada día más cansada de las constantes reformas que, en detrimento de lo público, reducen el amplio espectro de los derechos sociales, cada vez más limitados en nombre de una crisis y a favor de la inversión privada. En nombre de una mejora de la educación, la inversión a la educación pública, en todos los niveles, se redujo, mientras las subvenciones a los centros privados no sólo no se reducían, sino que en ciertos casos se incrementaban. Sin diálogo con los afectados, sin diálogo con los docentes y con quienes conocen desde dentro, y no desde lustrosos y amplios despachos, la realidad de las aulas, Wert llevó a cabo su reforma, la LOMCE. La marea verde, a la que Sánchez dedica el segundo capítulo, salió a la calle, inundó las calles de color e hizo resonar, y así todavía hoy, el descontento hacia una reforma que en ningún momento los había interpelado. Como la marea verde, también nació la marea blanca, una marea cuyo oleaje fue particularmente fuerte en las calles de Madrid, tras las propuestas de privatización de diversos centros públicos. «Ni los sanitarios ni los periodistas tuvimos nada fácil analizar el diseño económico de la privatización que», recuerda Sánchez, «fue aprobada sin tener una mínima memoria económica detrás». Las reformas se aprueban ante el desconocimiento de la sociedad y ante la carencia informativa: el tópico de que la información es peligrosa se hace verdad en estos días, y la ignorancia es promovida por los poderes públicos.

 

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Por ello, lo más interesante de Las diez mareas del cambio, es la reflexión de Juan Luis Sánchez entorno a la enorme importancia de la red como ágora pública de intercambio de información, de intercambio de ideas y de creación de proyectos. Cuando se cierran las calles y se desalojan plazas, cuando la ciudad deja de ser un espacio público, Internet se ofrece como ese espacio de libre intercambio, pues, como decía el otro día Sánchez en una entrevista realizada por Olga Rodríguez: «Internet produce ciudadanos activos». Es precisamente desde la necesidad de actividad, de participación y, por tanto, pero no en último lugar, de cambio que se generaron todas las distintas mareas a las que Sánchez dedica la atención más precisa y, a la vez, el análisis más riguroso. Huyendo de los tópicos, Sánchez no escapa de los temas conflictivos, no teme en afirmar la importancia de la red y de los nuevos medios en el periodismo; lejos de toda mirada melancólica, el subdirector de Eldiario.es, define como pecado el «pensar que el periodismo se hace solo con periodistas», esto no es más que «un  de la desconexión profesional del periodismo con la sociedad en la que vive, como si no tuviera conciencia de que las cosas no se gestionan solas o de que eso es cosa sencilla». De la misma forma que no duda en entrar en un debate que, a pesar del descrédito que sufre actualmente el periodismo, separa a muchos de los profesionales del sector, Sánchez reflexiona de manera crítica entorno a la idea de cultura libre, en torno a la siempre más restrictivas leyes que impiden el libre intercambio de contenidos culturales y propone, apoyándose en las opiniones de Guillermo Zapata, el Creative Commons como una posible opción todavía por desarrollar.

En definitiva, Las diez mareas del cambio es un interesante ejercicio ensayístico de reporterismo en el que, las mareas de protestas y de cambio que han inundado -afortunadamente- nuestras calles son el eje central a partir del cual reflexionar acerca de una sociedad que reclama una mayor participación, una mayor información y de transparencia para llevar a cabo un cambio cada vez más apremiante.

 

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