Doblando las esquinas de la realidad

 

Por Luis Borrás

 

Rengel

 

Juan Jacinto Muñoz Rengel. “El libro de los pequeños milagros”.

134 páginas. Viñetas interiores de Ernst Haeckel. Páginas de Espuma. Madrid, 2013.

Juan Jacinto Muñoz Rengel es ya un escritor reconocido. Pero en lugar de dedicarse a tiempo completo a la novela prefiere –y los hinchas del relato se lo agradecemos- no renunciar a nada y sumar a su bibliografía un nuevo volumen de cuentos; esta vez en forma de cien microrelatos.

“El libro de los pequeños milagros” se presenta como un “Bestiario” –con lo que Muñoz Rengel se suma a Cortázar, Perucho, Arreola y Óscar Sipán- y lo es porque en su portada aparece un perro verde con tronco y extremidades de loro del Amazonas, en la contraportada se dice expresamente y en la última página hay un “Índice para la confección de un Bestiario” en el que por orden alfabético se da una lista de los animales, mutaciones, poltergeist y seres de otros planetas y galaxias que aparecen en estas narraciones.

Pero ese heterogéneo listado nos da una pista de que estos cien micros no son un “Bestiario” al uso; no son una colección de bichos raros, aberraciones genéticas descendientes de la oveja Dolly, peces radioactivos de tres ojos o un Godzilla que viene a destruir Nueva York; en este libro hay extraterrestres y ciencia-ficción sí, pero también habitantes del planeta Tierra. En realidad para saber lo que hay dentro no hay más que acudir a su portada interior y leer:“El libro de los pequeños milagros y los planetas ignotos, que contiene las pormenorizadas y muy veraces {micro}narraciones de los grandes hechos sobrenaturales y extraordinarios de este mundo, así como las {mini}epopeyas de otras tantas hazañas extraterrestres, y una recopilación de las más diversas y memorables prácticas amatorias, venganzas y torturas, muertes, reencarnaciones, espíritus y fantasmas, reptiles, monstruos, arquitecturas imposibles, las crónicas de la conquista del espacio y la búsqueda de Dios”. Todo eso hay y de eso tratan –y algo más- estos pequeños milagros que son en muchos casos auténticas pesadillas. Y en esa variedad heterogénea Muñoz Rengel demuestra su inteligencia porque reducir cien relatos a una unidad temática acaba convirtiéndose en aburrida monotemática. Repetir el mismo argumento –aunque sea creando un zoológico de monstruos- hubiera resultado un exceso que terminaría saturando al lector.

Muñoz Rengel divide sus cien {micro}narraciones en tres grupos: Urbi (ciudad), Orbe (que no Orbi; Mundo) y Extramundi (que no necesita traducción). Pero lejos de convertirlos en tres compartimentos estancos los enriquece introduciendo en cada uno otras temáticas complementarias y coherentes: teología, historia, transmigración de los cuerpos, reencarnación, futurismo, crítica social o astronomía.

Reconozco que no soy muy amigo de la fauna y el naturalismo –los documentales de la 2 me parecen el somnífero ideal para la siesta- tal vez por eso los micros que tienen a los animales como protagonistas son los que menos me han gustado. Esas aves que dibujan un SOS en el cielo o sus suicidios colectivos arrojándose al fuego o los delfines y ballenas varados en la playa son imágenes impactantes, pero me parecen más propias de un relato para una campaña de la WWF. Si tengo que quedarme con relatos de animales prefiero –ya que se trata en parte de un “Bestiario”- a esos monstruos terroríficos que Muñoz Rengel crea como la Arachnida cervidae (un ciervo-araña caníbal -jugando con la inocencia de Bambi- que devora al cazador), esas mutaciones de laboratorio como el Biobuitre (ave carroñera que recicla la basura con sus cuatro estómagos) y el Megatauro (un toro –invencible animal de guerra- que tiene un punto débil: como el de la canción está enamorado de la luna y se deshace en sollozos al escuchar un poema que habla de ella) y ese pulpo del relato “Love Doll” que se encuentra en una ría con una gaita abandonada que convierte en su muñeca hinchable.

Reconozco también que las narraciones de temática extraterrestre, alienígena o marciana no son mis favoritos, tal vez porque soy de los que piensa que viven entre nosotros –de otra manera no puedo entender a determinados “famosos” que salen en la tele- y que esos Guerreros de doble ano, habitantes del desierto de los nopales púrpura, de la galaxia NGC 772, y del planeta Axz y Zxa no me resultan atractivos; pero sí que Muñoz Rengel acierta plenamente con su “Invasión” alienígena al revés; en tres de su serie “Multiverso” con un Papá Noel convertido en díptero y una ciudad que es una voraz colonia de pólipos que avanza implacable y en el terrorífico y excepcional “Cadena trófica” con sus bandejas de carne humana en los supermercados.

Sin duda los micros que prefiero son los que relacionan al ser humano con lo sobrenatural. Y es en “Urbi” en donde mayoritariamente los encuentro. Ingenios mecánicos –spoilers– que sobrevuelan la ciudad; una mujer recubierta de una película gelatinosa viaja con nosotros en el metro; encontramos a nuestro doble en la calle; hay francotiradores en las azoteas; un muñeco de nieve que hace un niño se derrite y nos muestran sus vísceras; vivimos en una casa de muñecas que es una matrioska; nuestra novia imaginaria es vista por los demás y oímos las palabras registradas en una grabadora de la última persona viva momentos antes de su muerte.

Pero creo que si por algo deben destacar estos {micro}textos de Muñoz Rengel –y la idea me la dio él en el último- es por su capacidad para darle la vuelta –como una moneda que se gira en un pase mágico- a lo que inicialmente vemos. Ya no es sólo por su capacidad para reescribir la Historia desde el humor o el misterio en sus “Historias cruzadas” o de rebobinar el argumento, conseguir avanzar dando marcha atrás en su excelente serie de cuatro relatos “Backward”. Es -por utilizar otra imagen- por ser capaz de darle la vuelta a un calcetín y que por dentro sea de otro color. Y ese darle la vuelta ya no es sólo su desbordante imaginación, la originalidad de su mirada y su perspectiva o la sorpresa como virtud; no es sólo el humor como marca de agua de sus relatos, desde la sonrisa hasta la carcajada -como en el genial “Convenciones”-; la ironía reveladora y crítica que invita a la reflexión en “Hamelín” y “Teleobjetivos” o las consecuencias de tomar “Neuroleptol” un fármaco antialucinógeno; no es el terror superlativo de “En mitad de la noche” –uno de mis favoritos- o el inquietante misterio de “Levantamiento silencioso”; o la cruel paradoja de conseguir el sentido de la “Visión” para comprobar que la realidad es mucho peor que la imaginación. Es el llevar la narración por un camino y que en un punto y seguido nos haga doblar la esquina  y todo sea lo contrario de lo que parecía.

 

 

  

 

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