¿Te gusta conducir?

Por Juan Luis Marín. «En ocasiones no hay mayor placer que conducir por la autopista o la autovía, a noventa o cien por hora, por el carril derecho, escuchando música…

Y fumar.

Observar cómo anochece por el espejo retrovisor, con la mano izquierda deslizándose por el volante y la derecha jugueteando con la palanca de cambios. La carretera fluye ante tus ojos, el cielo se oscurece…, y ahí estás tú, en medio de ninguna parte, sin un destino concreto, sin prisas, sin tener que rendir cuentas nadie. Respiras tranquilamente, tarareas una canción, escuchas otra y pasas la siguiente. Observas los coches, los rostros de sus conductores y cómo se comportan con un volante entre las manos. Y aceleras, y adelantas a un vehículo o te asombras del valor de un ciclista nocturno. Y decides coger un camino a la derecha, reduces la velocidad y entras en un lugar que nunca habías visitado…

Después paras en una gasolinera, llenas el depósito, miras las revistas, al dependiente con acento del sur, al vigilante jurado, corpulento y de mirada triste. Compras unas gominolas: un capricho, una estupidez, un acto impulsivo como el que te ha llevado a la carretera. Y sales de nuevo a ella, y vuelves a deslizarte, ya por la oscuridad, deslumbrado por los faros que circulan en dirección contraria, rodeado de la intimidad de la noche en los pocos metros cuadrados de un coche que no es más que sombras y lucecitas suaves, atractivas, entrañables…

Tu cuerpo se llena de sensaciones, todas ellas juntas en un fantástico, formidable, único e irrepetible estado de ánimo. Y llegado ese momento enciendes otro cigarro y bajas la ventanilla; es como una bofetada amable, como una caricia cargada de fuerza y sensibilidad, como un abrazo poderoso pero tremendamente breve, como un cubo de agua fría que no moja, como un beso soñado. Y todo ello te lleva a tomar conciencia de algo: que tú estás ahí, que tú estás vivo, que nada ni nadie puede hundirte cuando disfrutas de cosas que para muchos son vanas. Y piensas: “estúpidos”. Y sonríes, y el corazón acelera su pulso, tus manos agarran el volante con fuerza, la música llena tus oídos, y te embriaga, te supera…

Y cargado de emoción, la mirada líquida, con vitalidad derramándose por tu boca sellada y temblorosa, decides superar ese pequeño bache que antes te parecía un abismo infranqueable. Posiblemente es un momento en que no haces otra cosa que mentirte. Pero tus pilas se han cargado y hará falta mucho dolor para que se gasten; el mismo que fue necesario para que ese día, a esa hora, decidieses salir a la carretera».

 

(Fragmento de LA TEORÍA DEL MUÑECO, una novela del menda lerenda)

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