El imperio de los sentidos francés

 

Por José Luis Muñoz

 

Pocas veces el cine ha ido tan lejos a la hora de mostrar lo que es una pasión sexual y amorosa, ese desvarío irracional que nubla el cerebro y prima los sentidos, como con La vida de Adèle. Habría que remontarse a El último tango en París de Bernardo Bertolucci, El imperio de los sentidos de Nagisa Oshima, o Lo importante es amar de Andrzej Zulawski, por citar tres títulos situados en un pretérito lejano para encontrar celuloide en semejante estado de combustión.

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La vida de Adèle (2013), de Abdel Kechiche

La vida de Adèle, una película cuyo guion del propio director tunecino Abdel KechicheLa culpa la tuvo Voltaire, Cuscús, La escurridiza que adapta una novela gráfica de Julie Maroh, es de una sencillez pasmosa, va más allá de todo lo visto y puede ser consideraba la obra cumbre del cine de lesbianas, subgénero en donde no abundan los filmes de calidad, cosa que sí sucede en el de homosexuales, y uno tiene que remontarse a la sutileza de William Wyller en La calumnia con Shirley McLaine prendada de Audrey Hepburn en una relación exclusivamente platónica, para encontrar una obra maestra. Pero en La vida de Adèle es la carne, con toda su morbidez, la que impera, impone sus pautas, marca la relación entre sus protagonistas. Ese retrato que el director hace de la adolescente quinceañera Adèle (Adèle Exarchopoulos), una chica normal de barrio e inquieta estudiante de literatura a la que le gusta la novela de Pierre de Marivaux que su profesor le obliga a leer, su despertar a la sexualidad, sus dudas al enfrentarse a su homosexualidad, y el relato amoroso y convulso que la une a Emma (Léa Seydoux), una estudiante de Bellas Artes de pelo azul y lesbiana desinhibida que actúa con ella como un pigmalión que la inicia en los placeres de la sexualidad sáfica, es de una potencia asombrosa, conmueve, excita y duele en cada una de sus partes.

Mediante elipses intangibles, que se advierten por un cambio de peinado de las protagonistas, una manera más refinada de comer, las gafas de presbicia de Adèle, la desaparición del tinte azul del pelo de Emma, o los quehaceres laborales de ambas una abocada a los niños de la guardería, a los que adora; otra absorta en su carrera de pintora, abriéndose paso en el difícil mundo del arte el tunecino Abdel Kechiche narra la eclosión y posterior derrumbe, el éxtasis y el tormento, de una relación pasional que es como una especie de virus que las dos muchachas protagonistas padecen con una intensidad radical y en la que literalmente arden ambas por el fuego del deseo que termina consumiéndolas como no podía ser de otra manera.

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El imperio de los sentidos (1976), de Nagisa Oshima

No es, ni mucho menos, La vida de Adèle una película sobre el lesbianismo sino sobre el amor que el amor sea entre dos mujeres no es lo primordial, como tampoco es un porno blando, o duro, ni siquiera una película erótica, a pesar de que el primer encuentro entre las dos muchachas esté contado en tiempo real como el duelo de Kubrick en Barry Lyndon y la cámara se demore durante doce minutos (la escena de cama más larga jamás contada) en cada uno de los estallidos de placer de esa amalgama de cuerpos entrelazados, que son uno, con primerísimos planos de sus labios, senos, vulvas, nalgas  y muslos como nunca el cine se había atrevido a mostrar antes de forma tan explícita. La vida de Adèle es un recorrido emocional sobre una muchacha de barrio, una estudiante de liceo que come compulsivamente los sabrosos espaguetis que su padre le prepara ese primer plano de las comisuras de sus labios con el pringue de la salsa de tomate mientras el espagueti se desliza boca adentro succionado resulta impagable como retrato de la adolescencia, que se enamora de una mujer más madura por un simple cruce de miradas en una calle de su ciudad y que, a partir de ese momento, se obsesiona con ella, la posee en sueños,  hasta conseguir estar entre sus brazos realmente cuando la busca y la encuentra.

La virtud de esta película extraordinariamente bien rodada y rabiosa de emociones es que transcurre ante los ojos del espectador con una naturalidad pasmosa, como si fuera un documento filmado con cámara oculta de la vida de esta muchacha que crece a través de su relación amorosa con otra mujer y madura en su desenlace, con ese plano en el que Adèle se pierde por una calle saliendo de la exposición de cuadros mientras que su posible galán futuro toma otra, porque las relaciones, a fin de cuentas, son fortuitas en su mayoría, y la que aquí se cuenta nace de un simple cruce de miradas.

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Ofelia (1852), de John Everett Millais

Cuida Kechiche todos los detalles de su film, mueve su cámara con la precisión de quien hace puntilla, puntea con precisión los momentos álgidos Adèle bailando de forma sinuosa con el cuidador de la guardería con el que luego se va a acostar; Adèle internándose en mar abierto hasta casi perder la costa y pensando en el suicidio mientras sus cabellos se desparraman en el agua, como la Ofelia del  prerrafaelista británico John Everett Millais ; sabe captar las miradas y los gestos del deseo, más allá del estricto combate amoroso entre sábanas, con primerísimos planos de ojos empañados o labios húmedos que tiemblan; es minucioso en los detalles Adèle, en su papel de ama de casa de su pareja de Emma, preparando los espaguetis que su padre le enseñó y sirviéndolos como manjar a los amigos de la pintora; o sospechando de una anterior relación amorosa de Emma con su amiga embarazada por su evidente complicidad durante la fiesta; capta la sensualidad del instante como una explosión de los sentidos paseando la cámara, como un travelling sin ruedas, por la humedad de los cuerpos estremecidos por el gozo; bascula su escritura cinematográfica entre la sutileza y  la explicitud, siendo siempre elegante y nunca vulgar; retrata, como nadie, la belleza del cuerpo femenino y sus torsiones escultóricas en busca del placer ambas lo contemplan en exposiciones de cuadros y esculturas, y luego, ellas, son un cuadro vivo de sensualidad ; conmueve, sin ser lacrimógeno, con el dolor emocional de ambas enfrentadas por los celos, otra explosión de irracionalidad como el amor; y no baja el tono álgido en esas casi tres horas de relato cinematográfico impecable y apasionado al que se entrega sin barreras y a tumba abierta llevándose al espectador a su campo.

La película no sería lo que es sin la interpretación extraordinaria de sus dos jovencísimas actrices principales. Lèa SeydouxRobin Hood, Malditos bastardos, Medianoche en París─borda su papel de mujer seductora y poderosa que lleva siempre la iniciativa en las relaciones y marca los tiempos, pero la jovencísima Adèle Exarchopoulos, una debutante de diecinueve años, literalmente se deja la piel en cada plano de su película y cabe imaginar lo que debió torturarla su director para que diera lo máximo de sí, hasta el agotamiento, en cada una de las secuencias, especialmente cuando literalmente se rompe por el dolor.

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El azul es un color cálido (2011), de Julie Maroh

Las dos actrices no han dicho precisamente lindezas de su director y juran que jamás volverán a trabajar con él a pesar del éxito obtenido y el runrún mediático que catapultará la película hasta niveles comerciales que nunca soñaron los que la hicieron y que probablemente distorsionen el sentido del filme. Lo mismo decían los que se ponían bajo las órdenes del exigente Stanley Kubrick, hartos de repetir una escena hasta cien veces, fueran Shelley Duvall o Jack Nicholson, Nicole Kidman o Tom Cruise que terminaron su relación con Eyes wide shut después de la terapia cinematográfica y matrimonial que supuso la obra póstuma del genio. Pero lo que importa, realmente, es el resultado, y no cómo se cocinó un filme. Y el resultado es que La vida de Adèle es sencillamente magistral y que el festival de Cannes, el más importante del mundo, la ha consagrado con su palmarés en un veredicto de estricta justicia con un jurado presidido por Steven Spielberg, un director diametralmente alejado del cine del tunecino Kechiche pero que se ha rendido a su talento.

 

*José Luis Muñoz es escritor. Ha publicado en 2013 las novelas La doble vida (Suburbano Miami), La invasión de los fotofóbicos (Atanor Ediciones), El secreto del náufrago (Ediciones del Serbal) y Ciudad en llamas (Neverland)

2 thoughts on “El imperio de los sentidos francés

  • el 29 octubre, 2013 a las 4:16 pm
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    1. El autor parece haber olvidado películas como 9 Songs, de Michael Winterbottom, mucho más explícita que ésta. Hay otras.
    2. Pasa de hablar de “cine de lesbianas” a decir “No es, ni mucho menos, La vida de Adèle una película sobre el lesbianismo sino sobre el amor”. ¿Nos aclaramos?
    3. La actriz Adèle Exarchopoulos no es ni mucho menos debutante, basta con ir a la Wikipedia para comprobarlo.
    4. Adèle Exarchopoulos no ha hablado especialmente mal del director, sólo ha dicho que ha sido intenso y que seguramente no vuelva a trabajar con él, pero ha declarado sentirse muy agradecida por esta oportunidad. Léa sí que ha criticado a Kechiche.

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  • el 30 octubre, 2013 a las 12:13 pm
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    Efectivamente tienes razón con la película de Winterbottom, la única que no he conseguido ver de ese versátil director que toca todos los géneros; cito las que he visto. La vida de Adèle puede ser tomada como cine de lesbianas, pero es bastante más que eso, es una película sobre el amor, la pasión y el despertar a la sexualidad. Efectivamente Adèle Exarchopoulos no es nueva en esas lides, aunque creo que no se ha estrenado ninguna de sus películas en España. Bueno, las dos actrices no están muy satisfechas de su agotadora experiencia con el director. La polémica favorecerá la carrera comercial del filme. Gracias por tus observaciones.

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