Ameno reportaje, literatura mellada

 

Por Luis Borrás

 

Crímenes

 

Luisgé Martín. “Todos los crímenes se cometen por amor”.

154 páginas. Editorial Salto de Página. Madrid, 2013.

Hay alguna gente que cree que esto de escribir es como en las películas: se sienta uno frente al ordenador y tecleando sin parar redacta un cuento o una novela de trescientas páginas. Yo siempre había negado esa imagen y defendido que escribir era un tortuoso camino lleno de baches y dudas y que hacerlo de corrido era algo imposible. Hasta ahora. Porque después de leer este libro tengo la sensación de que Luisgé Martín es capaz de escribir así, sin parar ni un momento ni tomar un respiro para prepararse un café, liarse un pitillo o apretarse dos (o tres) dedos de güisqui buscando la inspiración. Y esa capacidad y soltura escribiendo me resulta asombrosa, envidiable; pero también creo que esa percepción que –aparentemente- transmite lo acerca más al periodista que al escritor.

Y es que con ese prodigioso talento estos relatos son –o a mí me parecen- reportajes periodísticos narrados en primera o tercera persona y su contenido está más próximo a ese formato que a la literatura y su temperamento. La sensación, el regusto que queda al acabar, es que la manera de narrar de Luisgé es sencilla y directa, sin adornos ni complicaciones; que está más interesado en el fondo que en la forma. Un estilo que algunos admirarán y agradecerán y otros encontrarán pobre, espontáneo y asequible. A mí si me dan a elegir entre el reportero y el pedante me quedo sin duda con el reportero, pero creo que precisamente lo excelente está en no ser ni uno ni otro.

Pero me temo que estoy generalizando y eso es algo que no me gusta hacer. Porque en este libro hay diez relatos y no todos son iguales -aunque sí que me reafirmo en que creo que todos están escritos con ese mismo estilo- ni que merecen para mí la misma calificación. Que en este libro hay relatos buenos, otros regulares y algunos realmente malos.

Malo y sin atenuantes –si acaso su ambientación- es “El libertino invisible”, un relato que no es más que el sueño patético y calenturiento –y nada original- de un adolescente salido escrito por un adulto y con un final que produce risa y/o vergüenza: “Y antes de que terminara de agonizar, con el cráneo abierto y los sesos fuera, su mano serpenteó sin fuerza por el vientre, sujetó esforzadamente la verga tiesa y la meneó con brío hasta que eyaculó a boqueadas”. Algunos tal vez lo vean como una parodia humorística, pero creo que una cosa es el humor inteligente y otra muy distinta un hombre de cincuenta años contando un chiste verde como si fuera un quinceañero.

Malo es “Del ingenio de los caudillos y de su guardarropía” que Luisgé escribió por encargo para el volumen colectivo titulado: “Rojo, amarillo y morado. Cuentos republicanos”, publicado por Martínez Roca para conmemorar el 75 aniversario de la II República. Y aunque el elogio republicano y antimonárquico sea previsible, es de agradecer la originalidad de la idea (una versión personal del cuento de Andersen: “El traje nuevo del emperador”) pero su mensaje y su personaje del príncipe  –y sobre todo su happy end- son tan demagógicos y simplistas que resulta ridículo.

Regular es “Los años felices” porque si bien tiene la virtud de ese estilo que le es propio: el de crónica o reportaje periodístico que refleja una época y su hipocresía escrito con soltura y que se lee del tirón, en el fondo me resulta un relato ideológico que reincide en todos los tópicos y caricaturas que estamos cansados de oír. Un recurrir al franquismo pasado que hoy todavía en determinados sectores sigue funcionando como un abracadabra, pero que afortunadamente una nueva generación y el deseo de un nuevo y necesario discurso político está dejando en evidencia y superando progresivamente. 

Bueno, con esa misma virtud de crónica literaria aumentada, es “Que calle para siempre”, y aunque quizás se pase de frenada en lo melodramático y en un narrador ad hoc un tanto forzado –aunque la vida me ha enseñado que la realidad supera muchas veces la ficción- creo que esta vez su parte de mensaje reivindicativo –la homosexualidad reprimida, moral o legalmente- es obligatorio para ganar en libertad.

Regular es “Limardo de Toscana” porque aunque tiene un contenido metaliterario que invariablemente –al menos a mí- resulta atractivo acaba por saturar –siempre que anda Borges por en medio aparece la pedantería- y aunque la idea es (de nuevo) original: una versión moderna -años 70 del siglo XX- de un nuevo Quijote que deshace entuertos y se convierte en vengador justiciero, termina dejando un efecto inane de dulce cóctel sin alcohol.

Malo es “El regreso a Roma”, porque si bien trata de un tema trascendente, el miedo a morir, el final resulta tan de cuento primerizo que el viaje y la escenografía se derrumban como un decorado de cartón piedra. Y lo curioso de este relato es el efecto que –quizás sin pretenderlo- produce en el siguiente: “Las playas de hielo”, un relato terrible sobre la tortura –aunque dudo que no haya caído en cierta (innecesaria) exageración al decir que un hombre pueda vivir después de estar en una sauna “más de tres horas a noventa grados, y el último día del primer mes llegaron a soportar cien grados durante diez horas consecutivas”-. Y es que este en el que refleja la crueldad inhumana y el asesinato brutal resulta mucho mas horripilante al contraponerlo con el anterior en el que un noble francés busca con desesperación ser inmortal, así escapar de la muerte se convierte en el capricho de un niño rico y la cara que vemos el triste destino de un desdichado.

Bueno resulta “El otro”, una versión del clásico tema del doble pero con el valor de ser intimista, de adolescentes que envejecemos, literario, realista y sin recurrir a fuegos de artificio para llamar la atención. Buenos especialmente  resultan y “Todos los crímenes se cometen por amor” y “Los dientes del azar”, el primero y el último del libro. Uno porque aunque el personaje principal es un panoli veleta que produce cierta lástima lo excelente está en uno de sus personajes secundarios –un sicario que se parece a Cary Grant y gasta sus mismos modales- y en el sorprendente final que en un párrafo le da todo su sentido. Y el otro porque aunque las causas o motivos para el atentado y sus circunstancias no termino de verlas claras es un ensayo-narración sobre los actos aparentemente intrascendentes que marcan nuestro destino, sobre la amistad y como el fanatismo la pudre hasta hacerla irrecuperable.

 

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