Buena y mala noticia

 

Por Luis Borrás

 

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Recaredo Veredas. “Actos imperdonables”.

165 páginas. Bartleby Editores. Madrid, 2013.

Como las buenas noticias se dan siempre primero diré que “Actos imperdonables” de Recaredo Veredas es en general un buen libro de relatos; pero –y esa sería la mala o segunda noticia- que a pesar de que leo en la solapa que éste no es su primer libro sin embargo en parte lo parece porque –para mí- ha caído en los típicos errores de un primerizo. Errores que, como he dicho, no hacen que sea un libro para tirar a la piscina sino que simplemente con menos impaciencia y un más de maduración creo que el resultado hubiera sido mucho mejor.

Comienza con “La temperatura de la luz” un muy buen relato en el que Recaredo nos presenta una original estructura narrativa paralela. Un hombre agoniza en un hospital al mismo tiempo que el mundo se encamina a su destrucción. La metástasis avanza imparable igual que la guerra, y el protagonista, condenado a muerte y sin esperanza, desea que el mundo no le sobreviva.

El segundo: “Las moscas” –mi favorito-,  es uno de esos relatos con temática o argumento que tanto me gusta: sociedad contemporánea, escenario urbano, personajes reales, perdedores vulgares, desorientados, simples sobrevivientes. Un desolador cuadro hiperrealista. Pero es en el tercero: “El apaño”, en donde aparece el primer patinazo. “Maté a mi padre hace cinco años”, así comienza, y esa es una hábil manera de atrapar al lector, pero también, al anticipar el final, una apuesta arriesgada porque el resto de lo que queda por venir –todo el cuento- tiene que estar a la altura de esa primera frase. Y la historia es original y angustiosa –no apta para hipocondríacos ni paranoicos-: un hombre decide extirparse el hígado como medicina preventiva para evitar morir de la misma causa que su madre; pero el desenlace lo convierte en melodrama de telefilme de tarde de domingo, pierde fuerza y se vuelve blando e inofensivo como el filo de un cuchillo de plástico.

El siguiente: “El doble o la triste historia de Arturo Minimí” me parece simplemente el borrador o esquema de una novela y no un cuento. Y ahí es en donde por vez primera aparece uno de los errores típicos de un novato o primerizo: la precipitación por querer vender como animal de raza a un chucho mestizo. En el siguiente: “La mujer de la isla”, se recupera con un golpe ganador; un cuento que hace olvidar el sinsabor anterior con un trago amargo de realismo que tiene como escenario una residencia de ancianos; la muerte como compañera permanente y el camino que lleva a su encuentro.  En “Todos los sapos se tragan” recurre al humor para presentarnos y salvar con inteligencia un tema que siempre es complicado en una narración: la aparición de un fantasma; pero es en la parte subyacente a ese encuentro en donde para mi está el acierto y lo mejor del relato, le da todo su significado y hace que la risa se convierta en mueca dentro de una cámara frigorífica.

En el siguiente: “El mamut enano”, aparece de nuevo la sospecha de encontrarnos ante el esquema de una novela, una narración en la que conviven la excelente prosa de Veredas junto a un argumento que parece la mala imitación pintada en la cabeza de un alfiler de una trama de Dan Brown. Su pretendido misterio explota igual que un petardo húmedo. Incluirlo en el libro me parece otro error propio de esa ansiedad de primerizo porque ese cuento –más bien novela frustrada- es de los que se abandonan en la carpeta de semillas y se rescata aún verde para que el libro no se quede corto de páginas. En el siguiente: “La recta intención” se recupera de nuevo con un sobresaliente relato sobre el suicidio asistido con toda la crudeza y economía narrativa que hace del cuento un género preciso.

En “Sabor a ternera” vuelve a cometer el mismo error que en el del mamut. Una mitad con esa excelente prosa de Veredas para la narrativa de crónica social contemporánea con su punto de acidez, la pintura hiperrealista de personajes y escenarios en breves párrafos precisos que se estropea, malogra absolutamente con la aparición de ¡una tribu de caníbales! en un ridículo giro final que produce sonrojo. Da la sensación de que las ganas de publicar no le han hecho releer con sentido autocrítico alguno de los relatos. Y no quiero pensar en la vanidad –me parece muy joven todavía para caer en ella- ni tampoco en el engreimiento, prefiero pensar en que Recaredo no ha contado con un lector de confianza que le advirtiera de esos errores. Y hablo de un lector sincero y no de uno de esos pelotas y monaguillos que alaban (y callan) sistemáticamente porque esperan un intercambio de favores o entrar en la pandilla. “El regreso de los dinosaurios” continúa con esa mezcla de bueno y regular, de excelente prosa con desenlace de melodrama, pero a la mitad del relato caemos en un déjà vu al darnos cuenta de que la mayoría de estos relatos están repletos de hombres a los que se les comunica que les quedan escasos meses de vida, enfermos terminales necesitados de morfina, muertos por cáncer, enfermedades degenerativas, suicidas, abogados y sociedades devastadas por la guerra. Una reiteración que podría entenderse como unidad temática,  tal vez una obsesión personal, pero que acaba convirtiéndose en repetición y sobredosis; y ese es un error típico de los primerizos. Y finalmente “La maldición” es un cuento en el que aparece de nuevo el humor y la buena prosa mezclada con algún fallo –se equivoca cuando nombra a un personaje- y errores tipográficos que molestan y que un corrector hubiera salvado –¿otra vez la precipitación?- con un final desinflado. Estos dos últimos relatos se quedan como uno de esos globos que compramos en Navidad en la Plaza Mayor: al día siguiente mantiene la forma y cierto brillo, pero en lugar de subir con fuerza hasta el techo se queda a media altura enganchado en la lámpara.  

Al final la buena noticia sigue siendo la misma: éste es un buen libro de relatos y Veredas tiene un talento indiscutible, y esos errores son algo muy fácil de solucionar para que el siguiente resulte aún mejor.

 

           

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