Alexis Ravelo: «La venganza ya no se sirve en plato frío, sino en tupperware»

Alexis RaveloEn 1988, Adrián Miranda Gil, un chapero drogodependiente, es condenado a 29 años de prisión por el brutal asesinato del asesor de un importante dirigente político regional. Tras cumplir más de veinte años de condena, Adrián afronta la libertad condicional como un preso modelo, desintoxicado y centrado en su rehabilitación. Pero, en secreto, ya ha comenzado a urdir su venganza. No tardará en descubrir que su acusación y condena no son fruto de un mero error judicial, sino parte de una conspiración en la que él ha servido como cabeza de turco. Esta es la historia La última tumba (Edaf, 2013) novela ganadora del XVII Premio de Novela Negra Ciudad de Getafe. Su autor, Alexis Ravelo, ha conversado con nosotros en esta entrevista en la que deja al descubierto no sólo su ingenio literario sino el excelente humor del que goza.

Por Sara Roma.

-Primera pregunta de rigor, ¿mientras escribías la novela tenías en mente presentarla al Premio de Novela Negra Getafe, o eso vino después?

Eso surgió después. De hecho, no tenía editor para la novela ni pensaba que se fuera a editar. Ya estaba en fase de publicación de La estrategia del pequinés (Alrevés, 2013), mi anterior novela, y la presenté por participar en el Premio. Cuando se la enseñé a los editores estaban muy de acuerdo en publicarla y, de repente, me concedieron el premio. He de confesar que me olvidé por completo de que había presentado la novela.

-¿Y eso? ¿Cómo fue?

Porque uno no está acostumbrado a ganar premios y tampoco me presento a tantos certámenes. Así que participas por no decir que no lo hiciste…

-Pues muy bien merecido este galardón concedido a una novela que según tengo entendido está inspirada en una antigua noticia que te facilitó un amigo periodista, ¿no es así?

Sí, la conocí en su momento pero la tenía muy olvidada. Muchos de mis argumentos, sobre todo la parte criminal, suele salir de conversaciones con periodistas. Sin embargo, no soy de esos a los que les gusta trabajar sobre hechos reales que dejan al descubierto todas las contradicciones de clases. Para mis novelas, suelo inspirarme en varias ideas. Mi amigo Eugenio Fuentes asegura que los cuentos nacen de una idea, las novelas de un montón de malas ideas. Así que para esta novela, por un lado contaba con el conocimiento de este caso; por otro lado, mi conocimiento directo de algunos internos de una prisión en la que impartí un taller literario hace unos años y también la reflexión sobre qué le había sucedido a mi generación. Yo pertenezco a esa generación de Canarias que, de repente, vivió la llegada de la cocaína y de la heroína…

La última tumba-Adrián, supuestamente sale rehabilitado tras cumplir condena, pero al poco tiempo vuelve a las andas. Siente que en él conviven dos personas totalmente distintas: uno, el que lee, estudia, ha dejado las drogas, la mala vida…; el otro es el canalla inculto y vulgar que aplasta al primero. Ambos, no obstante, tienen el mismo objetivo: la venganza. ¿Es verdad eso que dicen de que la cárcel es la mejor escuela?

Bueno, no sé si es la mejor; en todo caso, es muy dura. Adrián lo que aprende es a dejarse domesticar por el tiempo. Él entra en la cárcel como un canalla rabioso, un tipo joven que no tiene escrúpulos y allí aprende que hay que esperar. La venganza ya no se sirve en plato frío, sino en tupperware. Este es un recurso que empleo en la novela porque pensé que narrada a una sola voz corría el riesgo de ser monocorde y, al final, el personaje se convierte en una especie de lobo estepario: en él viven dos individuos que se pelean pero que quieren vengarse.

-Por cierto, antes mencionaste que hubo una época en la que visitaste algunos centros penitenciarios realizando talleres para los presidiarios. ¿Te sirvió esta experiencia para recrear algunos pasajes de esta novela?

Sí, curiosamente para las partes más positivas del personaje. El protagonista aunque es un canalla absoluto tiene algunos aspectos positivos, por ejemplo, desea formarse, necesita ser un hombre mejor dentro de todo lo malo…Estas fueron enseñanzas que recibí de muchos internos a los que traté en la cárcel, incluso algunos se convirtieron en grandes lectores. Tengo una anécdota muy bonita: un día me encontré con uno de ellos en la calle, a la salida de una biblioteca en la que estaba impartiendo un taller. El hombre venía de sacar libros de la biblioteca, llevaba a Virginia Woolf y a Cortázar.

-Dos muy buenas lecturas, sin duda.

Sí, me pareció muy lindo. Siempre se puede ser un ser humano mejor.

-Me han encantado las reflexiones del protagonista narrador sobre la vida y el comportamiento que a veces tenemos las personas. Una de ellas es la conclusión que saca tras pensar que si alguien piensa en cometer un asesinato, ¿cómo puedes convencer a nadie de que no lo has hecho? Y está convencido de que uno comienza a convertirse en criminal en el momento en que ve a los demás como medios y no como fines.  “Uno no es lo que es. Uno es lo que otros piensan que es”.

El otro día leí en un estudio que el 75% de las personas ha pensado alguna vez en matar a alguien. Ha fantaseado al menos. Esa es una reflexión que le presto al personaje (hay otras que son suyas). Ahora está de moda escribir sobre psicópatas, personas que lo pasan bien asesinando. Pero, en realidad, de ahí viene la reflexión de Ulrike Meinhof que aparece en la novela. El mal absoluto es la violencia y esta aparece cuando vemos a los demás como medios para cumplir nuestros fines, en lugar de nuestros fines.

-En tus novelas reivindica el escenario Las Palmas, a la que define «como una de esas ciudades en las que los pobres fingen ser de clase media y los privilegiados se disfrazan de proletarios». Tengo la sensación de que últimamente la novela negra está huyendo de las grandes capitales y de las localizaciones de sobra conocidas por el autor y se está favoreciendo aquellas localidades menos transitadas por este género.

Estamos viviendo una verdadera revolución en ese sentido. Creo que los de provincias nos estamos comiendo la metrópolis. Es curioso porque últimamente han surgido muchos escritores vascos y canarios y yo siempre les hago la broma y les digo: “cachito a cachito nos lo vamos a comer”…Digamos que siempre hemos estado ahí pero no se nos había prestado mucha atención hasta los últimos años. Durante la Transición la gran novela negra española era la de Barcelona y Madrid. En cambio, desde hace unos años están apareciendo autores gallegos como Domingo Villar, cacereños como Eugenio Fuentes, algún autor andaluz… Entonces, van surgiendo voces de provincias que a mí como lector me resultan muy interesantes y que siguen aquel dictado que con su ejemplo nos marca Juan Rulfo: «trabajar desde lo local para lo universal».

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