Cărtărescu y las ruinas

 

 Por Amparo Morán Dorado

 

Cartarescu

 

Cărtărescu, Mircea, Nostalgia. Traducción de Marian Ochoa de Eribe.

Introducción de Edmundo Paz Soldán. Madrid: Impedimenta, 2012. 

 

« La literatura no es otra cosa que un sueño dirigido»

J. L. BORGES

Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956) es uno de esos escritores totales que confiesa, como Kafka, no poder ser más que literatura. Superviviente de la oscura era Ceauşescu, poeta beatnik en su juventud universitaria, es un grafómano compulsivo de diarios, poemas y prosa, crítico literario y teórico del posmodernismo rumano, profesor de la Facultad de Letras de Bucarest y uno de los nombres que más suenan últimamente en la ruleta literaria de los Nobel. Comenzó su incursión en la prosa en 1989 con el volumen Visul (El sueño), publicado en 1993 bajo el título de Nostalgia, al que seguirían Lulú (1994), La enciclopedia de los dragones (2002),  Por qué nos gustan las mujeres (2004) y Las bellas extranjeras (2010). Quizás su obra más ambiciosa hasta el momento sea la proustiana Orbitor (Cegador), (1996-2007), concebida como una trilogía que simboliza las alas y el cuerpo de una mariposa y que aspira a tender «un gran arco entre lo divino y lo humano», en palabras de su autor.

La intensidad de la prosa de Cărtărescu  me ha alcanzado ahora a través de los relatos que componen Nostalgia, publicada por Impedimenta el pasado 2012. La obra está concebida como un texto unitario –las historias comparten algunos personajes y referencias comunes–, con tres cuentos centrales: “El Mendébil”, “Los gemelos” y “REM”, y otros dos, “El Ruletista” y “El arquitecto”, que funcionan a modo de prólogo y epílogo respectivamente. A pesar de la estructura planteada por Cărtărescu y su concepción de la primera y última de las historias como lineales, «dos parábolas metafísicas que ilustran el poder del pensamiento asintótico», en realidad todas pueden leerse de forma  autónoma, y así la genial “El Ruletista” fue publicada como nouvelle  independiente en el 2010, también por Impedimenta.

Para Cărtărescu «El sueño no es una huida de la realidad, es una parte de la realidad trenzada de forma inseparable con todo lo demás». Ya lo dijo antes Schopenhauer: «La vida y los sueños son hojas de un mismo libro». Pero en el autor rumano, la amalgama profunda de los sueños se despliega en un universo paralelo, subterráneo, donde la ficción literaria y la representación onírica entran y salen a través de puertas comunicantes, y los sucesivos narradores acaban descubriéndose personajes de los sueños y ficciones de otros. Hasta aquí, la perplejidad metafísica de Borges y el terror de Kafka ante el fotograma de la realidad como revelado del sueño. Pero a diferencia del intelectualismo ontológico del argentino y la angustia invasiva del absurdo en el checo, la lírica oscura de Cărtărescu trabaja la sustancia pegajosa del subconsciente -una tela de araña que se repliega y expande- para traducirnos otra realidad: mágica, barroca, cargada de significaciones.

El onirismo en el que se encuadra su obra puede entenderse tanto como modelo compositivo como el resultado de una larga tradición en la  literatura fantástica rumana, que para él comienza con Eminescu y tiene como grandes representantes a Mircea Eliade, Voiculescu y Gellu Naum, entre otros. Una vena literaria en la que el surrealismo se une a la experimentación y la sátira social y tiende puentes al realismo mágico latinoamericano, a la influencia clara de Sábato y Cortázar. Con estas brújulas Cărtărescu dibuja su personal cartografía literaria, un paisaje imaginario poblado de ritos infantiles, museos subterráneos, torreones góticos y una Bucarest en sepia y negro, que no es otra que la que late bajo los huesos de su cráneo.

En cierta manera, los relatos que componen Nostalgia desarrollan una poética de las ruinas, esbozan un territorio entre siniestro y enternecedor alumbrado por la neblina fosforescente de la infancia, con sus enigmas y descubrimientos sobrecogedores, sus ceremonias ingenuas y crueles, como la sombra ilusoria  de un paraíso perdido.

Sus protagonistas son víctimas de un azar irónico, como El Ruletista, «el único hombre al que le fue concedido vislumbrar al infinito Dios matemático y luchar cuerpo a cuerpo con él», un perdedor que convierte en espectáculo la burla de sobrevivir a las balas aunque siempre apueste contra sí mismo. Emil Popescu comienza siendo en “El arquitecto” un aburrido empleado al que fascinan las posibilidades musicales del claxon de su coche, y  termina convirtiéndose en el Arquitecto universal, un hacedor de galaxias que orbitan su materia orgánica con armonías pitagóricas.

El Mendébil, protagonista del segundo de los relatos de Nostalgia, es un niño anómalo, un contador de historias maravillosas que encandila a la pandilla del barrio con sus ocurrencias borgianas, que les muestra que más allá de los juegos bárbaros en las zanjas del alcantarillado hay un universo especular e infinito que puede tejerse con el hechizo de las palabras. De acuerdo a su singular taxonomía, hay cuatro tipos de humanos: «los que no han nacido, los que viven, los que han muerto, los que ni han nacido, ni viven, ni han muerto. Estos son las estrellas». Y a estos últimos parecen destinados sus alucinados discursos. Es también esta una historia sobre la pérdida de la  inocencia, pues en la ternura infantil se esconderá implacablemente –como en los sacapuntas con formas de blandos animalillos– la cuchilla del sexo, el despertar a la adultez.

Dice Cărtărescu que el mito del andrógino es uno de los artefactos literarios más recurrentes en su obra, a partir de su convicción de que la bisexualidad –al menos la mental– está presente en todos nosotros. Lo desarrolla primero en  Lulú y constituye el núcleo generador del relato “Los gemelos”, donde el travestismo inicial del protagonista anticipa la fractura definitiva de su identidad personal. El joven Andrei, un poco trasunto del estudiante Cărtărescu que refugia su inadaptación en la obsesión literaria, exorciza su pasión por la voluble Gina sometiéndose a una metamorfosis, que es kafkiana en el proceso narrativo pero remite finalmente al ángel terrible y bello de Rilke. El amor es para él absorción, mutación en el doble o hermano del otro sexo, como esa muerte que en “El Ruletista” es «el gemelo negro que nace con uno.»

El caleidoscopio de los sueños, la infancia mítica, el poder generador y farsante de la literatura, la articulación de lo grotesco y lo lírico, confluyen poderosamente en el más acabado de los relatos de este volumen, el magnífico “REM”. Su protagonista, Nana, que aparece como personaje circunstancial en el relato “Los gemelos”, desteje para su joven amante –del que sabemos que escribirá después “El Ruletista”– la malla donde se entrelazan sus fabulosos juegos de niña. También aquí, como ocurría en “El Mendébil”, Nana constatará la quiebra de la inocencia y cosechará las revelaciones inevitables que conlleva crecer: que no hay mayor crueldad que la del ángel exterminador del tiempo; que la juventud  bajo las ramas de ese manzano que cantaba Dylan Thomas no regresa jamás.

REM (es clara la alusión a la fase del sueño donde es más frecuente la actividad onírica) es explícitamente en el texto de Cărtărescu uno de los nombres del Aleph borgiano: un Mundo que incluye todos los mundos, una Historia que cuenta todas las historias, un Sueño de sueños y –finalmente– en la melancólica conclusión de Nana: «un estremecimiento del corazón ante la ruina de todas las cosas (…) tal vez, la nostalgia». También el título del original donde un desconocido escribe su vida, todas las vidas. 

Dice el narrador de “El Ruletista” que los personajes nunca mueren mientras haya alguien que los lea. Yo auguro a los de Cărtărescu una larga y merecidísima existencia.

 

 

 

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