«Las sombras de la vigilia», de Esteban Maldonado

ENFRENTAR LA REALIDAD.

Por Faustino Lobato. 

Esteban Maldonado (Cádiz, 1989) publica Las sombras de la vigilia (Kristal, editorial). Este es un libro de poemas de 123 páginas, con prólogo biobibliográfico y un epílogo. Su contenido, una “mezcla” de versos y fotos en blanco y negro, nos lleva a pensar que estamos ante una poesía visual muy particular. 

Mirando el título: nos encontramos con un binomio icónico singular que nos hace reflexionar. Así, considerando la imagen sombra, y sin hacer psicologismo, esta nos conduce al inconsciente, a lo que reprimimos o mejor a lo que callamos. Aunque para el autor las sombras son los propios poemas. Por otro lado, la imagen de la vigilia tiene el toque de lo mistérico, de la espera. En definitiva, esta segunda imagen no es más que el estado en el que el yo literario se encuentra. Interesante combinación la de estos dos términos que provoca introducirse en el libro para descubrir, como lector, cuáles son las sombras que nuestro autor imprime al yo-vigilante-nocturno. 

El contenido, en líneas generales, es intimista y a veces dramático. En él encontramos ecos de Bukowski o del realismo sucio del vasco Alexander Drake. En realidad, a medida que vas leyendo los poemas, tienes la sensación de estar ante una road movie nocturna donde el yo lírico reflexiona sobre su existencia; sobre el devenir y el futuro incierto que depende de sus adicciones. “Me pregunto qué he hecho con mi vida,/ y no sé muy bien qué debo responderme.”

Los treinta y dos poemas del libro configuran una arquitectura curiosa donde el yo lírico se enfrenta con la realidad más cruel, la soledad y la muerte.  

Los cinco primeros poemas, todos de tres versos, nos llevan a hacer un extraordinario viaje nocturno. Un viaje donde los sueños provocan la lucidez: “Llega la noche/ …se encienden los sueños”. Una paradoja interesante, porque cuando oscurece en el exterior el interior se ilumina. 

Y mientras la noche avanza, [en el coche], atrás queda el pasado. Y en este panorama, donde la conducción nocturna es la protagonista, aparece el instinto de la criatura desde el que brota el aullar de los sentimientos, como un lobo ante la luna llena. Al yo que observa el viento le trae (los) lamentos/ entre los pinos verdes. Tiene el corazón roto.

Hasta aquí la historia que nuestro autor nos cuenta tiene ese tinte nostálgico de un noctámbulo, sensible al menor movimiento de la realidad circundante. 

La noche abre al misterio de lo desconocido y a la pregunta no querida, es donde surgen las dudas: “me quieres, le pregunté, / y solo el silencio/supo contestar”. Las preguntas se repetirán en otros pasajes, pero esta vez con la retórica de no hallar respuesta: “la mejor/ forma/ de responder/ a una/ pregunta es/ formulando/ otra.” Un poema éste donde la ordenación versal provoca lentitud en la lectura hasta provocar el silencio meditativo. 

Importa resaltar, como una realidad literaria extraordinaria, las imágenes argumentales. De esta manera, hay que observar que todos los poemas se van ordenando en una espiral donde los primeros aumentan su contenido icónico en los otros que le suceden. Quiero fijarme en las imágenes que, a mi parecer, son las más centrales de la obra. Las imágenes son las del cigarro/fumar y el humo de éste, así como la ceniza. Estos elementos serán fundamentales en el paisaje oscuro y nostálgico de la obra. Imágenes que tienen un componente de fragilidad y que provocan una reflexión continua desde las primeras páginas del libro.

Las imágenes del cigarro y la del fumar se acercan a la finitud. El icono argumental escogido a lo largo de la obra es la del cigarro: mañana serás ceniza, dice el yo literario mientras apura (su)vida / calada tras calada. La otra, la del hecho de fumar es agotarse, destruirse: “ha sido fumar(me) y esfumarme, sin más. // Y ahí, en el cenicero, reposan/ todas mis ilusiones  y esperanzas/ reducidas a cenizas: /los últimos restos de mi pobre existencia “. Brutales afirmaciones que más adelante se convertirán en cenizas: “Mi vida se reduce a cenizas.” Será una breve reflexión mientras fuma donde claramente el yo literario expresa este sentimiento de lo último e inevitable: Cigarrillo en mano/ apurando la vida/ esperando la muerte.” Por otro lado, el gesto de fumar tiene una vertiente muy explícita que es la de “quemar las penas”. 

La imagen del humo tiene el sentido de lo pasajero y engañoso, de lo que está y es aparente, pero en un instante deja de existir: “Mientras fumo tranquilamente / en esta silenciosa habitación, / observo cómo las volutas de humo/ se van disipando en el aire.”

La ceniza es la imagen de lo terminal, de la disolución en nada: Mañana serás ceniza; el lugar donde todo se ha quemado: Y ahí, en el cenicero, reposan / todas mis ilusiones y esperanzas/ reducidas a ceniza: // los últimos restos de mi pobre existencia”; …mi vida se reduce a cenizas. Aunque para el yo lírico es también el lugar del retorno: “he vuelto a resurgir/ de las cenizas del pasado. / He sobrevivido al incendio”.

La obra de Esteban Maldonado apunta a una realidad meta-poética que no debe escapar a quien lea la obra. El yo literario, identificándose con el autor, dice a pleno corazón: Fuiste dejando tu vida / en las páginas del libro. Aún siento los latidos. Para nuestro autor escribir y observar son una realidad única. 

Escribir tiene sus luces y sombras, lo sabemos bien quienes nos ocupamos de ello. Aquí, en este libro de poemas, se llega a indicar hasta el mínimo detalle por muy banal que parezca: Siempre escribo/ bajo la luz del flexo. / Confidencia nocturna. Y será la luz, otro de los elementos icónicos que desbordan por las esquinas de este libro, los apuntes nocturnos así lo expresan:  Una farola encendida/ al borde la acera. / Luz desperdiciada.

Hay quienes piensan que escribir es terapéutico, y no les falta razón, sin embargo escribir es también un hecho terrible, es un grito ante aquello que nos cuesta enfrentar y nos disgusta. Nuestro autor lo hace, encara la vida al revés y encuentra la bondad de lo que posiblemente se haya perdido por no estar atento, vigilante, en este caso, sí que se está. Para nuestro autor escribir es un arma (des)cargada, y tomando prestado un verso de Paco Ibáñez manifiesta:  Dices que la poesía es un arma/ cargada de futuro, / ahora nos damos cuenta/ de que ya no nos quedan más balas.

Sí, hay mucha verdad en la poesía de Esteban Maldonado, un futuro cierto a pesar de lo brusco y sucio de algunos poemas que, por ser así, nos ponen ante nosotros mismos. Hay muchos cuando, muchas noches y amaneceres, mucho patear la ciudad y bastante soledad, mucha madrugada insomne al intentar escribir, algo, lo que sea… El yo literario reconsidera la decisión/ de prescindir de los placeres y hábitos insalubres, / Y tras unos minutos de intensa reflexión, / reconoce que este no es el momento/ oportuno para dejar / de fumar y de beber. Replantearse algo, como lo hace nuestro poeta, es tomar el pulso de lo que somos. Y este es el sentido de la escritura hiperrealista y de la conciencia de nuestro autor que tiene, cada vez más sentido, en esta sociedad del consumo y de lo light.  

Estaban Maldonado tiene la habilidad, en este libro, de llevarnos al frente, de mirar al norte, aunque sea con escepticismo: Ayer y hoy, y yo en medio/ observando el futuro. Aquí está el escepticismo propio, de quien viene de vuelta de muchas batallas y antes de actuar, con actitud de un auténtico kinicós (cínico) observa, como el que abre una puerta, (un amanecer), o se asoma al balcón para mirar la realidad desde arriba: 

Después de la tormenta
el asfalto brilla como la piel de ballena,
y la lluvia ha dejado
charcos en las calles
-fragmentos de un espejo roto-
donde la luna, cansada y jadeante,
contempla su triste rostro pálido.

En este poema -de los últimos del libro- parece sintetizarse todo lo dicho en la obra. Hay un después de lo terrible, pero siempre se puede escribir y mirarse en los pedazos rotos de la vida. Unos versos paradigmáticos donde la imagen de lo materno, la luna, interviene para contemplarse en la realidad sin escamoteos. 

Una sugerencia: para leer este libro de poemas recomiendo escuchar la quinta sinfonía de Dmitri Shostokocich. Nuestro autor se refiere a este músico en uno de sus poemas finales. La música es una de las herramientas que Esteban Maldonado tiene en cuenta a la hora de escribir y hacer hablar a ese yo literario en sus reflexiones más íntimas: “Cuando en plena madrugada, me siento a la máquina/ e intento escribir algo, lo que sea, / mientras en la radio suenan los Nocturnos de Chopin

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