Universo Nooteboom

 

cees nooteboomUna vida de viaje y poesía: Universo Nooteboom

 

Por Aymara Arreaza R.

 

El índice promete una sugerente lectura. Se cataloga la escritura de Cees Nooteboom como poética además de filosófica y se traza también el largo camino recorrido por él como ensayista, narrador y viajero.

Encuentro varias intersecciones en Universo Nooteboom: una recopilación plural y más de cuatrocientas páginas que se adentran en las sensaciones y criterios que despierta este autor. Este volumen dedicado al “holandés errante”, que abre la colección de ensayo de la editorial Candaya a la literatura universal, es un viaje introspectivo por el mapa nooteboomiano y a su vez un reflejo de las múltiples caras del escritor, quien se reconoce en unos textos más que en otros, tal como señaló en la presentación del libro en Barcelona.

 

Sigo hojeando el ejemplar y me pregunto si este inventario lleno de sorpresas, que modela un retrato cubista donde proliferan los matices y líneas de fuga sobre la figura del escritor, está dedicado exclusivamente a académicos o críticos literarios. La respuesta no es instantánea, hay que meditarla mientras se va explorando el Universo Nooteboom. Intuyo al menos dos tipos de lectores que se pueden interesar por esta publicación: los que quieran formar parte de una especie de cofradía laica en torno a los registros del autor y a los que les encanta leer variaciones de dietarios, y en ese caso la apuesta de Candaya es una rara avis porque incluye las reflexiones de otros en torno a Nooteboom pero también las de él en formato entrevista y en un modesto y cuidado audiovisual.

 

Los caminos para emprender este libro son múltiples y varían según las inquietudes de quien se acerque a este particular universo. Compartiré la ruta que tracé una vez que tuve el ejemplar en mi mano y que ha resultado ser mi modo preferido de abordarlo: invirtiendo el orden del índice. Saltarse el tramo filosófico para abordar el ensayístico. En las páginas dedicadas a la escritura que aborda la experiencia de lo sensible, del ser en la palabra, me encontré con el acercamiento que hace Marina Gasparini Lagrange al artículo “Dentro del ojo del huracán” y al ensayo El enigma de la luz. Mientras ella vuelca sus pensamientos en una especie de devolución a las reflexiones del autor, yo me detengo, como si se tratara de una estación en la lectura, en su modo de nombrar el universo del holandés: “La pintura era para él otro modo de viajar, un espacio abierto a la exploración, un nuevo desvío en la curiosidad, un camino lateral que se adentraba en el misterio de la mirada”. Es ese desvío lo que fundamenta la manera de abordar la literatura de Nooteboom, y en el acercamiento a su obra, ese puerto de varios anclajes y de tierras por descubrir siempre desde el interior, amarran también autores como Alberto Manguel, Clara Janés, Antón Castro y Victoria de Stefano, entre otros.

 

Si algo puede ser extrapolable de Universo Nooteboom es precisamente la voluntad de sus compiladores, Erik Haasnoot y Astrid Roig, de contagiar la sensibilidad del escritor holandés tanto entre los especialistas de su obra como entre los que nos iniciamos en ella. Este libro rastrea una constante: un autor que se enuncia con la noción de que siempre se está comunicando o con los muertos, o con el arte, o con Poseidón, o con los lectores… Y desde estas coordenadas, las fronteras que marcan los editores (filosofía, narrativa, poesía, ensayo y viaje) se difuminan porque la pluralidad de visiones que ofrecen los críticos reunidos coinciden en que para Nooteboom la escritura es una vía para enunciar preguntas frente al desconcierto y eso parece estar en todos los géneros.

 

Apéndice de viajero

Cuando terminó la rueda de prensa me crucé en la barra del café con Nooteboom, quien necesitaba una pausa después de soportar una hora de variopintas preguntas. Le dije:

—No le preguntaré nada más sobre el libro, pero me gustaría contarle que voy a Japón.

—¿Cuándo te vas? —me preguntó con alegría cómplice.

—En una semana.

—Entonces tienes que saber que los japoneses no nos entienden. No te preocupes, la mímica te ayudará. Tienes que ir a Kioto y caminar por los templos. Tengo una obra recién publicada sobre este viaje. Se llama Saigoku. Allí voy contando mi experiencia y dialogo con la antigua novela Genji, de Murasaki Shikibu. La pena es que Saigoku no ha sido traducido del alemán al español y no creo que se traduzca. Mi editor me comentó que sería muy caro reproducir todas las imágenes. Pero está en japonés, quizá lo puedes encontrar en alguna librería nipona.

—Claro —le dije—, pero no creo que lo pueda leer.

—Pero verás las imágenes de mi compañera de viaje, Simone, y los pergaminos que fui recopilando en cada templo, un regalo que nos dan a los peregrinos por haber llegado hasta allí. Tengo ganas de volver a Japón —articula este pensamiento en voz alta y parece proyectar un nuevo viaje a esas tierras. 

—¿Cuántas veces has ido? —le pregunté ahora tratándolo de tú, con una confianza que fluía como si el tiempo nos hubiera concedido la cercanía de este encuentro fortuito.

 —Doce, pero quiero volver.

—Estoy ansiosa —le comenté—. Sé que será un desplazamiento distinto a todos los que he hecho hasta ahora, algo nuevo.

—Me gustaría saber de tu viaje cuando regreses. Escríbeme y cuéntame —me dijo.

Seguimos hablando de otros libros, de su fascinación por Japón y finalmente me comentó que había estado en Venezuela en 1983.

Nos despedimos y me encaminé a donde tenía estacionada mi bicicleta. Recordé entonces una de las líneas del artículo de Juan Villoro en el apartado de “Narrativa de ficción” de Universo Nooteboom: “Cees Nooteboom viajó por primera vez al extranjero al estilo holandés: en bicicleta”. Sonreí, me puse el casco y cuando empecé a pedalear pensé que uno de los secretos de los ochenta (y joviales) años de Nooteboom está en el desparpajo ante lo nuevo y en la camaradería con lo desconocido.

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