Técnicas de iluminación (Eloy Tizón)

 

 

El aclamado narrador Eloy Tizón (Madrid, 1964) acaba de publicar su tercer libro de relatos Técnicas de iluminación (Editorial Página de Espuma), título que ya ha cosechado excelentes críticas y una calurosa acogida por parte de los lectores. Tizón pone así fin a un silencio de siete años tras la aparición de Parpadeos en 2006, y nos ofrece el que sin duda ya es uno de los grandes acontecimientos del género del cuento en nuestro país. Como homenaje hemos decidido dedicarle en Culturamas un monográfico que se extenderá a lo largo de toda la semana, y que incluirá la presente entrevista a Eloy Tizón firmada por Juan Gómez Bárcena (martes 10 de diciembre), una reseña a cargo de Sonia Aldama (jueves 12 de diciembre) y una segunda reseña de Luis Borrás (sábado 14 de diciembre). Esperamos que os guste. 

 

Por Juan Gómez Bárcena

 

Eloy Técnicas

 

1.- Parece haberse creado una euforia generalizada en torno a la publicación de “Técnicas de iluminación”, de forma que muchos se han atrevido a decir que es tu mejor libro hasta la fecha. No te pregunto si estás de acuerdo, pues imagino que escoger un solo libro de tu trayectoria es tan difícil como reivindicar un solo hijo, pero ¿cómo estás digiriendo este éxito?

Está siendo un poco vertiginoso. Con mis anteriores libros no había pasado nada parecido, así que no me lo esperaba. He tenido la gran suerte de contar siempre con buenas críticas (a veces incluso exageradamente buenas), y con el respaldo incondicional de un puñado de lectores fieles (benditos sean), pero este último libro está generando una oleada de entusiasmo y calidez que no había sentido antes. No es solo el clamor generalizado de buenas reseñas y entrevistas en los medios; también lo percibo en las presentaciones, cara a cara, en las redes sociales y en los mensajes privados que recibo tanto de otros escritores como de lectores desconocidos. Imagino que se deberá a diferentes factores: la larga espera, la fe y el compromiso editorial con sus autores por parte de Páginas de Espuma, además de la energía desplegada por el propio libro, que por lo que parece está pulsando determinada cuerda en la sensibilidad de un número creciente de lectores.

2.- ¿Cuál fue el proceso de escritura del libro?

Muy lento y laborioso, con muchas dudas. Con parones de meses durante los cuales apenas escribía (había asuntos prácticos que reclamaban mi atención urgente y que me desconcentraban completamente del estado mental que necesito para escribir). No deseo entrar en detalles, pero ha sido una época revuelta, nada propicia para la creación literaria. El libro avanzaba un poco, se detenía. Volvía a avanzar. Algunos relatos me convencían y otros no. Los descartaba. Llegué a pensar que no lo sacaría adelante; no me sentía con fuerzas. Fue difícil reunir diez piezas satisfactorias, sin páginas de relleno. Huía de escribir cuentos “per­fec­tos” y fríos, buscaba todo lo contrario: emoción y desequilibrio. Intensidad, en una palabra. Yo digo que es un libro escrito con paciencia de relojero; pero no para encajar las piezas en su sitio, sino más bien para desencajarlas.

 

Eloy Ángel Navarrete

                                                                           © Ángel Navarrete

 

3.- En “Técnicas de iluminación” combinas textos con un cierto hilo argumental (“Manchas solares”, “Alrededor de la boda”) con otros en los que la trama es más im­pre­­cisa (“Merecía ser domingo”). ¿Es ésta una alternancia buscada?

Sí, totalmente buscada. Algo así no se improvisa. Dado que me encuentro escindido entre la atracción por lo na­rra­tivo tanto como por lo no narrativo, he procurado alcanzar un punto de equilibrio –siempre inestable– para contentar a mis dos mitades. Hay piezas en las que predomina más la narratividad (eso que, para entendernos, se llama “contar una historia”) y otras donde me he volcado más hacia mi lado desobediente, en las que prevalecen la creación de atmós­fe­ras, los elementos sensoriales, el amor por la música, etc., sin que haya una línea argumental tan definida. En algunas partes de este libro me he dejado llevar más que en los anteriores. Me he permitido a mí mismo ser menos controlador. Dependiendo de qué clase de lector seas, preferirás unas u otras.

4.- Suele afirmarse que tus textos coquetean con la poesía o que tienen una sensibilidad lírica, pero yo me atrevería a ir más lejos y decir que son de hecho poemas y relatos al mismo tiempo, o mejor dicho, que lo que estás defendiendo es una ruptura con las fronteras tradicionales de los géneros. No sé qué opinas de esta afirmación.

Me gustaría mucho que fuese cierta. Me alegra que lo digas. Si lo dijese yo, sonaría pretencioso. Espero no serlo, pero para mí son relatos que son poemas. En general, descreo de las fronteras excesivamente rígidas en lo tocante a los géneros literarios. Me parece que a veces todos (me incluyo) pecamos de demasiado estrictos y puritanos en cuanto a lo que se puede y no se puede hacer en literatura. ¿Por qué tiene que haber tantos dogmas? Creo que no pasa nada por saltarse algunos de vez en cuando, que es saludable e incluso liberador. No le veo mucho sentido a escribir relatos, hoy en día, a la manera tradicional. Si ya están escritos (y muy bien escritos, por cierto: muchos son insuperables), para qué repetir el mismo modelo. Mejor probar otras vías.

El arte debería fomentar la libertad, no constreñirla. En prin­cipio, creo que en una página se puede hacer de todo. Lo que no quiere decir que todo valga. En literatura no todo vale, pero se puede hacer de todo. 

5.- Parece que hay una gran presencia del movimiento y del tema del viaje en el libro. Ya el primer cuento, “Fotosíntesis” comienza con una hermosa reflexión sobre el acto de caminar como representación de la vida. Más tarde vemos los trayectos su­bur­banos de la protagonista de “Ciudad dormitorio”, el efecto de un viaje en la pareja de “Los horarios cambiados”, el viaje juvenil y epifánico de “Alrededor de la boda” o el congreso en Suecia durante el que el protagonista recibe una terrible noticia en “Nautilus”. ¿Es este eje temático una elección premeditada?

Fue saliendo así. No es algo que tuviera planificado hacer de antemano. Soy de la opinión de que hay que dejar que los motivos, las obsesiones, las imágenes recurrentes, vayan aflorando solos a la escritura, de manera orgánica, sin forzarlos, hasta dibujar o desdibujar ciertas líneas de fuerza. No hay ninguna necesidad de forzar nada, nunca. Para mí, esos desplazamientos espaciales tienen que ver con sentir la necesidad de arrancar a los personajes de su hábitat natural, en el que están a salvo, protegidos por la costumbre, y arrojarlos a un medio desconocido, algo loco, a ver cómo se desenvuelven. Saco al pez de su pecera y lo traslado a otro acuario distinto, con otras aguas, entre anguilas. Es obvio que cuando estamos lejos de casa somos más vulnerables, y esa vulnerabilidad me permite observar mejor a los personajes, bajo otra luz, descubrir otros matices o hacerlos evolucionar en direcciones im­pre­vis­tas.

 

Eloy Nuria Soler

                                                                                 © Nuria Soler

 

6.- Un recurso que me ha parecido fascinante en tu prosa es el uso de constantes enumeraciones, en las que se alternan siempre elementos inesperados que pasan de lo concreto a lo abstracto, de lo cotidiano a lo extraordinario.

Sí, reconozco que me gusta mucho enumerar (a veces demasiado, podría objetar alguien). Es mi manera de ordenar y desordenar el mundo. De hacer un inventario de lo existente. Es algo que me permite romper la cadena lógica del pensamiento racional, al introducir en la lista elementos que no pertenecen a la misma inercia del discurso y que de hecho lo torpedean y lo ponen constantemente en tela de juicio. En ello hay algo disparatado que me fascina. Recuerdo a menudo una frase del escritor Paul Claudel (ahora convertido en monstruo): “¿Para qué sirve el escritor si no es para llevar las cuentas?”

En efecto: si no es para llevar las cuentas, ¿para qué otra cosa sirve un escritor?

7.- En “Los horarios cambiados” hay una lúcida reflexión del acto de escribir que me encantaría que nos comentaras. El protagonista, que es escritor, está buscando el lugar idóneo para escribir, en el que espera escribir “cómodamente”, hasta que llega a la siguiente conclusión: “…hasta que un día terminé rindiéndome a la verdad: que no existe nada parecido a un lugar acogedor para escribir. Que escribir es, en sí mismo (tiene que serlo), lo contrario del hogar: un lugar inhóspito, manicomial, un sótano con poca luz y humedad excesiva. Desde entonces dejé de buscar, me conformé con lo que tenía, me relajé. Asumí que escribir no es ese espacio apropiado para instalarse en él durante largas temporadas, sino solo para hacer visitas breves, entrar y salir, y el resto del tiempo pasarlo fuera y a ser posible lejos, cuanto más lejos mejor. Y en esto –pero sólo en esto– se parece un poco a la felicidad”. Me parece una observación muy interesante, que comparto plenamente. ¿Cuánto te reconoces en esta visión del acto creador de tu personaje?

Esas son opiniones de un yo exagerado, que aparece cuando escribo. Las comparto hasta cierto punto, aunque yo no soy –creo– tan radical. Cuando introduzco reflexiones en los textos, no sé por qué, pero algo me empuja a que sean rotundas, inflexibles. No pueden ser pensamientos modositos, no, sino pensamientos apaches, casi brutales. Es lo que me demanda el texto, y yo siempre le hago caso al texto, que sabe más que yo.

En este ejemplo que has puesto, sí comparto la idea de que la escritura puede llegar a ser un espacio que te ahoga. Demasiada literatura mata. Hay que aflojar la tensión un poco, salir a la calle, ver mundo, desintoxicarse, ocuparse de otras drogas, hablar con personas de otros ámbitos, perder el tiempo (es decir: aprovecharlo bien), para evitar vernos reducidos al triste papel de “literatos”. Qué feo es eso, ¿no?; la palabra misma es horrible. Nos guste o no, a la larga estamos con­de­na­dos a representar ese papel, pero al menos hay que resistirse un poco, no dar demasiadas facilidades ni ceder tan pronto, escabullirse o, como diría mi amigo Andrés Neuman: hacerse el muerto. Esa es la idea.

8.- Además de cuentista también eres un celebrado autor de novelas (Labia, Seda salvaje, La voz cantante). ¿De qué forma cambia tu forma de escribir a la hora de en­frentarte al género de la novela?

Te agradezco eso de “celebrado”, porque al menos yo tengo la impresión (y no creo equivocarme) de que mis novelas, salvo excepciones, no han interesado a casi nadie. Han sido poco leídas y menos valoradas, pese a que deposité un cariño especial en Labia. En todos mis libros he puesto el mismo empeño, te lo aseguro, pero mis tres libros de relatos han despertado reacciones mucho más generosas que mis tres novelas. ¿Por qué? No lo sé bien. Tal vez sea cierto que los relatos son superiores (aunque yo no lo creo), o por encasillamiento y pereza de algunos lectores propensos a etiquetar de una vez por todas y a no moverse de ahí, o por una mezcla de factores que se me escapan. Pero eso es lo que ha ocurrido, para qué en­ga­ñar­nos.

En cualquier caso, la diferencia entre unos y otras, a la hora de trabajar, es menor de lo que se piensa. Ambos géneros los abordo con parecida pasión y similares ganas de probar, de explorar, de intentar algo que no haya hecho antes. El hecho de que las historias sean más o menos largas afecta únicamente a mi organización interna, a cómo distribuyo mi tiempo y logro (o no) disciplinarme. En cuanto al resto, no cambia mucho. De hecho, aunque pueda parecer lo contrario, los libros de relatos tardo más en escribirlos y me cuestan más esfuerzo que las novelas.

Eloy mma Rodríguez

                                                                                 © Emma Rodríguez

 

9.- ¿Qué presencia de lo autobiográfico hay en tu literatura? Hay algunos relatos, como “Alrededor de la boda”, que invitan a creer que están fundadas en una bellísima experiencia personal.

Aquí, con tu permiso, prefiero ser discreto y no descorrer del todo la cortina. Parte de la magia de la escritura reside, en mi opinión, en que el lector no sepa con exactitud cuánto hay de autobiográfico y cuánto hay de inventado en lo que lee. Idealmente, el lector debería recibir la impresión de que todo lo que narro es algo vivido, que tiene el sabor de una auténtica experiencia. Me esfuerzo para que mis historias transmitan esa sensación de verdad; que no suenen a falso ni a impostado. Digamos que en la mayor parte de estos cuentos hay un sustrato biográfico, que es el suelo del relato, a partir del cual invento situaciones, personajes y episodios, de modo que vida e imaginación están amasadas y se potencian (ojalá) la una a la otra.

10.- Eres un autor relativamente lento, al menos en el ritmo de publicación. ¿Existen otros muchos libros que se han quedado por el camino, o bien es ese tiempo sosegado el que necesitas para madurar tus proyectos?

Por el camino no se ha quedado ningún libro completo, aunque sí bastantes esbozos de relatos, en diferentes grados de materialización. La razón es muy simple: no alcanzaban el nivel. Algo fallaba en ellos: la voz, la estructura, no me enamoraban lo suficiente como para seguir adelante y profundizar en ellos. Por supuesto, escribo mucho más de lo que publico, que es una parte pequeña de toda mi producción. Mi idea, que yo encuentro bastante razonable –aunque a muchos les parece descabellada, no sé por qué– es publicar solo cuando considere que tengo algo interesante que decir. Y el resto del tiempo, a ser posible, mantenerme callado, al margen e invisible.

11.- Se respira una perfección en tus textos que hace pensar no sólo que cada palabra está cuidadosamente elegida, sino que existe un intenso proceso de reescritura.

Sí, así es. La reescritura, en mi caso, juega un papel esencial. En entrevistas recientes, tanto Richard Ford como Manuel Longares coinciden en reivindicar el aspecto artesanal de la escritura. Sí, la literatura es algo artesanal que nos permite ir más despacio. La vida pasa demasiado deprisa; no da tiempo a saborearla. La literatura nos ayuda (o nos obliga) a ver las cosas con calma, de cerca, detenidamente. Es como cuando viajamos en coche y sufrimos una avería: se nos ha pinchado una rueda. Hay que pararse, observar, mirar –quizá por primera vez– dónde estamos. De otra forma, cruzaríamos el paisaje sin ni siquiera notarlo. Esa rueda pinchada es la literatura. Un fastidio al tiempo que una oportunidad.

12.- ¿En qué crees que ha cambiado tu prosa y tu concepción de la literatura desde tu brillante debut en Velocidad de los jardines?

Ahora tengo más canas, y mis libros también. Literariamente, no creo haber cambiado tanto. Con matices, pero aún me reconozco en esa voz. Mucho más joven, claro está, pero sigue siendo la mía. Quizá ahora me he vuelto más luterano a la hora de escribir, y ya no me permito ciertas licencias formales, ciertos excesos, que tienen que ver con la juventud y la sobredosis literaria, con esa impetuosidad adolescente de ser escritor o nada. Hoy soy más austero, pero casi todo lo demás se mantiene. En lo que sí he evolucionado es desde el punto de vista vital; en eso no soy el mismo, claro. En veinte años largos se viven muchas experiencias, buenas, malas y regulares, y todo eso te condiciona y te cambia la mirada. Yo diría que la diferencia entre mi debut narrativo y este último libro tiene que ver con una visión más profunda y matizada (así lo espero, al menos) de la naturaleza humana: eso son las canas. Por lo demás, no veo mis libros como una sucesión de títulos aislados, independientes unos de otros, sino como un proyecto unitario, a largo plazo. Quizá estoy equivocado o peco de optimista, pero creo que el conjunto se mantiene y es, dentro de lo que cabe, bastante co­he­ren­te.

 

Eloy Conocer

                                                                           © Conocer al autor

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