memoria, literatura y Jorge Sempún

 

Por Anna María Iglesia

@AnnaMIglesia

¿La memoria, se preguntaba hace algunos años Todorov, es un remedio contra el mal? «La esperanza del alcanzar un estado definitivamente libre del mal es una esperanza vana», concluía el pensador francés. La historia más reciente, confirma las desesperanzadoras palabras de Todorov para quien, a pesar de no vislumbrar como posible un estado libre de mal, esa paz perpetua sobre la teorizó idealmente Kant, la memoria se hace imprescindible, no como remedio, pero como modo de hacer pervivir a modo de relato la historia pasada, esa historia marcada por la contradicción, por el mal y por el bien; tener memoria implica, afirmaba Todorov, «no olvidar que bien y mal brotan de la misma fuente, y que en los mejores relatos del mundo nunca están separados»

Tumba de Primo Levi
Tumba de Primo Levi

Hoy, 27 de enero, ha sido definido como día de la memoria de la shoah, de lo que todavía hoy muchos consideran el episodio más abyecto y más inhumano de la historia. Seguramente, las dimensiones que tuvo el genocidio de millones de judíos,  las deportaciones y las torturas, el aniquilamiento sistemático de un pueblo, así como de disidentes políticos, homosexuales o discapacitados y la proclamación de la superioridad de una raza han hecho de Auschiwtz no sólo el episodio más negro de la historia, sino metáfora de la ausencia de límites en el odio y en el inconmensurable mal del que es capaz el ser humano. Ha pasado más de medio siglo y, si bien toda comparación resulta inapropiada, la historia vuelve a repetirse, en otros lugares, con otros rostros y con otros medios, pero aquel Auschiwtz que hoy recordamos todavía perdura: desde los Balcanes hasta Palestina, de Chechenia a Somalia, del Sahara a Siria, pasando por las dictaduras militares de Argentina o Chile. «La perpetuación del sufrimiento tiene tanto derecho a expresarse como el torturado a gritar», escribía Th. W. Adorno en su Dialéctica Negativa; hoy recordamos ese sufrimiento, ese grito sordo del torturado que demasiado tardó a escucharse. Fue solamente después del conflicto, cuando los supervivientes pudieron hablar de cuánto habían vivido entre los infranqueables muros de los campos, pero ¿cómo narrar lo inenarrable? ¿cómo hablar de aquello que no puede ser ni siquiera pensado? «Sólo alcanzarán esta sustancia, esta densidad transparente, aquellos que sepan convertir su testimonio en un objeto artístico, en un espacio de creación. O de recreación», escribió Jorge Semprún en su novela La escritura o la vida, escrita años después de El largo viaje, su primer intento de reescribir la experiencia de los campos. Escrita en clandestinidad en un apartamento de Madrid, El largo viaje es el primer acercamiento de Semprún a la escritura como única manera de testificar, de hacer memoria y, sobre todo, de remediar a través del recuerdo y del testimonio el mal cometido. Defraudado por la política, Semprún descubre en la literatura el posible remedio para el mal, un remedio que incapaz de cambiar el pasado, pero que puede modificar el porvenir. La ficción narrativa custodia así aquella memoria y, a la vez, se convierte en la expresión más potente y más privilegiado del sentido de cuánto aconteció, pues, como decía Semprún, «la verdad esencial de la experiencia no es transmisible. O mejor dicho, sólo lo es mediante la escritura literaria». Y, sin embargo, no pocos se preguntarán: ¿cómo ficcionalizar, cómo crear y recrear lo humanamente inconcebible?

 

Escena de la película Shoah
Escena de la película Shoah

 

Con su extraordinario film Shoah, Claude Lanzamm regresaba a los parajes en los que, años atrás, llegaban los trenes cargados de personas, recorre los distintos campos de trabajo y de concentración, de Treblinka a Auschwitz, ahora vacíos, reconvertidos en museos del horror. Se acerca a los vecinos de los pueblos que rodeaban aquellos campos, aquellos vecinos que entre la ignorancia de cuánto acontecía, el miedo y la lucha por la propia supervivencia, miraron hacia otro lado a pesar del gris humo que cada atardecer cubría el cielo. Lanzmann viaja hasta Israel para conocer aquellos supervivientes que decidieron regresar a la tierra prometida, una tierra que, para muchos de ellos, significó el silencio de cuánto habían vivido; pocos quisieron hablar, el dolor los enmudecía. A lo largo de las siete horas de metraje, Lanzmann no reconstruye en ningún momento los hechos vividos, éstos son los evocados por las imágenes del presente y los testimonios de quienes lo vivieron; en su debate público con Spielberg, Lanzmann recriminó al director norteamericano de querer poner imágenes a aquello que no tenía, ¿cómo representar una cámara de gas? ¿cómo poder representar lo que allí dentro de vivía, lo que allí dentro moría asfixiado? La evocación es el único medio para hacer pervivir aquellos hechos: es imposible ficcionalizar aquello que no puede pensarse. En sus novelas Si este es un hombre y La tregua, Primo Levi relató su experiencia, relató aquello que vivió y aquello que, con el paso del tiempo, su memoria retuvo;  no trató de rellenar los vacíos provocados por el olvido, Levi siempre negó haber recurrido a la ficción para narrar su experiencia. No se puede crear aquello que no puede ser pensado. Tampoco se puede escribir, pensó durante mucho tiempo Levi, quien decidió transcribir sus experiencias para dar voz a quienes ya no la tenían, a quienes no consiguieron vencer a esa maquinaria de la muerte. ¿Por qué he sobrevivido yo y no los demás? Se preguntó Primo Levi, herido por un sentimiento de culpa, la culpa del superviviente, que, al final, venció la batalla. Semprún, sin embargo, no tuvo dudas: así como Beatriz Sarlo encontró en la literatura «las imágenes más precisas del horror del pasado», Semprún sabía «la realidad suele precisar de la invención para tornarse verdadera». Para el escritor español el artificio fue siempre indispensable para poder escribir, para poder relatar su experiencia y, sobre todo, para poder llegar al lector: «¿cómo contar una historia poco creíble, cómo suscitar la imaginación de lo inimaginable si no es elaborando, trabajando la realidad, poniéndola en perspectiva? Pues con un poco de artificio». De este artificio, surgió el personaje de Hans Freiberg, una imagen en la que se reunían los distintos rostros y las distintas historias de todos aquellos a los que Semprún conoció a lo largo de aquellos años; la ficción fue, para Jorge Semprún, la manera de dar sentido y, sobre todo, de dar forma y perpetuidad testimonial y narrativa a lo inimaginable: la ficción hacía la verdad, verosímil, pues de lo que se trataba era de destacar «su sentido fundamental».

semprúnNo desaparece la memoria en la literaturización de Semprún, al contrario, en sus textos, impregnados por la retórica y por los inevitables olvidos -«sólo unos pocos instantes perduran espontáneamente a la luz del recuerdo»-, el sentido de aquellos hechos pervive sobrepasando los límites temporales y las circunstancias histórico-políticas para convertirse en una enseñanza que seguimos sin comprender. Primo Levi negó toda posible ficcionalización, confiando en unos recuerdos que, sin embargo, son de por sí reconstrucciones de un tiempo y de unas experiencias pretéritas. ¿Es posible fiarse de la memoria? ¿A caso el recuerdo no está siempre hecho de olvidos? Semprún no tenía dudas, pues, como él mismo afirmaba, «a pesar de esta nebulosidad de la memoria, sé que las huellas de aquellos días no se han borrado irremisiblemente». La nebulosidad de los recuerdos no debe desprestigiar a la memoria, la expresión creativa debe convivir con la forma documental, con las imágenes evocadoras y con los documentos terriblemente evidentes. Las distintas expresiones conforman la memoria, pero de nada sirve una memoria museificada, convertida en un simple día de calendario, en vacuas palabras conmemorativas o maquinaria turística. De nada sirve, de nada ha servido la memoria cuando en otros lugares y con medios, vuelven a repetirse aquellos hechos, cuando Auschwitz reaparece transformado, pero provocando las mismas víctimas, el mismo dolor y el mismo horror de antaño. De nada sirve un día de la memoria si las huellas se han borrado y, sobre todo, si aquel sentido fundamental  al que apelaba Semprún ha perdido todo valor. No hay mejor memoria y, sobre todo, no hay mejor homenaje que la reconquista del sentido porque Auschwitz es más que un momento oscuro en la historia, es metáfora de la crueldad y el horror de que somos capaces, del odio y la aniquilación de vidas que sigue produciéndose ante la misma indiferencia de quienes cerraban las ventanas cuando el humo ennegrecía el cielo.

 

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