Próxima parada: Banshee

 

Por MARTA AILOUTI

Según la tradición celta existen espíritus femeninos, ángeles caídos o hadas, que con el grito de sus voces son capaces de predecir la muerte de un ser cercano. Se las conoce como banshee. Que es también el título de esta serie. Y el nombre del pueblo ficticio de Pensilvania, Estados Unidos, donde se sitúa la ficción. Un grito retorcido, a veces desagradable y probablemente innecesario, que siempre acaba peor de lo esperado. Así es Banshee. Oscura, destructiva y explícita. En exceso explícita. Y así, sin verlo venir, ya se ha ganado una tercera temporada. 

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Pero antes de entrar, sepa el visitante a donde llega.

Porque Banshee, de seguro, no es una serie apta para todos los públicos. Entre otras cosas porque buena parte de su metraje se apoya, incluso se recrea con detenimiento, en escenas de sexo y de violencia completamente gratuitas e innecesarias en su mayoría. Tachada pues por muchos de frívola y superficial, para otros, para los que de algún modo hemos aprendido a pasar de puntillas entre todos sus excesos, y divertirnos precisamente con ellos, tiene esta serie algo de adictivo. Un no sé qué, qué sé yo. Algo que expresa su protagonista, interpretado por Antony Starr, con esa  sonrisa después de cada buena pelea, aunque tenga la cara ensangrentada y se caiga su cuerpo a cachos. Algo así como que, pase lo que pase, nos lo hemos pasado bien.

Y a eso hemos venido.

Nosotros y el personaje de Starr. Y es que, como vimos en la primera temporada, si alguien está dispuesto a vivir en Banshee ese es Lucas Hood, aunque no se llame así, ni sea el Lucas Hood de verdad. El auténtico, el nuevo sheriff al que nadie conocía, tiene un agujero en la mano y está enterrado bajo tierra. A dos metros probablemente, siendo Alan Ball el que produce. Sea como sea, su cadáver es una oportunidad para nuestro ladrón que, después de 15 años en la cárcel, llega a este pueblo huyendo de los matones del mafioso Mr. Rabbit (Ben Cross) y buscando no se sabe qué. Tal vez, un botín valorado en diez millones de dólares. O a quién. Porque algunas razones siempre tienen nombre propio. Anastasia (Ivana Milicevic), Ana, como la llama él, y que ahora se hace llamar Carrie, felizmente casada y con dos hijos.

Pero allí no estarán solos. En este peculiar lugar además convivirán con un amish que ya no es amish, el poderoso y retorcido Kai Proctor (Ulrich Thomsen), un camarero expresidiario, Sugar Bates (Frankie Faison), un travesti peluquero y hacker, Job (Hoon Lee), y de fondo toda una comunidad amish y otra de indios. Poca cosa. Y agitar.

Porque precisamente aquello era lo que se le echaba un poco en falta a la serie en su primera temporada, que vuelve ahora tomándose un poco más en serio. O es solo una impresión. Que desarrollara algo más las historias que daban juego en el propio pueblo. Así, con  un Lucas Hood, el auténtico, desenterrado y vuelto a enterrar, como metáfora de lo frágil que puede llegar a ser la falsa identidad del sheriff, se nos presenta un ambiente más crispado entre indios y amish, que se perfilan como centro argumental, recobrando con fuerza su definición de western moderno, y entre los que tendrá que mediar el sheriff hasta encontrar el equilibrio, esquivando para ello a nuevos personajes como el encargado de investigar los últimos acontecimientos, el obsesivo y genial Jim Racine (Zeljko Ivanek). Porque vale que Banshee se rige por sus propias normas pero últimamente han llamado demasiado la atención. Y la ley es la ley. Aquí y fuera. Hasta que deje de serlo. Más pronto que más tarde, presumiblemente.

Y es que aquí, por tendencia general, no abundan los buenos algo malos, sino los malos algo buenos. Ni si quiera los amish que, inflexibles, tampoco dudan en arrojar a la sexy y dulce Rebeca (Lili Simmons) a los brazos de su perverso tío Proctor. Sí, otra vez él, porque su personaje macabro es una de las cosas buenas de esta ficción que, a veces sórdida, indiscutiblemente poco sutil, ofrece una gran dosis de acción y entretenimiento en estado puro, sin moldear. Y lo hace porque no tiene nada que ocultar, al menos de cara al espectador. No hay lugar para las segundas intenciones ni los mensajes velados. En un mundo donde todos tratan de engañarte Banshee es exactamente lo que es. Vende sexo y violencia. Y lo da. Y no se ruboriza ni un ápice por hacerlo. Provocativa, sincera y directa. Como un grito. Agudo y desagradable, que se te mete en la cabeza. Hasta que llegan los créditos. Y quizás no sea la mejor de las series pero para algunos de nosotros, merece la pena hacer una parada.

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