Aristóteles: «Sobre la amistad»

Por Ignacio G. Barbero.

aris_2«La amistad no sólo es necesaria, sino que además es bella y honrosa»– Aristóteles

Toda relación de amistad, que al fin y al cabo es un tipo de vínculo anclado en el más puro amor, requiere un trabajo constante de los que en ella participan. Exige, a nivel individual, estar pendiente del otro y tratarlo con suma dignidad, pues es alguien por el que tienes consideración, a quien respetas de manera incondicional. Sin embargo, en muchas ocasiones este deber no lo llevamos a la práctica, quizá por desidia, seguramente por egoísmo. Craso error en el que caemos y del cual, es probable, no nos levante esa mano amiga que hemos traicionado. Porque una amistad es fiel hija del tiempo y si la maltratamos, aniquilamos poco a poco su futuro. Se desvanece. Y persistiendo en ese injusto comportamiento, inadvertidamente nos vamos quedando solos; con casi total seguridad llegará el momento en el que no haya nadie a nuestro lado al que podamos denominar amigo.

Aristóteles (384-322 a.C), pensador absolutamente fundamental para la evolución de la filosofía y de la cultura occidentales, ahondó en la importancia del lazo amistoso con prístina claridad, exponiéndolo de manera honda, rica y concisa en su «Ética a Nicómaco», clásico moral que recomendamos leer en su totalidad. El análisis que lleva a cabo el Estagirita ocupa los libros VIII y IX de la obra mencionada y define con finura el amor benevolente y desinteresado que se da en la amistad, además de la clave esencial para entender en qué consiste ser un amigo y, por tanto, en qué consiste no serlo. No hay sensación igual a la de seguir las argumentaciones del maestro griego en un tema tan esencial para la vida de todos y cada uno. Leamos y reflexionemos:

A todo lo que precede debe seguir una teoría de la amistad, porque ella es una especie de virtud, o por lo menos, va siempre escoltada por la virtud. Es además una de las necesidades más apremiantes de la vida; nadie aceptaría estar sin amigos, aun cuando poseyera todos los demás bienes. Cuanto más rico es uno y más poder y más autoridad ejerce, tanto más experimenta la necesidad de tener amigos en torno suyo. ¿De qué sirve toda esa prosperidad, si no puede unirse a ella la beneficencia que se ejerce sobre todo y del modo más laudable con las personas que se aman? Además, ¿cómo administrar y conservar tantos bienes sin amigos que os auxilien? Cuanto mayor es la fortuna tanto más expuesta se halla. Todo el mundo conviene en que los amigos son el único asilo donde podemos refugiarnos en la miseria y en los reveses de todo género. (…) Todo el que haya hecho largos viajes ha podido ver por todas partes cuán simpático y cuán amigo es el hombre del hombre. podría hasta decirse que la amistad es el lazo de los Estados, y que los legisladores se ocupan de ella más que de la justicia. La concordia de los ciudadanos no carece de semejanza con la amistad; y la concordia es la que las leyes quieren establecer ante todo, así como ante todo quieren desterrar la discordia, que es la más fatal enemiga de la ciudad. Cuando los hombres se aman unos a otros, no es necesaria la justicia. Pero, aunque sean justos, aun así tienen necesidad de la amistad; e indudablemente no hay nada más justo en el mundo que la justicia que se inspira en la benevolencia y en la afección. La amistad no sólo es necesaria, sino que además es bella y honrosa. Alabamos a los que aman a sus amigos, porque el cariño que se dispensa a los amigos nos parece uno de los más nobles sentimientos que nuestro corazón puede abrigar. Así hay muchos que creen, que se puede confundir el título de hombre virtuoso con el de amante.

(…)

Todas las cuestiones que acabamos de indicar quedarán bien pronto aclaradas, tan luego como sepamos cuál es el objeto propio de la amistad, el objeto digno de ser amado. Evidentemente no pueden ser amadas todas las cosas; sólo se ama el objeto amable, es decir, el bien, o lo agradable, o lo útil. Pero como lo útil no es más que lo que proporciona un bien o un placer, resulta de aquí que lo bueno y lo agradable, en tanto que objetos últimos que se proponen al amor, pueden pasar por las dos únicas cosas a que se dirige el amor. Pero aquí se presenta una cuestión: ¿es el bien absoluto, el verdadero bien, el que aman los hombres? ¿O sólo aman lo que es bien para ellos? Estas dos cosas, en efecto, pueden no estar siempre de acuerdo. La misma cuestión tiene lugar respecto de lo agradable que del placer. Además, cada uno de nosotros parece amar lo que es bien para él; y podría decirse de una manera absoluta que, siendo el bien el objeto amable, el objeto que es amado, lo que cada cual ama es lo que es bueno para él. Añádase que el hombre no ama lo que es realmente bueno para él, sino lo que le parece ser bueno. Esto, sin embargo, no puede dar lugar a ninguna diferencia seria; y de buen grado diríamos que el objeto amable es el que nos parece ser bueno para nosotros.

Hay, por consiguiente, tres causas que hacen que se ame. Pero jamás se aplicará el nombre de amistad al amor o al gusto que se tiene a veces por las cosas inanimadas; porque es demasiado claro que no puede haber de parte de ellas reciprocidad de afección, como tampoco se puede querer para ellas el bien. ¡Sería cosa singular, por ejemplo, querer el bien del vino que se bebe! Todo lo que puede decirse es que se desea que el vino se conserve para poderlo beber cuando se quiera. Respecto al amigo sucede todo lo contrario; se dice que es preciso desear el bien únicamente para él; y se llaman benévolos los corazones que quieren de este modo el bien de otro, aunque la persona amada no les corresponda. La benevolencia, cuando es recíproca, debe ser considerada como si fuera amistad. ¿Pero no debe añadirse, que para ser verdaderamente la amistad, esta benevolencia no debe ser ignorada por aquellos con quienes se tiene? Así sucede muchas veces, que es uno benévolo con gentes que no ha visto jamás; pero se supone que son hombres de bien o que pueden sernos útiles; y entonces el sentimiento es poco más o menos el mismo que si uno de esos desconocidos hubiese manifestado ya la misma afección que vosotros habéis manifestado por él. He aquí, pues, gentes que son ciertamente benévolas recíprocamente. ¿Pero cómo se puede dar el título de amigos a gentes, cuya reciprocidad de sentimientos no se conoce? Para que sean verdaderos amigos es preciso que tengan los unos para con los otros sentimientos de benevolencia, que se deseen el bien, y que no ignoren el bien que se desean mutuamente por una de las razones de las que acabamos de hablar.

Los motivos de afección son de diferentes especies, lo repito; y por consiguiente los amores y las amistades que causan deben diferir igualmente. Así hay tres especies de amistad que responden a los tres motivos de afección; y para cada una de ellas, debe haber reciprocidad de amor, el cual no ha de quedar oculto a ninguno de los dos que le experimentan. Los que se aman quieren el bien recíproco en el sentido mismo del motivo porque se aman; por ejemplo, los que se aman por interés, por la utilidad que pueden sacar el uno del otro, no se aman por sus personas precisamente, sino en tanto que sacan algún bien y algún provecho de sus relaciones mutuas. Lo mismo sucede con los que sólo se aman por el placer. Si aman a personas de costumbres también ligeras, no es a causa del carácter de éstas, sino únicamente por los placeres que les proporcionan. Por consiguiente, cuando se ama por interés y por utilidad, sólo se busca en el fondo el propio bien personal. Cuando se ama por placer, sólo se busca realmente el placer mismo. En estos dos casos, no se ama aquel que se ama por lo que es realmente, sino que se le ama sólo en tanto que es útil y agradable. Estas amistades sólo son amistades indirectas y accidentales; pues no se ama porque el hombre amado tenga tales u cuales cualidades, cualesquiera que por otra parte sean ellas; sino que se le ama en un caso por el provecho que procura y por el bien que facilite, y en otro por el placer que proporciona.

Las amistades de este género se rompen muy fácilmente, porque estos pretendidos amigos no subsisten largo tiempo semejantes a sí mismos. Tan pronto como tales amigos dejan de ser útiles o no presentan el aliciente del placer, se cesa al momento de amarles. Lo útil, el interés, no tiene nada de fijo, y varía de un instante a otro de una manera completa. Llegando a desaparecer el motivo que les hacia amigos, la amistad desaparece en el acto con la única causa que la había formado. (…)

La amistad perfecta es la de los hombres virtuosos y que se parecen por su virtud; porque se desean mutuamente el bien en tanto que son buenos, y yo añado, que son buenos por sí mismos. Los que quieren el bien para sus amigos por motivos tan nobles son los amigos por excelencia. De suyo, por su propia naturaleza, y no accidentalmente es como se encuentran en tan dichosa disposición. De aquí resulta, que la amistad de estos corazones generosos subsiste todo el tiempo que son ellos buenos y virtuosos; porque la virtud es una cosa sólida y durable. Cada uno de los dos amigos es bueno absolutamente en sí, y es bueno igualmente para su amigo; porque los buenos son a la vez y absolutamente buenos y útiles los unos para los otros. también se puede añadir que son mutuamente agradables, y esto se comprende sin dificultad. Si los buenos son agradables absolutamente y si lo son también los unos para con los otros, es porque los actos propios, así como los actos que se parecen a los nuestros, nos causan siempre placer, y que las acciones de los hombres virtuosos son virtuosas también o por lo menos son semejantes entre sí. Una amistad de esta clase es durable, como puede fácilmente concebirse, puesto que reúne todas las condiciones que deben encontrarse en los verdaderos amigos. Y así toda amistad se forma con la mira de alguna ventaja o con la mira del placer, sea absolutamente, sea por lo menos con relación al que ama; y además sólo se forma a condición de una cierta semejanza.

Todas estas circunstancias se encuentran esencialmente en el caso que indicamos aquí: en esta amistad hay semejanza al mismo tiempo que hay todo lo demás, es decir, que de una y otra parte son absolutamente buenos y absolutamente agradables. Nada hay en el mundo más digno de ser amado que esto, y en las personas de este mérito es donde se encuentra generalmente la amistad, y la más perfecta. Es muy claro, por otra parte, que amistades tan nobles han de ser raras, porque hay pocos hombres de este carácter. Para formarse estos lazos se necesita además tiempo y hábito. El proverbio tiene razón cuando dice que no pueden conocerse mutuamente los amigos, «antes de haber consumido juntos una talega de sal.» Tampoco pueden dos aceptarse ni ser amigos antes de haberse mostrado uno y otro dignos del mutuo afecto, ni antes de haberse establecido entre ellos una recíproca confianza. Cuando dos crean amistades tan rápidas, desean indudablemente hacerse amigos; pero no lo son y no lo llegan a ser verdaderamente sino a condición de ser dignos de la amistad y de conocerse bien mutuamente. El deseo de ser amigo puede ser rápido; pero la amistad no lo es. La amistad sólo es completa cuando media el concurso del tiempo y de todas las demás circunstancias que hemos indicado; y gracias a estas relaciones llega a ser igual y semejante por ambas partes, condición que debe existir también cuando se trata de verdaderos amigos.

2 thoughts on “Aristóteles: «Sobre la amistad»

  • el 25 junio, 2014 a las 12:08 pm
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    Gracias por seleccionarnos estos bonitos fragmentos. Dan sentido profundo a muchas frases hechas que ya se nos ha olvidado por qué se dicen (del estilo «amigos de verdad se tienen muy pocos», etc.). La deuda que la cultura occidental tiene con Aristóteles no se puede medir. A nivel individual es el pensador que más me ha dado a cambio de los esfuerzos que he hecho por entender sus argumentos. Podría decir, sin exagerar, que en muchos sentidos ha cambiado mi vida. ¿Sería posible que alguno de nosotros pudiera causar un efecto parecido a otros humanos del año… 4300 aprox.?

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