Sólido y gaseoso

 

Por Luis Borrás

 

Otxoa

 

Julia Otxoa. “Escena de familia con fantasma”.140 páginas.

Prólogo de Ángeles Encinar. Menoscuarto. Palencia, 2013.

En ningún otro lugar como en un libro de relatos podemos experimentar los cambios de estado de la materia. La física y la literatura en una curiosa relación. Pasar de lo sólido a lo gaseoso, del calor a la congelación en un corto espacio de tiempo. Y estos cuentos de “Escena de familia con fantasma” de Julia Otxoa son un buen ejemplo.

Empieza muy bien, más que bien con dos microrrelatos excelentes: “Bibliotheke” y “Lámpara suiza”. Las bibliotecas convertidas en charcuterías y un “señor oscuro” -una mezcla de carnicero, cirujano y taxidermista- que “se ocupa de la disección del lenguaje armado de cuchillos, cinta métrica y báscula”. Dos micros de imágenes contundentes, realmente originales en su planteamiento, mensaje y profundidad.

Y en los dos siguientes, de repente, lo que antes era sólido y prometedor se transforma en gaseoso, se hace vapor. Con “El traductor” y “Marcel Sasot campeón de halterofilia” no entiendo qué quiere contar, a dónde quiere llegar ni transmitir con la historia, a no ser que sea ¿el sueño de un hombre-cigarra?. Soy viejo para jugar a las adivinanzas y demasiado joven para apuntarme a cursos municipales de artesanía con miga de pan. Pero con el siguiente micro: “Hilvanados”, recupera de nuevo, con imaginación y lenguaje, el estado sólido perdido. Y así el libro se convierte, cuento tras cuento, en un constante vaivén en el que se van alternando micros o relatos breves excelentes como “Paisaje para frac”, “Pintor perfilador”-éste produce el entusiasmo de la maravilla- “Juramento”, “El testamento de Ulises”, “Arquitectura contemporánea”, “Primavera” o “Café Voltarie” con otros como “La Polar”, “El tren peonza” o “Fuera de plano” que se cristalizan como la escarcha y se disuelven a temperatura ambiente.

Movimiento pendular que no resulta exacto como el de un metrónomo o el deshojar una margarita sino que se mezcla con estados intermedios de agua templada en las buenas y originales ideas de “Cosmética para cerdos”, “Cajitas” o “Colocación de lunas” y  que en otras ocasiones se acaba enfriando de golpe -como en “Las desventuras de Frankenstein” con un final que lo carboniza- o se convierten en reflexiones inofensivas -como en “Metrópolis”– o en divagaciones culturetas -como en “Los dos guerreros” o “Dos viajeros”– o dejan al lector huérfano y sin final tras unos puntos suspensivos como en “La señorita Hanna”: “…aquí el lector puede continuar por su cuenta este pequeño relato, desarrollando su imaginación hasta límites increíbles” . Interacciones o ejercicios de empatía (algunos cursis les llaman guiños) que me fastidian porque me parecen los deberes para casa que pone el profesor cansado de un taller de escritura a sus alumnos virtuales.  

Pero no quiero que esto – a pesar de ese vaivén- parezca el baile de la yenka. En general los relatos mantienen una temperatura constante gracias a un lenguaje preciso y cuidado, un acuario limpio en el que conviven cincuenta criaturas de diferente tamaño y belleza; y esa es una virtud que hay que reconocerle a Otxoa; pero creo que si por algo destacan estos cincuenta textos es por la crítica social, política y artística de sus argumentos. Cuando acierta (a veces le da por el escorzo, la elipsis y el camuflaje) nada es inocente o simple devaneo. En Otxoa la palabra se convierte en pedrada en el ojo o seta venenosa. 

Crítica o denuncia social que está en todos esos que para mí son brillantes ejercicios literarios y que unas veces va desde el realismo individual o de comunidad de vecinos al absurdo municipal o universal, y con la ironía y la imaginación como armas de gran calibre para tratar la decadencia y la transformación, el mercantilismo, la deshumanización, la miseria o la manipulación de esta época y este mundo en el que nos ha tocado vivir.

Crítica política en la que se encuentran los cuentos más ácidos y salvajes, los más grotescos y esperpénticos, las grandes hipérboles producto de la vergüenza y desconfianza en los políticos en esta época (que nos ha tocado vivir) de corrupción en partidos y sindicatos y que nos dejan el mensaje necesario de que no perdamos nuestro sentido crítico y nos convirtamos en mudos corderos o borregos a los que se les ha practicado una leucotomía. Crítica que extiende al nacionalismo (español, vasco y extranjero) y a sus típicas exhibiciones pero que hoy -además de esos estereotipos en los que incide Otxoa- está más por la imposición, la falsificación de la historia, el adoctrinamiento y la mitología. 

Crítica del arte que es con la que más he disfrutado –y con la que más me identifico sin duda- en la que mediante el humor y la reproducción denuncia el engaño de ese teatro del absurdo moderno y experimental, perfomance vacía de contenido que pretende que callemos por miedo a quedar como ignorantes y no nos atrevamos a decir que, simplemente, nos parece una tomadura de pelo.

 

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