(TA) LEGO Película

Por Juan Luis Marín. Todos dicen que me he quedado anclado en los 80 (mi hermano, anticipándose al fenómeno, el primero). Pero por primera vez, y por muy orgulloso que estuviera de ello, algo ha cambiado: no me siento solo.

Con «fenómenos» como Yo fui a EGB, que empezó como blog y ahora, convertido en libro, va por la novena edición, o (por poner solo un ejemplo) la página dedicada a las películas de la Cannon de los primos judíos Menahem Golam y Yoram Globus, responsables desde la saga Desaparecido en combate a Maniquí pasando por Yo, el halcón El guerrero americano, toda una generación reivindica aquella década que va muchísimo más allá de la movida madrileña (no todos sus hijos somos drogadictos o alcohólicos) o la moda basada en tachuelas y hombreras.

La fuerza de aquellos años no se queda en la nostalgia de unos cuantos «anclados»: cada vez son más las cadenas (o canales) musicales que se centran en los A-Ha, Spandau Ballet, Fine Young Cannibals y demás antes que sucumbir al patético y clónico abanico (comercialmente hablando) del panorama musical actual; y el cine no deja de sorprendernos con su vacío creativo, recurriendo a clásicos como Robocop, Footloose, Karate Kid, Le llaman Bodhi (la lista es interminable)… para intentar revitalizar la taquilla con sus remakes.

Pero si hay algo que ha sobrevivido al paso de los años, en un sector, para más inri, como el del juguete, donde la tecnología sumada a la estupidez son capaces de hundir hasta las muñecas de Famosa, es LEGO.

He de confesarlo: yo siempre fui más de TENTE. Igual que más de Geyperman que de Madelman, o de Clicks que de Airgamboys. Pero el hecho es éste: que existan hoy día niños que se diviertan construyendo y jugando con LEGO es un milagro solo a la altura de que Santiago Segura dirija algún día algo que no sea Torrente o José Luis Moreno caiga bien alguna vez a alguien.

Además de una lección magistral de marketing.

Porque lejos de intentar combatir a su peor enemigo (y el de cualquier juguete), los videojuegos, LEGO se ha aliado con ellos, consiguiendo que superhéroes, franquicias cinematográficas, incluso estrellas del deporte, se metamorfeseen en su mundo para ser disfrutados en las consolas de todo el mundo.

LEGO, la película, ha costado una talegada.

Pero su despliegue presupuestario está a la altura del creativo. Sumergiéndonos en ese mundo ochentero (y positivo) donde unos personajes que no dejan de ser «muñecos» (sublime Batman) vapulean en carisma y capacidad de empatía a los cientos de actores truño que interpretan personajes truño en películas, ahora sí, de MIERDA.

Creo que era el único adulto no acompañado de un niño que había en la sala.

No me hacía falta.

Porque el niño que fui (y a mucha honra sigo siendo) estaba conmigo.

Después de ver LEGO, la película, solo pude decir una cosa:

«Qué coño, es fabulosa»

 

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