Boris Rozas, premiado con «Invertebrados»

TIEMPO CRUZADO Y RECOBRADO EN ‘INVERTEBRADOS’ DE BORIS ROZAS

 

invertebrazos, Boris RozasPor Carmen Ruiz Barrionuevo (Catedrática de la USAL)

 

Invertebrados, señalado con el galardón del I Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador,  nos presenta una propuesta poética de gran lucidez, no en vano Boris Rozas (Buenos Aires, 1972) tiene ya la experiencia de cinco libros anteriores. Los versos de este poemario se organizan en el doble nivel que todo poeta maneja, el lingüístico, con una clara conciencia del instrumento de la palabra, y la temática, imbricada indisolublemente en la primera, y que en este caso se arraiga en el nivel de la vida cotidiana. Poeta de su tiempo, actúa desmitificando el sujeto poético. No hay aquí, como es natural, nada oracular ni jerárquico. El poeta se instala en el horizonte del lector y eso mismo incide, en estos tiempos nuestros, en la eficacia de su palabra.

 

Ya a partir de las vanguardias los poetas han ido descendiendo hasta el nivel que los empareja con el resto de los mortales, sin perder su empuje sin embargo, o más bien ganando en auténtica presencia. Esa verticalidad que advertíamos en el poeta vate del primer tercio del siglo XX, que se ufanaba de permanecer por encima de los hombres ha ido convirtiéndose en otra cosa, en una mayor igualdad, en un deseo de llegar al lector, convenciéndole, sin imponer su prestigio, sino su palabra. El poeta no es ahora un oráculo sino alguien mucho más cercano, que incluso asume compartir la misma clase social y por supuesto la vida de todos los mortales. Boris Rozas desmitifica esa postura en este libro a través de una actitud cotidiana, lúdica, irónica y antisolemne, aunque sin pretenciosidad.

 

Hay que recordar que una parte importante de la poesía actual, sobre todo la poesía que se ha llamado coloquial o comunicante, ha intentado desde la segunda mitad del siglo XX, devolver al idioma su función comunicativa junto con las ideas y las emociones. Con ello los poetas pudieron introducir nuevos elementos con el fin de acabar con esa cultura aceptada como única posible, y provocar la incorporación de nuevas formas, nuevas temáticas, que permitieran expresar mejor las cosas de su entorno. De este modo la poesía ha ido introduciendo las formas del juego, la ausencia de puntuación, el verso libre de métrica y retoricismos, pero no se prescinde de la imagen, del montaje, la intertextualidad, el humor. Y así con estas técnicas, se elabora una forma distinta de ver la vida, menos grandilocuente, menos sublime, más lúdica e inesperada, más anclada en las verdades esenciales, que también son cotidianas, de todos los hombres. Y es que en el fondo el poeta vate invadía las geografías de lo accesorio, y frente a esos gestos, los poetas del presente asumen la ausencia de jerarquías en el lenguaje y las temáticas, introduciendo todos los recursos del idioma, para generar nuevas imágenes y ensanchar así las dimensiones de lo nombrado.

 

Invertebrados es el título del libro. Creo pensar que esa palabra que lo nombra presenta una visión del mundo, juega con su sentido (vertebrar, invertebrar), declara una reflexión e inquiere sobre nosotros, duda de nuestra vertebración y nos pone en un nivel de inestabilidad y de retroceso dentro de los órdenes del mundo animal. Pero también, al mismo tiempo, es una propuesta al lector, que debe vertebrar cada una de las tres partes, cada uno de los poemas, por lo que se presenta como un reto y un juego. El libro se abre con la propuesta titulada “Crucigramas”. Crucigramas de palabras cruzadas, pero también de lugares cruzados en la vida, azar, hallazgo y destino. Esos cinco poemas que lo integran, despejan lo que podemos llamar la cartografía de lo cotidiano, el aprendizaje del camino, los gestos, las palabras que nacen y hacen, el desenfado, la ironía, con su constante lúdica, como cuando nos habla del reto de “no resistirse ante los pequeños / encantos que alumbran los pasillos / de nuestro viejo piso, un quinto sin ascensor”. Para dar un paso más enseguida e insertar la oralidad y el humor en una apertura comunicante: “así hacemos ejercicio, dicen tus padres, / que nunca les falta razón en esta hora”.

 

De ese modo se nos van modelando las primeras palabras del crucigrama, que surge a la vez en la geografía contada y en la escritura, es la casa, el lugar desde el que se habla, la casa como centro, lo que encadena una serie de aditamentos, la familia, el hijo, el “pequeño marinero”, ante el que se estabiliza el mundo: “se reordena con calma el mundo / a tus pies”, pero también no debemos olvidar que en definitiva estamos ante un ejercicio de escritura en el que las lecturas literarias resultarán decisivas e irán apareciendo como sucesivos acicates intertextuales. El verso se constituye en herramienta vital: “Mi tierno verso escrito aún en leche tibia / cierra con fuerza su puño / como queriendo sujetar el llanto de lo incomprensible”. Casa, familia, hijo, verso, son palabras que inician el crucigrama, que es el enigma por descubrir, sendero, laberinto, pero también construcción hecha de palabras.

 

El segundo poema  de esta primera parte diseña la cotidianidad de la casa, pero fusionada, más que el anterior, con el destino del hacer con la palabra, pues a los gestos de la mañana se une el libro abierto, la cotidianidad vivida con la poesía, “ambas mandan en la mañana”. E insiste: “Con la decisión / del libro abierto, me acerco al abismo / del cruce de caminos”. Pero es en el tercer poema donde se acaban las dudas, y “Viene la gloria extraída de eternos crucigramas / de amor, caldo con hueso / de esta vida a veces silenciosa”.

 

Si este poema nos ilumina sobre la vida aceptada como sendero complejo y permanente crucigrama, en el poema siguiente se hace alusión al título del libro, Invertebrados, pues a la imagen de la mosca pegada a la pared que ve pasar, a través de sus sentidos, la vida “bajo el signo del libre albedrío de los invertebrados”, se añade la espacialidad: “la mosca pegada a la pared / dibuja instantes con halterios inventados”, y modula aun más: “bajo el hábito cansino de los invertebrados”, (aclaremos que los halterios son órganos que facilitan el equilibrio del vuelo en las moscas). Esa identificación con las moscas, el paralelismo sugerido con los invertebrados, se facilita a través de la llamada intertextual con Kafka, así como muy pronto hará alusión a las actitudes, a las lecturas y a otros personajes de ficción,  tan necesarios pero eludibles, “No soy el príncipe Mishkin” el protagonista de El idiota de Dostoievsky, “No soy el extranjero de Camus”, descarta, y asume gestos contundentes desde las lecturas y actitudes, para plantear la elección de su propio destino. “Prendo fuego a mi vida cada verano” como “vigía entre invernaderos”.

 

El segundo apartado del libro es el más largo y toma como centro una referencia literaria, La señora Dalloway (1925) la novela de Virginia Woolf.  Sus siete poemas, de muy desigual extensión, conforman el centro sustancial del libro con la aglutinación de los temas abordados en los poemas precedentes. El título, “Sra. Dallaway”, que puede parecer críptico, se despeja más adelante con la alusión al comienzo de la novela, pues la señora Dalloway dijo que compraría las flores ella misma, “alborotada por tanta nieve en la trastienda de los años” aclara el autor.

 

Es decir que el sujeto poético resuelve lo mismo en el poemario, rebuscar en el fondo de su propia presencia abordándolo mediante una dicotomía temporal que opone al niño con el adulto. Por eso esta percepción es tan importante aquí, y se inicia con el afianzamiento del marcaje de las estaciones y la transformación de los seres: “yo también he cambiado de color mi piel marrón”. Es entonces cuando, en ese otoño que comienza y se prolonga en el invierno del adulto, se enciende el mediodía en la contemplación del niño, y las “tiernas rosaledas del amor” se oponen al “pétalo gris de la noche” porque “la rosa de té difumina tu esencia”.  Aun más, el adulto expresa arrepentimiento en ese invierno que le inmoviliza: “Pudiendo amanecer a tu lado todos los días de mi vida elegí la perenne ignorancia del ciprés”.

 

El desamor en el adulto, la soledad, el barco a la deriva, sirenas tentadoras traen como consecuencia esas confidencias: “no entiendo el canto de este mundo” y “pastoreo por entre las vueltas de tu pelo / para salvar los muebles de mi vida”. Pero esa transformación suya es también una modificación por la presencia del nuevo ser, porque aunque “Retirado casi siempre en mis sueños más sombríos”, “Me faltan versos para contarte”, “y entre tus dobleces siento / que se van filtrando para siempre / mis utilitarismos de trastero”. Un diálogo posible se abre frente a la dureza de la vida. Sería el momento de recordar un juego intertextual que, para alguien como yo resulta llamativo, y es la conexión temática con el poemario de Martí, Ismaelillo (1882), autor, que yo recuerde, el primero en cantar al hijo de forma moderna.

 

Pero, claro, el tiempo y la poesía se han hecho otros y el tono directo martiano se trasforma aquí en sugerencia y pudorosa insinuación, en presencia intuida y sentida. Pero no deja de haber sutiles concomitancias y un elemento constante en los dos es la ternura, que se agazapa en el poema segundo, se esconde, caminando de puntillas, cobrando nueva vida: “ya está uno pensando / en todos los recreos / que por el horizonte asoman, como todos / los años en invierno”. Todos los poemas de este apartado prolongan la temática ya establecida y así el poema tercero consolida de nuevo la casa como centro: “La tibia luz de la casa cuna del amor por lo infinito”, gozne sobre el que gravita todo, mundo resguardado de la inclemencia exterior, “el viento barre los intersticios / de la terraza”. Lo mismo sucede en el cuarto poema cuando dice “este eterno invernadero que hemos construido”, centro de reclusión y verdad que insiste en la elusión de la trascendencia adoptando la cotidianidad. Casa y nuevo ser son las constantes de este apartado como se percibe también en el poema quinto que es el canto a su piel, al tiempo perdido y ganado con metáforas tan definidoras como “mar circadiano de flores”. Libros, lectura, literatura se integran en la vida y la completan, no existe una oposición entre los dos espacios, la vida se anexa a lo literario y no rechaza exaltaciones como la que culmina en el poema sexto, hermoso poema breve, canto al niño:

Qué hermosura la tuya

cuando no conoces ni nuestros nombres,

la llanura imberbe de tu pecho

recién acostado sobre la hierba.

 

Adulto y niño se erigen en opuestos como se va percibiendo en estos versos, pero la contemplación del nuevo ser produce olvido del adulto “enterrado en el sudario de la existencia”, y frente al color negro que lo define, unido al transcurso del tiempo, que simbolizan los días de la semana, la infancia está marcada por el color blanco y el agua, la inmersión, el baño en el agua, una temporalidad estancada a la que añora volver pues eligió erróneamente ser adulto, “hacerme de madera y ornamento /, hombre rinconera, contracción de caracol / pudiendo amanecer / a tu lado y bañarme todos los días en tu orilla”.  

 

En estos versos de Boris Rozas hay una llamativa recurrencia estilística, que son las repeticiones de versos, que convierten el poema en algo de letanía o de salmodia y lo cargan de algún entrañable misticismo. Paralelismos efectuados con frases como “tus padres, / que nunca les faltó razón / en esta hora”, o ese “no podría ser de otra manera” o la insistencia en que la acción del hijo y su existir “va filtrando como siempre mis utilitarismos de trastero”.

 

Los temas y procedimientos que señalamos, así conformados, desembocan en “Flores de otro mundo” tercer apartado con seis poemas, que pivotando en la atracción por el nuevo ser, su piel, su sonrisa, salta al origen, a la época de la infancia, la juventud y la llamada al amor. Algunas referencias geográficas ayudan a vivir esa felicidad, “tu tierno amor romántico” y sugerir un “lecho sin flores de otro mundo”, o un imposible mundo exento de amenazas. Continúan los poemas que recogen momentos amorosos, instantes felices en el tiempo pasado, pero es algo que solo puede capturarse en la memoria: la evocación de la infancia bonaerense en el poema segundo, la adolescencia y la música sugerente en el poema tercero, la estación del frío, el tiempo que se precipita, la juventud asociada al agua, Berlín como fondo en alguna de las vivencias. Todo se ensombrece, “Se avecina tormenta en el quicio del verano” con los recuerdos concretos de esos momentos que se desvanecen. El tiempo todo lo invade y solo queda el esfuerzo de la memoria.

 

Cierra el libro un poema largo que se constituye en epílogo y cierre, canto al  amor y lo cotidiano en la exclusiva presencia de los habitantes de la casa: “Somos flores de otro mundo, errático caballero / sin más armadura y espada que el beso sempiterno,/ no podría ser de otra manera, llevo escrita / la paz en mis ojos / y otro invierno que se pierde entre algunos brotes / de ternura”. Con estos versos del autor podemos concluir esta lectura de Invertebrados de Boris Rozas, que como todo libro de poemas requiere más que este comentario en voz alta, la lectura individual y en solitario.

 

Captura de pantalla 2014-03-24 a la(s) 11.58.37

Salamanca, 7 de marzo de 2014.

Leído en la entrega del I Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador

 

 

 

 

Boris Rozas

TRAYECTORIA DEL PREMIADO

 Boris Rozas nació en Buenos Aires (Argentina), y es licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Valladolid. Sus libros de poesía hasta la fechason: Bagajes del alma (2004), Lleno del mar(2005), Hemisferio Sur (2007), Huyendo de este jardín, me encontré con el viento (2009), Ragtime (2012) e Invertebrados (2014). Su obra aparece ya en varias antologías, entre las que podemos destacar: “Poesía Española. Una Propuesta. De la Generación del 68 a la del 2000” (2008), “La Hora Sagrada. XIII Encuentro de Poetas Iberoamericanos” (2010) y “Corazón de Cinco Esquinas. Junta de Castilla y León” (2010). Ha obtenido, entre otros, el I Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador (2013), el Premio Sarmiento de Poesía (2007), Primer Premio del XXXIII Certamen de Poesía Manuel Garrido Chamorro (2012), Accésit del Premio de Poesía Ángel Miguel Pozanco (2007)Finalista del XXII Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma (2012), Primer Premio de las XLII Justas Poéticas de Laguna de Duero (2013), Primer Premio de Poesía del XVI Certamen Poético “Villa de Ermua” (2010), en dos ocasiones Accésit del Premio Nacional Hernán Esquío de Poesía (2011 y 2012), “Botijo de Plata” en las XLVI Justas Poéticas de Dueñas (2012), Primer Premio XV Certamen Poético del Barrio de Torrero, Zaragoza (2012), entre otros.

 

 

 

 

Invertebrados

 

I                          

        

Qué hermosura la tuya

cuando no conoces ni nuestros nombres,

la llanura imberbe de tu pecho

recién acostado sobre la hierba.

 

 

II

 

Dame la mano mientras duermes esta noche, la yema rota

de tu corazón dactilar acunará mis ansias de sobrevolar este día

hasta posarme en Plaza Almagro, la única plaza pública de mi barrio,

sentarme en mi arenero a comulgar con las hormigas

mientras se entretiene el mediodía con mi boca seca, harto de esperar

por la calesita que se llevaron en el traslado de Lima Oeste.

Volveremos a pie hasta nuestra primavera recién eclosionada

junto a la torre de Santa María de La Antigua,

tu tierno amor románico atraviesa todavía mi escudo

hasta desembocar en este mar de iglesias sin crucero

mientras se entretiene la medianoche con mi torpe discurso

de hombre continental, corazón al baño María

a punto de introducirse en otro más grande para juntos

llevarse al fuego hasta la orilla de este lecho

sin flores de otro mundo.

Dame la mano mientras sueñas con Os Pinos de tu Galicia

de atardeceres plomizos y playas sin rostro,

erosionada te vieron partir los robledales sinuosos

de hoja blanda, porque creciste en suelos más hermosos

te hiciste bosque atlántico en forma de “s”

mientras al final de la Castilla llana, harto de esperar

se ha detenido en tu mirada

un pájaro de envergadura y canto pelágico,

nidificado ante la cercanía del hombre

llegado del Pasaje de Drake

hasta posarse en Plaza Almagro, la única plaza pública

de mi barrio.

 

                  

III

 

Duermen los cipreses envueltos en el perfil de tu nombre cada noche

con el alma sujetada a duras penas entre tu pelo

y mi almohada. Duermen los cipreses en tus manos de poesía

con acento extranjero, mientras quema la alborada recién abatida

entre tu cielo y mi espalda, viene la música por el aire

encajonada

a saber de mis goces pasajeros, el alma precintada

parte con otra mensajería, muy frágil, muy frágil resultó

al ser alumbrada entre los juncos de esta vida

sin ancla

que no entiende de nombres. No podría ser

de otra manera, llevo escrita la paz en mis ojos

y otro invierno que se pierde entre algunos brotes

de ternura.

Duermen los cipreses envueltos en el perfil de tu nombre cada noche

con la mirada perdida en el horizonte de las cosas

y la fría escarcha aguzando en mis entrañas de poeta

con acento extranjero, el alma precintada

por el velo sagrado del amor mientras quema

la alborada

recelosa del sueño.

 

Somos flores de otro mundo, errático caballero

sin más armadura y espada que el beso sempiterno,

no podría ser de otra manera, llevo escrita

la paz en mis ojos

y otro invierno que se pierde entre algunos brotes

de ternura.

Templo la sangre en mi ático vacío

despido al pájaro recién despertado

por el sol de la mañana, un errante caballero

sin más horizonte que el lecho

del río, entre tanto sobreviene la música por el aire

encajonada

que me lleva a otras iglesias más modestas,

pasajeros de la noche tu yugo

y mi espalda, cuencos del alma

tus manos plegadas por el mar

arrían mis velas en esta vida

sin ancla

que no entiende de otros renombres.

Duermen los cipreses envueltos en el perfil de tu nombre cada noche

enhebra voluntades el tiempo en decadencia,

oteo el páramo desnudo lleno de paisajes

clandestinos, la meseta de tu cuerpo

no alcanza para estos versos. Soy de alma

continental y verso en altiplanicie, no podría ser

de otra manera,

tiembla el zócalo de mi ático

vacío

y otro invierno que se pierde entre algunos brotes

de ternura.

 

Duermen los cipreses envueltos en el perfil de tu nombre cada noche

con la mirada perdida en el horizonte de las cosas

el deshielo ha llegado a mis raíces

de poeta

con acento extranjero, comuneros

de la fe expandida son mis versos

ahora que la llama se les apaga

en estas horas de secano.

Somos flores de otro mundo, palomares en Tierra

de Campos

pastoreando por entre los recodos

que la memoria deja

reposar en su alma de estaño,

mientras las encinas siempre solitarias

se dibujan en el perfil de la noche más eterna

y la fría escarcha aguzando

en mis entrañas de poeta,

somos alma secreta de las cosas

alumbrados entre los juncos

de esta vida sin ancla

que nunca entendió

de nombres.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *