Las expectativas

 

Por Luis Borrás

 

Temporada

 

VV. AA. “Última temporada”. Nuevos narradores españoles 1980-1989.

Selección y prólogo de Alberto Olmos. 422 páginas. Lengua de Trapo. Madrid, 2013. 

No es habitual que coincidan en los escaparates y en las mesas de novedades dos antologías similares: ésta “Última temporada” de Lengua de Trapo y “Bajo treinta” de Salto de Página;  las dos recopilando textos de autores españoles nacidos en la década de los 80. Pero no creo que esa coincidencia deba verse como una competición entre editoriales ni que resulte una innecesaria reiteración; al contrario, a mí me parece una muy buena noticia para la literatura comprobar por duplicado que hoy en día, en este universo cibernético, hay jóvenes menores de treinta años dispuestos a no dejarla morir por inanición. Se trata de sumar y no de elegir entre una u otra.

Y me enfrento a esta selección que presenta Alberto Olmos en Lengua de Trapo con el mismo sistema que a la de Juan Gómez Bárcena en Salto de Página: darme la oportunidad de descubrir a un buen escritor –lo que a mi me parece un buen escritor- que no conocía. Al fin y al cabo creo que las antologías –en la mayoría de los casos- no son otra cosa que una tarjeta de presentación. Un texto singular que te sorprende en un libro colectivo y que te lleva a buscar a ese autor por separado.

Lo que pasa es que en este caso de “Última temporada” para mí no es exactamente así porque hay algunos autores que ya conocía de “Bajo treinta” (y a algunos incluso de antes). Con lo cual la novedad –en algunos nombres concretos- se convierte en la confirmación de un bautismo sin agua bendita. En la antología de Salto de Página hay catorce autores y en la de Lengua de Trapo veinte. Y en ambas repiten tan sólo nueve nombres. Y de esos nueve que coinciden el único que me ha convencido las dos veces con dos excelentes relatos –por estilo y temática- es, sin duda,  Víctor Balcells.

De los ocho restantes también lo hace Soto Ivars, (que me confirma lo que ya sabía desde “Siberia”) pero en esta ocasión me sorprende el argumento elegido en su relato ¡Olé los tanques! : el golpe del 23-F. Y es que me llama la atención –para mal y espero que no sea tendencia- que un autor de los 80 recurra al pasado –cuando él no había nacido o llevaba chupete- para hablar de política y renuncie al hiperproductivo y pútrido presente con sus cientos de ejemplos de corrupción en partidos políticos y sindicatos. Lo mismo me sucede con Aixa de la Cruz que me sigue demostrando su talento pero que esta vez con “Abu Ghraib” me decepciona en la temática elegida. No voy a ser yo el que defienda, justifique o mire para otro lado en los casos de “guerra sucia del Estado” o de tortura policial, si los hay deben ser denunciados y perseguidos, pero me produce una inmensa lástima –y me preocupa por lo que eso puede significar de veneno metabolizado- que un narrador joven no siga el ejemplo de Fernando Aramburu y sus “peces de la amargura” y prefiera hacerle los coros a Kortatu. Cristina Morales me sigue pareciendo una magnífica escritora, pero en esta ocasión con “Fatoumata Tourai y veinticinco hijos de puta” –lenguaje provocativo a parte- me parece que utiliza la literatura para postularse como tertuliana en algún programa de debate político, noria o gallinero por el estilo. Y estoy seguro de que lo haría muy bien aunque yo no vea ninguno. Jenn Díaz mantiene el buen nivel con “El vuelo del moscardón”,  pero me pareció mucho mejor –menos naif y más original y elaborado el mensaje- en el de “Bajo treinta”. Y por último Matías Candeira que en las dos antologías reproduce la misma sensación contradictoria que tuve con sus relatos de “Todo irá bien”: una de cal y otra de arena.

Siguiendo ese mismo sistema del descubrimiento “Última temporada” me ha permitido gritar ¡Eureka! con los relatos de Roberto de Paz, Jimina Sabadú y Paula Cifuentes. Tres nombres que hasta ahora desconocía y que sumo a esa lista sin condiciones ni dudas. A ellos añado el de Juan Gómez Bárcena que no es para mí una novedad y que me confirma con su cuento “Griselle” que es un excelente narrador que se toma esto en serio y no se deja llevar por la moda, sus tendencias ni sus extravagancias.

De “Ojalá nos cogerían” de Jimina Sabadú me ha fascinado su capacidad para reproducir con fidelidad el lenguaje choni de las princesas de barrio, pero sobre todo el retrato –realista y demoledor- de dos jóvenes sin futuro –ella go-go y el portero de discoteca- que sueñan para dejar de malvivir y salvarse con convertirse en una más de esas celebridades –fama y dinero fácil- que salen en los reality de la televisión. “Los gusanos de seda” de Paula Cifuentes me ha parecido extraordinario por su armonía entre realismo y metáfora, y “N” de Roberto de Paz, igual por conseguir ese mismo equilibrio entre lo real y lo simbólico.

Y es que una de las cosas que me ha sorprendido –y para bien- de “Última temporada” es que esas preferencias mayoritarias de “Bajo treinta” por el simbolismo y el realismo de vídeo doméstico las encuentro mucho menos marcadas. Algo de lo que me alegro porque sigo pensando lo mismo que entonces: que un exceso en lo simbólico produce desafección en el lector y que ese naturalismo radical hace de la literatura una imagen nítida pero fría y vacía.

 Y en ese sentido en esta ocasión aparece la excepción de Guillermo Aguirre que si bien en “Bajo treinta” me pareció que fracasaba al unirse a ese simbolismo críptico aprovecha  –al revés que Candeira- esta segunda oportunidad con “Las obras”, un muy buen y original cuento en el que mezcla el lenguaje cinematográfico y el narrativo.

Y por último hay dos autores que siendo novedad también quiero citar: Miqui Otero y Laura Fernández porque sin convencerme completamente como Sabadú, de Paz y Cifuentes, sí que sus dos relatos me parecen dignos de mención. Miqui Otero en “Se busca insecto palo” hace un retrato hiperrealista, humorístico y patético de un espejismo que se desintegra al hacerse de día, y en su brillante prosa encuentro su mejor virtud, pero también su defecto al funcionar en parpadeos igual que las luces y el éxtasis de una fiesta ácida o rave party. Y de Laura Fernández y su “Cafeteras de Otro Mundo Vanderbilt” me parecen indiscutibles su imaginación y originalidad para hacer una crítica de una sociedad futurista, “deshumanizada” y robótica, pero el que sus protagonistas sean alienígenas convierte al relato en un cómic.

Lo mejor de estas dos antologías de “nuevos narradores españoles” es que la suma de los dos libros nos da un total de veinticinco autores. Y en ese total hay para mí algunos nombres que aciertan dos veces; otros que en una ocasión lo hacen mejor que en otra y algunos que fracasan en las dos. Hay algunos que aciertan en una antología y no están en la otra y que no hubiera descubierto si no hubiera tenido la suerte de leer las dos. Aciertos y errores que en ambos casos creo que vienen desde los dos extremos opuestos: el exceso o la escasez en las situaciones o los argumentos.  

Quizás juzgar a un autor por un texto pueda resultar precipitado o injusto. Pero ese es el mecanismo de las antologías. Una única oportunidad, aquí y ahora, para llamar nuestra atención, convencernos, conquistarnos –o no- para que le demos otra fuera de esta presentación.

 

 

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