La cupletista de la Legión

Por Miguel Ángel Montanaro. En enero de 1.921, en Beni Hassán, al sur de Tetuán, moría el Cabo Baltasar Queija de la Vega. Fue el primer caballero legionario que perdía la vida en combate y se dice que en sus bolsillos hallaron unas letras emocionadas que había dedicado a su novia recién fallecida.
Se dice también, que realizó una terrible confidencia a un compañero de armas: «¡Ojalá la primera bala no tarde en llegar a mi corazón y pueda reunirme pronto con ella!» 
A las pocas horas, en la batalla, su último deseo se vio cumplido.
No sabemos si la historia de esos versos ocultos en el uniforme del soldado caído es leyenda o una crónica verídica, pero sí, que de una manera u otra, dio pie a la célebre canción legionaria titulada El novio de la muerte; que no es el himno oficial de la Legión española, pero sí desde luego, su seña de identidad más característica.
Lo que puede que muchos de ustedes desconozcan, es que esa canción, que consigue hacer rodar las lágrimas en las mejillas de hombres y mujeres curtidos en la espartana doctrina legionaria, originalmente, fue cantada como un cuplé.
Así, en julio de 1.921, el compositor Fidel Prado, le propuso a la cantante Mercedes Fernández González, conocida artísticamente como Lola Montes, que le echase una mirada a un cuplé que sabía que la iba a enamorar.
Lola –cuya caricatura ilustra esta columna–, que había comenzado su carrera artística como bailarina y había trabajado el género musical de la zarzuela antes de pasar al cuplé –tan aplaudido en aquella década de los 20–, asistió a la audición donde se interpretaría la nueva pieza musical, en el estudio del también compositor Modesto Romero, y donde el catalán Juan Costa, escribió la música.

La cupletista leyó la letra y supo en ese mismo instante que esa canción amosorosa, tierna y cruel, pasaría a formar parte indiscutible de la historia musical española…

Nadie en el Tercio sabía
quién era aquel legionario
tan audaz y temerario
que en la Legión se alistó.

Nadie sabía su historia,
mas la legión suponía
que un gran dolor le mordía
como un lobo el corazón.

Mas si alguno quién era le preguntaba
con dolor y rudeza le contestaba:

Soy un hombre a quien la suerte
hirió con zarpa de fiera;
soy un novio de la muerte
que va a unirse en lazo fuerte
con tan leal compañera.

Cuando más rudo era el fuego
y la pelea más fiera
defendiendo su bandera
el legionario avanzó.

Y sin temer al empuje
del enemigo exaltado,
supo morir como un bravo,
y la enseña rescató.

Y al regar con su sangre la tierra ardiente,
murmuró el legionario con voz doliente:

Soy un hombre a quien la suerte
hirió con zarpa de fiera;
soy un novio de la muerte
que va a unirse en lazo fuerte
con tan leal compañera.

Cuando, al fin, le recogieron,
entre su pecho encontraron
una carta y un retrato
de una divina mujer.

Y aquella carta decía:
«…si algún día Dios te llama,
para mí un puesto reclama
que a buscarte pronto iré».

Y en el último beso que le enviaba
su postrer despedida le consagraba…

Por ir a tu lado a verte,
mi más leal compañera,
me hice novio de la muerte,
la estreché con lazo fuerte
y su amor fue mi bandera.

Ese mismo mes, Lola Montes –vestida de enfermera–, estrenó el cuplé en un espectáculo de varietés que se representaba en el Teatro Vital Aza de Málaga. Fue un éxito rotundo; tanto, que la duquesa de la Victoria, Doña María Eladia Fernández Espartero y Blanco, directora de los hospitales de la Cruz Roja en Marruecos se entrevistó con la artista en su camerino y le propuso interpretar el cuplé en Melilla para elevar la moral de las tropas españolas, que bajo el mando del general Silvetre, se disponían a realizar una ofensiva contra las cabilas insurgentes en aquellos territorios.
Lola Montes aceptó y embarcada en la compañía del cómico Valeriano León, cantó el fin de fiesta en Melilla.
Los legionarios, emocionados al no sentirse abandonados por sus compatriotas de la península, hicieron suya la canción desde la primera salva de aplausos y por orden superior se ralentizó el ritmo de la canción para adaptarla al paso de la Legión.
Y así es, como un sencillo cuplé ha sabido revelar el instante eterno de la redención personal de todo legionario, que es aquel que pudo ser un canalla en su vida anterior, pero que deja ésta, convertido en un caballero.
Un instante en el que el combatiente se envuelve en la bandera del recuerdo de la mujer que ama y a la que no da por perdida, porque sabe que la muerte no es ausencia de vida, sino reencuentro.

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