Leiva: Pólvora en Cáceres

 

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Por Alejandro Sotodosos Fernández.

Miércoles 30 de abril, 22:30 horas de la noche. El Palacio de Congresos y Exposiciones de Cáceres estaba reventar; no quedaba ni un hueco libre en sus 1281 butacas de su auditorio principal. Todo ello a pesar de la página que el equipo de Leiva, el Atlético de Madrid, estaba escribiendo en la historia del fútbol a base de bemoles, sudor y corazón.

No fue hasta las 22:50 cuando José Miguel Conejo Torres salió al escenario entre estrofas de un cumpleaños feliz que el público le regaló. Nada más acercarse al micrófono, señaló que el mejor regalo que le habían podido hacer se lo acababa de dar un tal Diego Pablo Simeone, al mando de 11 jugadores que acababan de sellar su pase a una final de la Liga de Campeones 40 años después.

Dicho esto, Los cantantes rompieron el hielo de un auditorio que tardó media estrofa en ponerse en pie y no volver a rozar las butacas en toda la noche. Con su palestina enroscada al micrófono, custodiado por su Leiband de siete pretorianos y sobre unas alfombras hicieron volar hasta al menos creyente de la religión de los versos y las balas.

Nunca nadie y Éxtasis nos hicieron ver que hay mucho Diciembre en el ADN de Pólvora. Cerca consiguió unir a todas las parejas que estaban juntas pero lejos, para seguir con Animales y recordarnos cómo sonaba la batería de Pereza en aquel lejano ya 2005.

Sin tregua, y con un solo de Juancho en mitad de Mi mejor versión, Leiva presentó a su hermano pequeño, líder de Sidecars, que acaba de lanzar su nuevo álbum, Fuego cruzado. Y Cáceres se encendía sin plomos ante los meneos de caderas del de Alameda de Osuna, que con anécdotas y cambios de guitarra alzó el vuelo al ritmo de Palomas.

No había tiempo para un cigarrillo ni para ir al baño, porque Leiva incendió las casi 1300 almas que recogían las cenizas de un Windsor que a veces quisimos. Afuera en la ciudad marcó uno de los momentos álgidos del concierto, con centenares de móviles recogiendo aquella lluvia de sentimientos que ya no entienden sin este himno a los vuelcos del amor.

Con las emociones a flor de piel aún, los focos se centraron en César Pop, el pianista y teclista. Entre convulsiones de pasión, comenzó a tocar la canción que da nombre al disco: Pólvora. El público se enterneció y acompañó a Leiva a contraluz, estrellándose a corro cerrado entre las estrofas de despedida, sabiendo que cualquier historia de desamor siempre mereció una canción como aquella.

Para terminar la terna de temas melancólicos, Aunque sea un rato nos invitó a bebernos las promesas y las dudas en el mismo trago. Tras ello, echamos la vista atrás, pasando de Satanás a La Cenicienta gracias a Como lo tienes tú.

Miedo atropelló al público sin corazón pero con toda la razón. Y tras ella, Eme dibujó un collage de sensaciones que el Calderón y Cáceres entera chilló a pleno pulmón. Le siguió Ciencia ficción, con ese toque canalla de quien ha tenido un póster y un vinilo de Joaquín Sabina en una habitación adolescente.

Leiva quiso que sonara Chuck Berry, haciendo del escenario su particular piscina privada. Nos llevó a tomar vino en La Latina con las Superhermanas, para dejarnos con la Mirada perdida, lloviendo besos de esos que van y te quitan la vida. Al final de este tema, presentó al Gato Charro y a Tuli. Era la hora de los leones. Y cada vez quedaba menos para el final.

Por un momento, el escenario se quedó a oscuras. De repente, Lei salió portando una bandera de su equipo, y el auditorio coreó el “Atleti, Atleti” mientras la anudaba al micrófono. Ese fue el preludio de Vis a vis, que nos recordó que si el mundo está del revés, habrá que buscar costuras y una pizca de locura.

Algunas gargantas pagaban las consecuencias del castigo constante de casi dos horas de concierto, aunque aún tenían cuerdas vocales suficientes para estallar con Terriblemente cruel, el single de Pólvora. Los estribillos tronaban de arriba abajo, de principio a fin.

La Leiband abandonó el escenario, dando por finalizado el concierto. Aunque aún quedaba la canción de cierre, precedida por gritos del público para que aquel idilio que había surgido no terminase nunca. Tras un par de minutos, Leiva volvió al micrófono para enseñarnos que la estrella de los tejados es lo más rock & roll de la capital. Lady Madrid fue recibida como si estuviésemos en la ciudad de los pitillos ajustados. Fue devorada verso a verso, emocionando a tantos de los que nunca hablarán los diarios, pero que no borrarán de su memoria una noche mágica en Cáceres bebiéndose a Leiva, trago a trago.

 

 

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