La infancia suicida de Verónica Qué

 

La infancia suicida de Verónica Qué

LA INFANCIA SUICIDA DE VERÓNICA QUÉ

Andrea Aguirre se escribe con A de Alejandra

 

Editado por Ártese quien pueda

 

Por Pedro Letai (escritor)

 

Los caminos de la admiración son largos, y de uno de ellos nos llega, solo un año después del excelente El ciclo lunar de los paréntesis, La infancia suicida de Verónica Qué, cuarto libro de poemas de Andrea Aguirre, la escritora nacida en Buenos Aires en 1980 y afincada desde hace tiempo, para nuestra fortuna, en Madrid. En esta nueva entrega, que también publica con mimo Ártese Quien Pueda –excelente de nuevo el compás de las ilustraciones de Cristina Rodríguez García-, Andrea entrega un diario desordenado y sobrecogedor que nos recorre como un escalofrío en blanco y negro, acaso como la propia vida de esa Verónica que nos regala aforismos tan inalcanzables como ‘Leer es un camino a medianoche’. Y sigue, ‘No se busca la sustancia en cada eje legítimo de cuerda. Las palabras no se miden con alturas’.

Los diarios de su paisana Alejandra Pizarnik, publicados en edición ampliada el pasado año por Lumen, acompañan de la mano a estos de Andrea, o Verónica, como una plantilla sobre la que se hubieran cambiado todos los nombres, después todos los lugares, y por último cada una de sus palabras hasta llegar exactamente al mismo sitio y, lo que es más importante, dejando en cada huella idénticas sensaciones que una obra, la del dietario de Pizarnik, difícil de olvidar. Andrea sigue al pie de la letra la voluntad de Alejandra, con cuyos versos se introduce cada capítulo del libro y que en su momento ya le dejó dicho cómo sobrevolar de vuelta la infancia, ‘Y, sobre todo, mirar con inocencia / como si no pasara nada / lo cual / es cierto’.

Pocos versos y ninguna estructura se mezclan con el relato autobiográfico de Verónica, siempre narrado con la imprecisión matemática de la poesía, donde los símbolos importan más que la exactitud y los hechos menos que su significado. Y es que este libro es una buena muestra del modo en que Andrea Aguirre cose la poesía a la prosa, logrando textos sugerentes, a ratos hipnóticos, en torno a los recuerdos de una niña abandonada pero a la vez aventurera y esclava del riesgo y la ironía, como una Alicia que no duda en saltar al otro lado del espejo para jugar y divertirse con nosotros y, especialmente, con las palabras.

Los poemas de Andrea Aguirre son demasiado inteligentes como para ocurrir por casualidad, y este libro intenso llena los ambientes de un cierto aroma onírico que junto a la fuerza de sus imágenes se hacen tan sugestivos que resulta fácil creerla cuando asegura: ‘Una promesa rota será una traición cumplida. Cuidado con cada palabra que regalas’.

Si Andrea Aguirre te da su tarjeta de visita y en ella pone : «Andrea Aguirre, poeta«, estará diciéndote la verdad. Todo lo que escribe, da igual si son poemas, prosa o diarios, es poesía, en formas diferentes. Y su actitud hacia la poesía también es siempre la misma: parte de la imaginación y la rebeldía, acompañada en este maravilloso viaje por la mejor de las maestras. ‘Alejandra me habla de la muerte y se ríe. Se ríe de todo muy seriamente’, escribe Andrea. Y después, por esa muerte y por todos los monstruos de la vida de Verónica, nos deja una luz encendida. Por si acaso.

 

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