Noche de Miedo

Por Juan Luis Marín. El objetivo era el Castillo de Santiuste. Y en el camino nos perdimos un montón de veces. Hasta el GPS fallaba. Presagiando una noche toledana. Algunos sustos. Y sensaciones raras. Porque incluso en el reconocimiento del milenario edificio que hicimos a la luz del día me costó orientarme en su interior. Y entrando en Sigüenza para tomar un tentempié y esperar a que dieran las doce de la noche para empezar la “investigación”, volvimos a perdernos. Como si una fuerza (energía, casualidad, llámalo como quieras…) nos estuviera tomando el pelo. O quisiera jodernos…

La noche no podía ser más propicia: una luna llena, blanca y resplandeciente como el culo de una monja, iluminando el desafiante peñón sobre el que se asienta el castillo en el que en el SX, y según cuenta la leyenda, un rey moro degolló a su hija Manuela por enamorarse de un cristiano y después se quitó la vida. Desde entonces, el espíritu de Manuela vaga entre pasadizos y almenas.

Dice Iker Jiménez que salió escopetado de allí en un par de ocasiones, cuando él y su equipo escucharon algo raro. Pues bien, nada más entrar y preguntar “Manuela, ¿estás ahí? Si estás ahí da dos golpes…”, escuchamos lo solicitado desde algún lugar del castillo.

“Manuela, si eres tú, da dos golpes”.

Y otros dos golpes más.

Pero en lugar de hacer un Iker, nos internamos con nuestros bártulos y cachivaches en las entrañas de Santiuste. Entre otras cosas por la calma con que Javi, BookBlood en el mundillo paranormal, se tomaba el asunto. Peluquero de día, investigador de lo sobrenatural de noche, con una hija pequeña que cuando lo ve salir de casa con sus “cacharros” dice “papá, ¿te vas a pegar a los fantasmas?”, y el cuerpo tatuado, como cantarían los Mojinos, “con más dibujitos que los tapones de la Fanta”, Javi lleva en esto desde que se le apareciera una “mujer” que estuvo a su lado siete años, privándole de sueño, él confiesa, “a punto de volverme loco”, y que le repetía constantemente, “aprende y me iré”.

Y fue lo que hizo. Para intentar demostrar que el más allá existe. Con él y con Víctor, del grupo Errantia, estuve en aquel castillo hasta las tres de la madrugada. Escuchamos más ruidos. Incluso en un pasadizo, llamado el de los muertos, y en el que otro equipo de periodistas hizo otro Iker años atrás, sentí una corriente fría, pero sin “corriente” de por medio, que me puso los pelos de punta. Para no sucumbir al miedo, mi mirada estaba siempre fija en la pantalla de la cámara (me tocó grabar la movida) mientras procuraba que mi espalda estuviera siempre (pero siempre) pegada a alguna pared.

Escuhamos voces en la PSB7, una radio trucada conectada a unos altavoces a todo trapo que barre a toda hostia las emisoras y por la que se cuelan lo que dicen los “entes”, se activaron los sensores de movimiento y el REM POD, algo “rompió” la rejilla láser… Incluso después de que Javi hiciera la suya, me enfrenté a una prueba de aislamiento quedándome un cuarto de hora a solas en la habitación donde Manuela fue asesinada por su padre.

De traca.

Y con los huevos en su sitio… no de corbata.

Porque lo que hace años hubiera puesto mi corazón al ritmo de un colibrí colocado de farlopa hasta las trancas ya no es un vehículo del miedo, sino de la curiosidad. Para no hacer un Iker cada vez que te enfrentas a algo que te supera… o te acojona.

Eso sí, me quedé con ganas de ver a Manuela.

Porompompón…

Aunque seguramente me hubiera quedado tieso del susto.

¡Maaaaanuela!

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