Ajoblanco, el sabor de la contracultura

Por Magdalena Cabello Palomino.

Ajoblanco

Conde Duque

Hasta el 21 de septiembre.

Una propuesta museográfica sobre la revista fundada en Barcelona en medio de la transición española rescata materiales inéditos y testimonios de algunos de sus protagonistas en el centro cultural Conde Duque. Se puede visitar hasta el 21 de septiembre.

“No tenía ganas, que nadie me dirigiese, qué tenía que pensar, qué tenía que hacer, qué estaba bien. Nosotros teníamos que experimentar por nosotros mismos el camino de la libertad”. Así de contundente contestaba a una entrevista hace unos años José Ribas, uno de los fundadores de Ajoblanco. Y ahí justamente se encontraba la clave de esta creación literaria y periodística que apareció en el año 1974, a orillas de la transición política española, en medio de un contexto político, social y cultural, sin duda, muy activo.

La cultura oficialista que aún se mostraba a la mayor parte de la población española estaba mucho más relacionada con lo que el régimen predicaba que con la realidad de los españoles y, sobre todo, con la juventud que crecía en esa época repleta de ilusiones y ganas de romper con todo lo tradicional que no encajaba en las necesidades culturales.ajo1

El centro Conde Duque de la capital, en la exposición La revista Ajoblanco. Ruptura, contestación y vitalismo, muestra un recorrido exhaustivo por las dos grandes épocas que vivió esta publicación -1974-1980 y 1987-1999- a través de materiales exclusivos o de difícil acceso, reportajes, documentos y líneas de trabajo significativas, además de varios archivos multimedia en los que una gran parte de los protagonistas ofrecen su testimonio de lo que significó Ajoblanco (Rafael Argullol, Fernando Savater, Javier Valenzuela o Félix de Azúa, entre otros).

Fueron en total 180 números, 30 especiales y una serie de publicaciones adyacentes (entre ellas, las más célebres: Alfalfa, La bañera y Xiana) las que salieron a la calle obteniendo a medida que pasaban los meses más y más lectores en todo el ámbito español. Conformada por grandes personajes de la época, la redacción de Ajoblanco  fue ante todo un festín de cultura, una celebración de nuevas visiones y un impulso para la actividad que debía dar voz a todos aquellos que, como los redactores, pretendían revitalizar la cultura. Por este motivo ellos mismos se definían, en su primera etapa, como contracultura porque, precisamente, intentaban derribar los cánones oficiales referentes al pensamiento cultural y político de la época que les tocó vivir.

No obstante, fueron numerosas las polémicas y disidencias entre los propios participantes de la publicación, aunque esto era lo lógico en un espacio donde se permitían todas las voces. En 1980 termina la primera etapa de Ajoblanco y siete años después, animada por algunos protagonistas de su creación y nuevos participantes, se pone en marcha su segunda época, ya con un cambio del formato editorial y unas duras restricciones publicitarias, ya que fue una revista en la que participaban muchos redactores, escritores y activistas, en la que se hacía un periodismo riguroso y en la que, además se ofrecía una calidad estética muy notable. Esto, y el hecho de que el lector español medio se encontraba por debajo de lo que Ajoblanco ofrecía, hizo que su segundo comienzo fuera duro.ajo2

A mediados de los noventa, los escándalos de corrupción que aparecieron en el ámbito político indignaron a la redacción de Ajoblanco que criticó esta situación muy activamente, no obteniendo, sin embargo, una respuesta ni política ni social. Los redactores comenzaron a observar la inoperancia de la revista, el sobrecoste de la tirada y la ignorancia que notaron en las nuevas juventudes del país derrotaron, finalmente, a la revista que había surgido como ruptura y vitalismo.

La exposición muestra de un modo muy completo todo el recorrido que, tanto en su contenido como en la forma, llevó a cabo Ajoblanco. Sus aportaciones en aquel concreto contexto fueron evidentes y el impulso que provocó en las voces menos atendidas hizo entender a la sociedad española que las necesidades culturales requerían una renovación, un cambio en todos los sentidos. Sin embargo, el hecho de que Ajoblanco terminase a las puertas del siglo XXI presenta una interesante pregunta que, como conclusión, abre paso a la reflexión: ¿se hace hoy más necesario que nunca el espíritu innovador y rompedor que buscaba agitar las mentes, despertarlas?

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