Qué es el compromiso con el arte para John Banville

En la literatura en inglés, los autores irlandeses han destacado por su excentricidad, cierto desenfado que les permite la pertenencia a un idioma pero desde un lugar casi marginal, lejos del canon y las academias. De Jonathan Swift y Laurence Sterne a Joyce y Beckett, el inglés de Irlanda ha sido un viento inquieto, lúdico, con cierta frecuencia irreverente pero sobre todo vigoroso en un aspecto que, al final, es el decisivo para el asombro literario: la puesta a prueba del lenguaje mismo, la exploración de sus límites, el intento de ir más allá de sus fronteras. Pocos escritores han conseguido esto, pero de pronto parece que los irlandeses lo logran con relativa facilidad.

Actualmente, uno de esos autores destacados es John Banville, novelista que recién fue reconocido con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Desde hace ya varios años, Banville ha destacado como uno de los prosistas más sensibles de la lengua inglesa, un artesano cuidadoso pero también arriesgado que quizá no por casualidad descubrió las posibilidades de la literatura en los Dublineses de James Joyce. Como cuenta en esta entrevista con The Paris Review, apenas terminó de leer los cuentos cuando ya estaba mecanografiando uno propio, con ese entusiasmo febril de la adolescencia que se atempera con el tiempo pero que signa el trabajo futuro.

Como Joyce, Banville se ha esforzado por consolidar un estilo fundamentado en el uso del lenguaje, ficciones en las que sí, es cierto, importa la anécdota y los giros de la historia, el asombro ante lo narrado, pero no tanto como la presencia del lenguaje en sí. Esa, por ejemplo, fue la cualidad que la crítica elogió cuando Banville ganó el Man Booker Prize por su novela The Sea: la maestría que el escritor había alcanzado dentro de su idioma.

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En la entrevista referida, hacia el final, Belinda McKeon lleva la conversación hacia el compromiso que el artista tiene con su obra, algo que Banville tiene bien pensado:

El arte es una labor ardua. Es un asunto de sentimiento, pero no de sentimentalismo. Lo hago para mí. La coincidencia es que aquello que hago para mí a veces resuena con las experiencias y las emociones y los deseos de otras personas. Es una especie de milagro, pero no intento que suceda: solo pasa. El arte es como el sexo: cuando lo estás haciendo, nada más importa. […] Cuando trabajo, no me preocupada nada más, ni siquiera yo mismo. Toda mi concentración está dirigida a la página. Lo demás es solo eso ―aunque eso sea la vida.

Un compromiso que quizá sea condición para el arte que sacude y trasciende.

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