La dictadura del retorno: Aurora Luque

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La dictadura del retorno: Aurora Luque

 

Por Rosa Berbel

 

Hace unos días, me topé con un artículo del escritor cacereño Javier Cercas. La dictadura del presente. Decía el autor que el presente, por sí solo, no explicaba nada, sino que cobraba sentido únicamente gracias al pasado. ¿Por qué entonces era dado de lado, por qué relegábamos a nuestros orígenes, a lo que forma parte ineludible de nosotros, a un segundo plano? ¿Son los medios los que, en un intento irrefrenable de simplificar los sucesos, obvian las causas y porqués, o gozaba de una razón aún más profunda? Aludía del mismo modo a una cita genial de Faulkner: “El pasado no está muerto. Ni siquiera es pasado”.

Si de él tomo el nombre es porque en contenido transmitía justamente lo que hoy quiero desempolvar, dándole un nuevo punto de vista, quizás más optimista, pero igualmente real.

Al leer a Cercas, me vino a la mente la incólume estructura de una voz poética, que en cierta manera, contradice los valores establecidos en el artículo, anteponiendo el memento mori al carpe diem. Esto es, la voz del retorno, construcción que encontramos a lo largo de toda la historia de la literatura. Las letras vuelven a su cuna, al punto de partida, a la raíz, y esta retroalimentación permite el avance de la lírica.

De este modo, hallamos a Aurora Luque (Almería, 1962), poeta que nos brinda con sus versos este mirar atrás de forma excepcional, dentro del hilo conductor de la poesía actual. Licenciada en Filología Clásica, encuentra en esta vuelta a la antigüedad una línea clave que enlaza toda su obra. La almeriense nos acerca esta tradición, desentrañándola, mostrando cómo a pesar del paso de los siglos, los pilares firmes se mantienen en pie. En su obra abundan las referencias mitológicas, los discursos grecolatinos, el regreso a los grandes autores, el nacimiento del poeta y pensador.

“Un titán ya cansado, mas hermoso / esa naturaleza titánica y adusta / que sólo sobrevive en el lenguaje” (Carpe noctem, 1994).

Se produce un diálogo constante entre espacio y tiempo, un aprendizaje a partir de voces heterogéneas, una comunión entre el deseo epicúreo y la cotidianeidad. La poesía de Aurora es, ante todo, sinergia, poesía de relaciones. Confluyen pedazos de una realidad completa que solo entendemos a partir de esta dimensión pasada, como indicaba Cercas.

La tónica general queda ejemplificada en versos como “No quiero más palabra para eros. / Dejadlo mudo: no crezca su lengua. / No ciego: vea, cante y aprenda con los ojos.” (Camaradas de Ícaro, 2003).

Este espejismo en que habitamos hoy, que nos encierra en nuestros propios muros ilusorios, queda destruido si miramos a nuestro alrededor, si matizamos, si ahondamos en la mecánica de los acontecimientos. La rapidez de imágenes, el control abrumador de la publicidad, la inmediatez en la información, transforman el hoy en imperativo y el ayer en pérdida.

Esta poesía nos aproxima a la calma antiquísima, al reposo, a la mirada apaciguada que observa los cambios desde una perspectiva abierta y elocuente.

Es por ello que leer a Aurora Luque es crear un hueco, decidir parar el mundo y hacer en él una hendidura.

“Pero es que aún la lava del Vesubio / nos podría abrasar, o tal vez los milagros / de la cima del Etna o la belleza / del mar semidivino”   (Poemas para la siesta de Epicuro)

Descubrir su voz consiste en afirmar que somos, pero también que fuimos y que seremos, y que lo que nos convierte en humanos es, precisamente, esta conciencia del tiempo y su legado.

Hablar de esta voz poética es, en definitiva, hablar de un esqueleto: es la columna que soporta sobre sí los años, los errores, los destrozos. Lo encontramos en Aurora Luque y seguiremos encontrándolo, quiero creer, para que este presente mutilado no contamine de igual forma al futuro.

 

 

 

 

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