El niño que conoció al señor Sommer

Por Martín Ibarrola.

12610_1_HistoriaSommerTranscribo en exclusiva para Culturamas la carta que me envió el protagonista de «La Historia del señor Sommer», un libro escrito por Patrick Süskind. Coincidí con él por pura casualidad. Lo reconocí gracias a las ilustraciones de Sempé que aparecen en la versión de Seix Barral, aunque, la verdad, estaba bastante envejecido. Su cara se había ensanchado y el pelo empezaba a orillarle la frente. Los rasgos finos de los dibujos se habían vuelto más difusos, más rugosos, ¡pero era él, sin duda! Al parecer, su nombre real es Wilhelm (Süskind no lo menciona en la novela) y vive a las afueras de Berlín.

Me encontré con él en un bar del centro, el Café Cinema de la calle Rosenthaler. Se estaba marchando por la puerta y parecía tener prisa, así que sólo tuve tiempo para retenerle unos segundos. No se me ocurrió qué decirle y tuve que improvisar de malas maneras. ¿Sigues trepando a los pinos? Fue una alusión estúpida, pero parece que le hizo gracia la pregunta. Me pidió una dirección postal y prometió responderme por escrito (hablaba un inglés muy torpe). Unos días más tarde un amigo traducía del alemán la carta que me envió a casa.

Querido desconocido.

Siento no haberte respondido a tu pregunta. Ayer andaba con prisas porque no quería perderme el concierto de Anton Diabelli con la Philarmoniker.

En fin, hace ya mucho que dejé de subir a los árboles– qué mediría yo por entonces, poco más de un metro, y ni recuerdo qué número calzaba, un veintinueve quizá, o incluso menos, ahora soy mucho más alto y mis pies han crecido también; recuerdo que por aquella época pesaba tan poco que cuando trepaba a la dolina de detrás de la escuela y el viento soplaba fuerte, sólo con que me inclinara hacia delante, con los brazos plegados como un saltador de esquí, y diera un saltito, casi volaba… y, bueno, si me hubiera desabrochado el abrigo, estoy seguro de que hubiera planeado por encima de la escuela y de la buhardilla del pescador Riedl y habría aterrizado elegantemente en nuestro porche, justo para la hora de cenar–.

Lamentablemente, ya he olvidado la mayoría de cosas de mi infancia y solo me quedan los recuerdos que Patrick quiso conservar en el libro. Si él no los hubiera atesorado, yo ya no recordaría las leyes de galileo, ni las historias de mis vecinos, ni si quiera aquello que se siente en la cima de un pino… y, por supuesto, ¡no sabría todas esas preguntas que me hacía acerca de mi propio funeral!

Patrick sí que me conocía. Yo creo que se parecía a mí, o yo le recordaba a él cuando era niño, o no sé, pero me miraba, me escuchaba y escribía todo lo que yo le decía.

Sin embargo, he de confesar que, de todas las reflexiones y anécdotas que escribió en su novela, hay un momento que sí he conservado, el momento del bosque, cuando observé cómo el señor Sommer se sentaba en las raíces del pino y soltaba ese suspiro… aunque no fuera un suspiro, porque en un suspiro se aprecia cierto alivio, no, este era más bien un gemido, un temblor en sus labios, un sonido profundo, quejumbroso, en el que se mezclaban la desesperación y el ansia de consuelo.

Sí, al señor Sommer no lo he podido olvidar. Él es el verdadero protagonista del libro. Menos mal que Patrick consiguió retenerlo– siempre estaba caminando, de un lado a otro, y parecía raquítico, ¡esquelético!, mucho más de como lo describe Patrick–. Decía mi padre que tenía esa fobia, claustr… bueno, una de esas palabras tan bobas que proceden del latín y del griego y que significa que no te gustan los espacios cerrados. Sí, menos mal que Patrick supo mantenerlo quieto en aquel libro. Y en esas páginas sigue todavía, supongo, queriendo irse con el primero que lo lea.

Ahora vivo en una pequeña caseta detrás de la casa del pintor Stanglmeier. Por aquí hay muchos pinos. Si te gusta trepar a los árboles deberías visitar esta zona– los Riedl alquilan una de sus casas a buen precio, o eso dicen–.

Un saludo,

Wilhelm.

Berlín.

1 de junio de 2014.

Después del encuentro volví a leerme La historia del señor Sommer. Me dio la sensación de que entendía mejor la obra de Patrick Süskind. Y no dejaba de preguntarme quién sería realmente el infatigable Maximilian Ernst Ägidius Sommer y por qué expiró aquel gemido solitario. Y por supuesto, las ilustraciones de Sempé, todos deberían fijarse en esas ilustraciones –quién sabe, quizá algún día se encuentren también con Wilhelm en el Café Cinema de la calle Rosenthaler–.

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La historia del señor Sommer
Patrick Süskind
Seix Barral
144 pp. , 13 €

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