La literatura de terror fuera de género

 

 

 

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Por Elena Muñoz

Tomo el título para este artículo del que lo  fue de la mesa redonda que tuve el placer de moderar en la Semana Gótica de Madrid el pasado 30 de octubre, como miembro del grupo La Hermandad de Poe. Me acompañaban en la misma otros escritores que, como yo, no nos dedicamos habitualmente a este género pero que nos sentimos poderosamente atraídos por él.

El que autores que no cultivan generalmente el terror escriban sobre él no es inhabitual. En la historia de la literatura española nos encontramos ejemplos de gran calidad, en obras que quizá nos han pasado desapercibidas como «La Celestina» o «El Quijote». Ya en la literatura contemporánea más concretamente en el siglo XIX, cuando se aborda el  Realismo, encontramos esta atracción por el lado oscuro en Pío Baroja («La sima»), o Valle-Inclán («El miedo») entre otros.

¿Qué hay en el terror para que nos lleve a describir, escribir y sumergirnos en él? No cabe duda  en nuestra memoria colectiva se nutre de los mitos ancestrales que se ciernen sobre nosotros desde las civilizaciones antiguas. La mitología griega acuña los monstruos y horrores que se afianzarán a lo largo de la Edad Media. Será el Romanticismo con su vuelta a esa edad  de caballeros y dragones el que iniciará literatura de terror a partir del relato. Está en nuestros genes literarios.

Y después cada autor, cada uno de nosotros encontrará una razón de ser. En mi caso, reconozco haber tenido una educación lectora en los cuentos clásicos, y cuando me refiero a clásicos no señalo a las versiones edulcoradas de Walt Disney, sino a aquellas escritas por los  hermanos Grimm,  Andersen, Parrault, Hoffman, entre otros, en los que el miedo y la crueldad se servían a partes iguales y que abría en las mentes infantiles todo un mundo de perversión y castigo para quienes no obedecían; más tarde Bécquer con sus leyendas, Poe, maestro de maestros, o Lovecraft con su mundo de criaturas innombrables, labraron en mí esa atracción hacia el terror.

Más allá del carácter moralizante que pueda tener los cuentos o los relatos de este género, para mi escribir terror tienen algo de exorcismo de mis propios miedos. Cuando paso esos temores, esas fobias al papel, no cabe duda que, de alguna manera, tomo yo el control, yo sé cuando empieza y cuando acaba. Yo misma mato al monstruo.

Desde aquí agradezco a mis compañeros de mesa Fernando Cámara, Fernando López Guisado, Conchi Regueiro y, especialmente, a Patricia Pérez por sus importantes aportaciones y que han quedado reflejadas en este artículo. En esa velada la conclusión fue muy clara: no importa el género, lo que importa es que la literatura sea de calidad.

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