Genial Pedro Casablanc en una obra intimista y espectacular

Por Horacio Otheguy Riveira

No os engañéis. Nada de lo que leais o veais como promoción da cabal noticia de la riqueza de este espectáculo para un gran actor en una función con sorprendente despliegue escenográfico, con una iluminación de espléndidos matices, con cuatro músicos y seis asistentes de escena.

El universo de un arquitecto en plena crisis encarnado por un intérprete entregado en cuerpo y alma para ofrecernos la poderosa luz de un descubrimiento fascinante: La libertad es la obediencia.

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¿Cuándo podremos liberarnos del deber de existir?

Un muro en escena. Cuatro músicos de cuerdas y un hombre desnudo sobre una cama en una habitación blanca, de paredes húmedas, de aire de hospital, con una ventana opaca que quizás no dé a ninguna parte porque el hombre desnudo intenta una y otra vez ver una salida que no encuentra.

El hombre desnudo relata con la voz de un narrador desde lo más alto, desde la desesperación del ser encerrado en un sentimiento de horror y de culpa, en una agonía de quien está detenido en el tiempo y el espacio. Su voz estalla con una musicalidad bien templada, la piel se cubre de ropa convencional, ha de escapar y reencontrarse con sus antiguos y nuevos terrores en una ciudad sin nombre, despiadada, y el hombre sale y corre, corre y habla, y el inmenso Pedro Casablanc logra unir el minucioso despliegue del texto a la tempestad de sus emociones: literatura y teatro se enamoran, vaya si se enamoran, con una pasión que les hace imparables en una pareja de una fuerza arrolladora mientras el hombre camina y corre por una ciudad más y más despiadada que carece de ladrones y asesinos porque los ladrones y los asesinos integran la buena sociedad de las tarjetas de crédito, los escaparates seductores, las lujosas viviendas al margen de todo riesgo, y más allá el resto del mundo, y el hombre que empezó desnudo sigue corriendo con su traje y su corbata, desespera y espera, se colma de rabia y de ansias, así que atraviesa la ciudad y va conociendo y haciéndonos conocer la lejanía y el encuentro, el dolor y la humorada, todo el universo por el que él mismo luchó y fue derrotado, aunque ganó mucho dinero con el que ahora no puede pagar un momento de paz.

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La libertad es obediencia.

La libertad es la obediencia a la vida.

 

Un viaje hacia la recuperación de la alegría le obliga a arrastrarse, enfangarse, convivir con los sin techo donde descubre a un hombre que nada tiene pero escucha a Mozart, aquel joven músico que vivió exultante, genio y figura de un creador por encima del bien y del mal que acabó pobre y enfermo, desolado, y ahora, siglos después, llega con su obra a dar calor al vagabundo que tirita de frío.

De lo imperial de la ciudad a lo más bajo, la miseria que se procura esconder, la suciedad, los grandes basurales… y el hombre sigue corriendo, constantemente fiel a la búsqueda de sí mismo, de una luz en su alma que guíe una renovación integral. La existencia es otra cosa. La vida y la muerte se entrelazan. Gritos y susurros. Violines que acompañan, elevan y abrazan.

 

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Toda esta fiesta del teatro tiene un corazón palpitante que se reparte entre todos sus componentes con extraordinaria generosidad. Las habituales en sus dos grandiosos protagonistas: Olivier Py, un hombre de teatro de intensa y apasionante trayectoria, autor y director, también cineasta, y Pedro Casablanc, un actor que en cada aparición sorprende y seduce un poco más. Se unieron por un encargo de un ciclo de gran calidad en Europa (Cities on Stage): la ciudad como elemento principal del argumento. Y así ha surgido esta creación estrenada en el Festival de Avignon.

Una creación que fascina y conmueve de una forma sumamente novedosa, ya que el hombre que corre desafía los límites de una representación escénica para ir directamente al eje de la perversión más siniestra: el propio sistema de valores artificial y monstruoso en que vivimos. Y lo hace con su cuerpo en constante movimiento de rebeldía, unas piernas que corren, se lastiman, un pecho que sangra, una voz que entrelaza el destino con la pesadumbre de saberse limitado porque no sabe cómo volver a su raíz o morir y reventar de una vez, siempre solo, excepto cuando se arroja a la noche de los vagabundos.

Cuando veo correr a Casablanc veo el desfile de sus personajes a lo largo de los últimos 20 años, que le siguen con la grandeza de interpretaciones únicas donde José K. Torturado se agita junto al político travestido de Tirano Banderas, y el marido egocéntrico intenta disfrutar una vez más de su mujercita humillada en su Casa de muñecas mientras el hombre que corre se cae, se arrastra y sube por las paredes, cae otra vez y se vuelve a levantar pisándole los talones la palabra y la música, su capacidad para intimar con el espectador cualquiera sea la situación que le toque, cualquiera el ambiente en que ha de navegar, como el desenfrenado con picores en la piel Jean Paul Marat de Marat-Sade o el saltimbanqui fantástico de Falstaff, aquel gordo impresionante que se batió en un espectáculo penoso donde sólo Casablanc jugaba a Shakespeare y ganaba todas las partidas.

Todas sus creaciones se han confabulado con Olivier Py para consagrar este personaje magistral del hombre que corre en una carrera en la que todos podamos avanzar, desgañitarnos, aspirar a la mayor liberación, a ser nosotros mismos, a buscar por todos los rincones de la inhóspita ciudad ese rincón donde una luz ínfima nos asegure que no podemos morir, que necesitamos seguir adelante hacia la alegría de sentirnos vivos también en el dolor de perdernos.

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Texto y dirección: Olivier Py

Traducción: Fernando Gómez Grande

Música original: Fernando Velázquez

Interpretación: Pedro Casablanc

Músicos: Albert Skuratov (Violín 1), Desislava Karamfilova (Violín 2), Petya Kavalova (Viola), Stamen Nikolov (Violoncello)

Técnicos en escena: Jesús Arroyo, Giovanni Colangelo, César Esteban, Álvaro Salcedo, José Ramón Salguero

Escenografía y vestuario: Pierre-André Weitz

Iluminación: Bertrand Killy

Ayudante de dirección: Luis Blat

Asistente de dirección: Andrea Delicado

Lugar: Teatro de la Abadía

Fechas: Del 12 de noviembre al 7 de diciembre de 2014

Hacia la alegría, producción del Teatro de La Abadía para el proyecto europeo Cities on Stage/Ciudades en Escena, ambiciosa colaboración internacional que centra la mirada teatral sobre la vida en la ciudad, continua con su gira internacional durante 2015. Tras su paso por el Festival Internacional de Teatro de Sibiu en el mes de junio y el Festival d’Avignon en julio, podrá verse en el Théâtre National de la Communauté Française de Bruselas desde el 6 hasta el sábado 10 de octubre.

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