Entrevista a Juan Vilá por «Señorita Google», su nuevo libro

«La conocí en el bar aquel del piano. Un gran piano de cola con uno o dos pianistas, ahora mismo no recuerdo, que se pasan toda la noche tocando. La gente va y les pide canciones, y luego ellos, los clientes, se ponen a cantarlas. Son viejas canciones, en plan boleros o rancheras, quizá alguna copla, grandes éxitos populares. Cuando ella se dio la vuelta y me miró, sonaba por ejemplo el Que viva España y todos en al bar la cantaban».

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Señorita Google, de Juan Vilá.

Juan Vilá (Madrid, 1972) estudió filosofía pero trabaja como periodista para diversos medios de comunicación. Ha escrito tres novelas: M (2012), El sí de los perros (2013) y la actual Señorita Google (Jot Down Books, 2014). Tras la ciencia ficción de M y la sátira social de su segundo trabajo, Vilá se vuelca ahora en una historia de amor que discurre entre la egoísta conveniencia, el mediocre devenir de un periodista freelance y las altas esferas de empresas tecnológicas. El autor vuelve a valerse de una escritura mordaz, directa y cargada de humor para contar en primera persona la experiencia de un personaje que busca salir como sea de su precaria situación.

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Señorita Google. Juan Vilá. Jot Down Books, 2014. 128 páginas.

Esta es la historia de un amor que se intenta pero no existe, el disfraz emocional que enmascara a un hombre ácido, un poco amargado pero profundamente irónico y lúcido que busca una tabla de salvación a la que aferrarse. El protagonista está en la cuarentena atrapado en una vida que no le da las alegrías esperadas: no encuentra una pareja estable, su trabajo no termina de encauzarle económicamente y parece querer seguir embarcado en una eterna juventud. Una noche descubre que la chica con la que tenido un encuentro sexual trabaja en Google, y entonces decido probar suerte: quizá pueda encontrar en esa señorita la solución a sus problemas, el acicate que permita darle un giro radical a todo.

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P.- Todo comienza en un garito a altas horas, con una copa de más y algunas ganas de follar, o quizás de encontrar el amor. ¿La desilusión vital del solitario cuarentón?

Supongo que a partir de cierta hora y de cierto nivel de alcohol en sangre todo el mundo busca lo mismo o algo muy parecido en un bar, al margen de que se tengan 20, 30, 40 años o más. De hecho, el protagonista empieza la historia mirando fascinado a una pareja de más de 50 años que se besan delante de todo el mundo como si fueran dos adolescentes.

P.- Y “¿cómo no iba a enamorarme de ella?” Con esa pregunta queda marcada la fatalidad que el narrador protagonista parece respirar ante la señorita Google…

El amor siempre tiene algo de fatalidad o de incordio, aún cuando no creas en él como le pasa al protagonista: suele surgir de manera inesperada, muchas veces en el peor momento o con la pareja menos aconsejable, y te obliga a hacer cosas que no te apetecen nada. Todas esas tensiones marcan la relación entre el narrador y la señorita google. Él envidia el estilo de vida de ella, y parece que a la inversa también, pero ninguno de ellos está dispuesto a renunciar a un montón de cosas para construir algo nuevo entre los dos.

P.- El tono divertido y casi caricaturesco acompaña las divagaciones del narrador, pero ¿qué esconde la historia? ¿Qué representa ella para el periodista freelance y escritor de culto?

El personaje de la señorita google en un primer momento supone una sorpresa y una alegría, un polvo inesperado, chapucero y divertido. Luego, cuando el protagonista descubre que ella trabaja en una de esas grandes empresas tecnológicas y que gana muchísimo dinero, se convierte en otra cosa muy distinta: un salvavidas frente a la precariedad, una forma de redistribución de la riqueza o de ajuste de cuentas, una posible venganza contra las nuevas élites tecnológicas que él tanto detesta, etc.

Juan Vilá.
Juan Vilá.

P.- Y de pronto, cuando la chica bajita adquiere entidad, se convierte en la representación viva de la élite tecnológica que según el protagonista, está acabando con la clase media…

Internet y la tecnología, en muchos sentidos, están creando un mundo peor: han destruido o precarizado millones de empleos y sectores enteros. En los próximos años esto va a ir a más. Hay un famoso estudio de la universidad de Oxford que dice que el 47% de los trabajos actuales corren el peligro de no existir de aquí a 20 años. Y, al mismo tiempo, están surgiendo fortunas inmensas y empresas con un poder sobre nuestras vidas que nunca se había conocido antes: actúan como auténticos monopolios, tienden a saltarse de forma sistemática las leyes, lo saben todo sobre nosotros, no pagan apenas impuestos, etc. Lo más curioso es que tendemos a cierto papanatismo y a mirar fascinados a estas empresas, sin el menor sentido crítico y sin oponer ningún tipo de resistencia. Algo parecido le ocurre en un primer momento al protagonista con la señorita google: cae hechizado ante todo lo que ella representa.

P.- Puto Facebook, puto Instagram, puto Internet… ¿Puta tecnología y empresas tecnológicas que acaban cada vez con más puestos de trabajo y acrecientan las desigualdades sociales? ¿Estás de acuerdo con Jaron Lanier y sus teorías?

Sí, de hecho en la novela se cita su último libro, ¿Quién controla el futuro?, que se acaba de publicar en España. Lanier aporta una visión muy crítica y muy interesante sobre un mundo que él, como informático y pionero de internet, conoce muy bien. Aunque basta leer cualquier periódico para darse cuenta de que algo está pasando: en San Francisco los vecinos atacan y se manifiestan contra los autobuses que llevan a los empleados de todas estas empresas a sus oficinas, en Barcelona han incendiado varios coches que trabajaban para Uber, las condiciones de trabajo en los almacenes de Amazon han sido reiteradamente denunciadas, etc. Todo ello forma parte de un mismo fenómeno muy preocupante y que cada vez va a afectar a más profesiones y a mayores sectores de la población.

P.- ¿Realmente consideras que el nuevo proletariado se ha creado con obreros del intelecto? ¿Cuál es el futuro de éstos?

Hay muchos tipos de nuevos proletarios, algunos son esos obreros del intelecto (periodistas, escritores, músicos, arquitectos, etc) de los que habla la novela y otros se dedican a mil cosas distintas: administrativos, dependientes, camareros, abogados… Puede también que muchos de esos proletarios en realidad siempre lo hayan sido y nunca hayan llegado a formar parte de un concepto tan difícil de delimitar y medir como el de la clase media. El futuro, desde luego, no pinta nada bien. Pero en gran medida dependerá de lo que hagamos y de cómo respondamos. Ni nos van a regalar nada ni todo está perdido.

P.- ¿Nos estamos quizá ya acostumbrando a la precariedad, no solo laboral, sino también afectiva, amorosa…?

Hay cosas a las que uno nunca se termina de acostumbrar y tampoco debe hacerlo. Hablo, sobre todo, de la precariedad laboral y económica. Lo de la precariedad afectiva es más complicado. Incluso puede tener algunas ventajas y propiciar nuevos tipos de relaciones más libres y sinceras. Estoy hablando un poco por hablar. No sé muy bien qué responderte. Quizá haría falta otra novela o un ensayo para abordar el tema.

P.- El amor como vehículo de salvación. Cuando éste se convierte en frío interés y comodidad, ¿queda quizás alguna puerta abierta a la esperanza?

Ni una cosa ni otra. Ni el amor puede ser un vehículo de salvación, como ingenuamente, o no, pretende el protagonista de Señorita Google, ni puede tampoco basarse en el interés y la comodidad. Una de las cosas que más me apetecían al escribir la novela era hablar del amor y del dinero mezclados, de la relación entre ambos, de cómo nos atraen y nos fascinan ciertas cosas aún sin darnos cuenta y de cómo otras nos repelen por los mismos motivos.

P.- Aparte de ser su creador, ¿cuánto de Juan Vilá tiene el narrador protagonista?

El protagonista tiene bastante de mí, es evidente. Ahora se lleva mucho la autoficción o esa literatura testimonial en la que todo pretende ser real y el autor ni siquiera esconde o camufla su nombre. Yo prefiero situarme en un terreno más ambiguo y no dar demasiadas explicaciones: que el lector piense lo que quiera, si es que quiere pensar algo al respecto. En realidad, es un triunfo que te identifiquen con el protagonista o que crean que lo que cuentas es algo que ha ocurrido de verdad. Lo malo es cuando consideran que tú eres tan miserable como el personaje que has creado o tan desgraciado. Yo, por supuesto, soy mucho mejor (risas).

P.- Tu novela rezuma humor amargo pero también realista y mordaz. ¿Es la mejor manera de tomarse los problemas y las experiencias que aquí narras?

Siempre he sido muy partidario del humor, pero ahora empiezo a sospechar de él, en parte también por culpa de internet y, sobre todo, de twitter. No me gusta esa avalancha constante de chistes ni el ingenio ni, mucho menos, esa capacidad de las redes sociales para desactivar cualquier conflicto: el país se hunde, el mundo se va a la mierda y nosotros respondemos retuiteando una gracieta de 140 caracteres que nos hace sentir muy listos y moralmente superiores. Espero que mi humor sirva justo para lo contrario: para poner encima de la mesa ciertos problemas o contradicciones, y para cuestionarnos a nosotros mismos, aunque eso suponga dejarnos ese sabor amargo en la boca del que hablas. El humor ha de ser un arma para enfrentarnos al mundo, nunca un mero consuelo.

P.- ¿Cuáles son las ilusiones verdaderas de un periodista freelance y escritor en ciernes?

¿Las mías?, ¿las de Juan Vilá? Seguir, seguir y seguir. Tener trabajos, e incluso trabajillos de mierda como los de mi protagonista, para ganarme la vida, y luego ser capaz de continuar escribiendo, aunque ninguna de las dos cosas resultan ahora sencillas.

P.- ¿Estás ya embarcado en algún nuevo proyecto literario?

He publicado tres novelas en dos años. Quizá ahora toque callarse un ratito y ponerse en barbecho, aunque eso siempre asusta. Ahora mismo no estoy escribiendo. Tengo algunas ideas, e incluso alguna cosa empezada, pero eso no basta. Hace falta también tiempo, ganas, energía y, sobre todo, talento para estar a la altura de un proyecto nuevo.

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Por Benito Garrido.

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