Teatro en el cine: «La huella», con dos Michael Caine muy distintos

Horacio Otheguy Riveira.

 

Dos películas que atrapan con una serie de trucos que resultaron insólitos en su estreno de los años 70 y que se superan en un remake ingenioso y truculento, 35 años después.

Sleuth (Sabueso) se ha presentado en el mundo castellano parlante como La huella: un ejercicio teatral del inglés Anthony Shaffer, complejo y cautivante, que encontró en el cine dos versiones diferentes. Y en las dos: Michael Caine cambiando de personaje.

 

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En 1972, Sir Laurence Olivier, de 65 años, estaba considerado el actor-director más importante del mundo en el teatro y el cine (en estas mismas páginas, ver también un artículo sobre su interpretación de Otelo). Para la versión cinematográfica de Sleuth se decidió unirle a Michael Caine, un «chico» de 39 años que interpretaba a un joven actor pobre, vigoroso y atractivo, invitado a la mansión de un rico escritor de novelas policiacas que, fundamentalmente como personaje, ejercía de marido de su amante.

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Tal es el comienzo de la acción de una obra teatral de más de dos horas en la que, en dos actos, se suceden una serie muy ajustada y encadenada de perversiones entre dos hombres que se detestan y se atraen… flotando en el aire una ambición de venganza muy acusada, con una mujer de por medio siempre ausente de la escena.

Laurence Olivier imponía mucho por su trayectoria, pero ya en los primeros Michael Caine encontró la fórmula de hacerlo de igual a igual.

— No sé cómo llamarle a usted, Mr Olivier. La verdad es que me impone muchísimo.

— Muy sencillo, empieza por tutearme. Y llámame Larry, como mis amigos.

La aventura interpretativa fue muy interesante para los dos, pero Caine no estaba acostumbrado a un ritmo tan estricto como el que imponía el director Joseph L. Mankiewicz, con largas sesiones de ensayos, además de los difíciles maquillajes y cambios de vestuario. En muchos aspectos fue una pesadilla. Así que cuando su gran amigo Harold Pinter (1930-2008; Premio Nobel de Literatura 2005, autor, por ejemplo, de Tierra de nadie) le propuso escribir para él una nueva versión, el actor se entusiasmó.

Yo siempre había dicho que odiaba hacer remakes de grandes películas, así que me negué una y otra vez… hasta que Harold me dio este guión que es muy distinto. Respetando lo esencial de la obra, el fondo de perversa venganza que hay entre los dos personajes adquiere una atmósfera inquietante muy distinta. A la que el director, Kenneth Branagh, aportó un ritmo endiabladamente apasionante.

 

 

 

 Treinta y cinco años después, Caine hace el papel de Olivier y Jude Law se ocupa del joven actor atrapado en un círculo de amor y odio siniestro con un impactante desenlace. La resolución llega después de casi hora y media, mucho menor duración que el original de dos horas y veinte: y en esta manera de desarrollar la historia está la clave de su peculiar «mirada» sobre un mismo tema.

Es una historia de sabuesos y de huellas que en manos de Harold Pinter puntualiza más las acciones y lo que no se dice, que las propias palabras del texto. Un juego de engaños con muchas capas muy teatrales en un caserón que da miedo porque tras su elegante modernidad (o en la primera versión, su señorial elegancia) esconde ancestrales pasiones desbocadas entre la riqueza y la pobreza, la veteranía de quien odia ser desplazado por falta de vigor y la juventud arrolladora de un ser ambicioso.

Nunca vemos a la mujer que se disputan, pero parece estar presente. Nunca sabremos exactamente los motivos de la misteriosa invitación del dueño de casa… pero entre muchos misterios nos quedamos inquietos y sobrecogidos por una historia policiaca que no se parece a ninguna otra, aunque tenga bajo la manga el eterno conflicto del hombre que lo tiene todo … pero hará lo imposible por recuperar lo único que le han arrebatado: ¿su mujer?, ¿su juventud?, ¿su ingenio?, ¿su talento?

 

 Ambos actores permiten que Kenneth Branagh y Harold Pinter —director y guionista— desarrollen un trabajo que supera en mucho el original. Aquella Huella está bien como está, resuelta con un estilo clásico, pausado, ya un tanto envejecido, pero esta otra es mucho más atractiva con una magnífica realización de Branagh, quien logra con la cámara y la fotografía hacernos cómplices del temible y encantador juego de «espiar» constantemente el juego de representaciones continuas de sus actores-personajes.

Por eso la película atrae desde la primera secuencia en que vemos a los protagonistas desde arriba, como vagos muñecos: los brazos de Jude y la mano de Caine… A partir de allí los espectadores somos luces y sombras, objetos de lujo, mirones fascinados a través de copas de cristal, ojos avizores por algunas persianas; primeros planos de ojos y labios, siempre adheridos a la trama e intentando formar parte de una amenaza que nos atañe como si fuéramos piezas de un endiablado puzzle de morbosa sensualidad.

 

 

 

 

Piense en el crimen perfecto… y luego vaya un paso más allá!

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