Entrevista a Javier García Sánchez por «La casa de mi padre», su último libro

«Cuentan los Anales Hisedianos que en el pueblo las cosas nunca habían dejado de ser como fueron siempre. Que se tenga constancia de ello, la única ocasión en que alguien intentó modificar de modo levísimo ese curso aparentemente natural de los hechos fue cuando un paisano del concejo local, que sin duda en aquel malhadado día iba de listo o cogorza perdido, propuso tan rica y alegremente, para escarnio de los escandalizados presentes, que a los escasos habitantes del entonces villorrio de Hiseda se les llamara hisedienses en vez de hisedianos, como desde los evos habían sido».

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La casa de mi padre, de Javier García Sánchez.

Javier García Sánchez (Barcelona, 1955), estudioso del III Reich y de la extinta Unión Soviética, es autor de una treintena de obras literarias en prosa que resultan fundamentales en la evolución de la última narrativa española, y entre las que destacan La dama del viento sur (Premio Pío Baroja), El mecanógrafo (Premio Ojo Crítico de RNE), La historia más triste (Premio Herralde), Dios se ha ido (Premio Azorín), La vida fósil, Los otros, La mujer de ninguna parte o Robespierre. Con La casa de mi padre, el autor se sumerge en la España rural para describir con ácido sentido del humor el choque entre la cerrada vida tradicional en los recónditos valles del norte peninsular, y la España de la burbuja inmobiliaria y de la construcción sin freno. Una aguda inmersión entre dos mundos en los que los que destacan dos causas extremas: la lucha por el poder y la voluntad de sobrevivir.

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La casa de mi padre. Javier García Sánchez. Editorial Galaxia Gutenberg, 2014. 640 páginas. 22,50 €

Serafín, último vástago de la familia Burón regresa al pueblo de sus antepasados para aislarse y escribir su tesis doctoral. Le acompaña su novia, y habitan la casa que el padre de Serafín logró construir tras toda una vida de trabajo y ahorros. Sin embargo, Serafín es más bien un observador impenitente y tranquilo de cuantos sucesos la vida le depara. Culto y tímido, con un futuro prometedor como científico, pronto se obsesionará con los habitantes del pueblo. Al mismo tiempo, sufrirá un descalabro inesperado cuando le anuncien que la nueva autovía que unirá la capital provincial con la capital del Estado pasa justamente por donde se encuentra la casa de su padre.

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P.- Después de una novela histórica como Robespierre, ¿qué le lleva a volver la vista al mundo rural y a su entorno más tradicional?

No tengo tan claro que puede entenderse exactamente por novela “histórica”, de la que por cierto viene abusándose de forma impune desde hace demasiados años. En La casa de mi padre retrato, aun distorsionándolo, un mundo que suena a siglo XX, apenas ayer, pero que en muchos aspectos se mantiene casi como en la Edad Media, y con orgullo.

P.- Protagonista que buscando refugio para una tesis científica observa las costumbres del pueblo, su cultura, las hondas ideas y pensamientos de sus gentes, curiosidades y mitos. ¿Podría pasar esta por una detallada novela etnológica?

En efecto, y también antropológica. Tal vez únicamente se trate de una vivisección literario-forense de todo un mundo que sin duda, esté destinado a extinguirse. Antes de que eso suceda, quise dejar testimonio. Créaseme o no, en el Norte son, para determinadas cosas, muy nobles y muy, pero que muy brutos.

P.- Un proyecto de autovía amenaza la casa del padre. ¿Ejemplo claro del choque inevitable entre la tradición rural y el avance tecnológico y social?

Evidentemente, aunque asimismo se trata de una plena reivindicación de lo antiguo. Debo reconocer que, en un sentido casi literal, yo ya no soy de este mundo. Sé lo que digo. Apenas me gusta nada de esta época, para empezar Internet y lo que implica, la enloquecida manía de la comunicación en la que estamos anegados. Dicho pronto y claro: me encanta mirar vacas, prados y nubes, mientras que me siento incómodo entre personas, edificios y coches.

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Javier García Sánchez.

P.- La cultura del pelotazo llega hasta los más recónditos lugares. ¿Nada ni nadie puede escapar a ese afán por la modernidad y el dinero fácil?

Según parece no. Así somos. Queda la opción de hacer como Serafín y refugiarse en el monte. Aseguro que desde esa atalaya se contempla más serena y lúcidamente la degradación imparable del mundo.

P.- Serafín pasa de ser mero espectador a héroe protagonista de esa lucha contra el sistema que amenaza la casa de su padre. ¿Solo la injusticia puede provocar en las personas un arco de transformación tan complejo?

Suele ocurrir de tal modo. Literaria y éticamente me interesaba describir esa transformación, delimitada en un paisaje o territorio aislado de la realidad. En Badalona o Móstoles no puede ocurrir algo como en mi novela. En el Norte, en cambio, aún no se han roto del todo esos vínculos que unen el ahora con cierto espíritu del Medioevo. Y no me refiero tanto a tradiciones comno a que allá arriba no están para tonterías.

P.- Pero ese héroe y sus reivindicaciones parecen caricaturas de una realidad mucho más profunda. ¿El humor es el mejor camino para enfrentar situaciones dramáticas como las que planteas?

Acaso se trate de metáforas en vez de caricaturas. En cuanto al humor, ese es mi talón de Aquiles. Al parecer a algunos críticos emblemáticos no les entra, y atacan una y otra vez con inusitada saña. Da igual que uno se ría escribiendo la historia, da igual que los editores se descojonen leyéndola, como bastantes lectores. A ellos no les gusta, y meten el cuchillo hasta el mango. Viene ocurriendo así desde La historia más triste, La vida fósil, Falta alma, Dios se ha ido o La casa de mi padre. Cada vez que intento tocar la tecla del humor, ahí que me aguardan los lapidadores. Con autores como yo, sé que siempre han estado y siempre estarán.

P.- ¿Cuánto del propio narrador y su visión tiene el autor? ¿Podría ser esta una reivindicación de la vida rural y sus planteamientos, una invitación a la misma? ¿O todo lo contrario?

Para ser meridianamente prístino, diré ante la primera cuestión que 97,05 por ciento. Ante la segunda, que sí lo es. En cuanto a la tercera cuestión, queda anulada por le segunda.

P.- ¿El estrés que conlleva la vida en las grandes ciudades contrasta aquí con la desintegración del modo de vida rural? ¿Queda quizás alguna puerta abierta a la esperanza?

La modernidad, en su peor faceta, también ha afectado al mundo rural. Se trata tan sólo de blindar más y mejor la burbuja de cristal en la que se ha decidido resistir. En cuanto a la esperanza, creo que no: en las ciudades no hay esperanza. Ninguna. Son un foco de competitividad, un pozo de ansiedades y en fin, un mal rollo que empeorará. Entiendo que esta opinión no sea muy generalizada. Lo será.

la casP.- Al final, con independencia del escenario o circunstancia, ¿lo único que nos une o asemeja como hombres es el instinto de lucha y de supervivencia?

En efecto, aunque también un cierto sentido de la dignidad, del honor, si así lo prefieres. A menudo he dicho que en la vida, no sólo en el territorio de la novela, me considero un soldado. Cierta casta hegemónica del mundillo literario me puso una cruz tras el monólogo de casi 300 páginas de La dama del viento sur, y no digamos tras El mecanógrafo. Con Robespierre, libro que ni abrieron o llegaron a la página dos, decidieron callar. Falso, me estaban esperando. Saben que soy un soldado. De modo que cuando ellos hablan de novelas aburridas —las mías— yo hablo de novelas por completo insustanciales —las que por lo común ellos alaban— y así en un bucle sin solución. ¡Qué hastío…!

P.- Vuelve a demostrar la gran labor de documentación que realiza a la hora de escribir cada novela. ¿El divertimento está más en el proceso de investigación como tal o en su paso a la narración coherente y estructurada de la novela?

Todo proceso creativo es apasionante, de lo contrario dedícate a otra cosa. En cuanto a la obra hecha y publicada, ahí para mí supone siempre un trauma: el dilema de ser o no aceptado. Confieso que jamás lo superé, y de tal modo será hasta el día en que muera.

P.- Hiseda se convierte en el otro gran protagonista de la novela. ¿Cómo podría ser cualquier pueblo de la geografía española?

En absoluto. Solo podría ocurrir en el Norte, y se explica en la obra. Como antes mencioné, para muchos aspectos de la vida que nosotros entendemos como “normal y moderna”, en mi pueblo y otros similares no están para hostias.

P.- ¿Está ya embarcado en algún nuevo proyecto literario?

Sí, aunque será ensayo. Sobre el asesinato en Dallas del presidente Kennedy, el agente Tippit y de Lee Harvey Oswald: la mayor mentira que nunca se nos contó, y que, más de medio siglo después, sigue tan incólume como en 1963. Dallas es todavía la asignatura pendiente de los Estados Unidos de América, con lo que ello significa. Si me siento peleón lo titularé “Pesadilla en Elm Street”. Si me siento más circunspecto lo llamaré “Teoría de la conspiración”.

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Por Benito Garrido (@benitogarridog).

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