La explotación autoconsciente

Teresa de Ávila: la explotación autoconsciente

Por José de María Romero Barea

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En esta obra audaz y provocativa, la escritora irlandesa Kate O’Brien (Limerick, 1897-Canterbury, 1974) propone una reinterpretación sorprendente de Santa Teresa de Jesús (Gotarrendura, 1515 – Alba de Tormes, 1582). Para O’Brien, Teresa de Ávila no es ni la venerable Santa embalsamada por la tradición cristiana, ni la venenosa monja execrada por sus detractores: es más bien una escritora profundamente original, que sigue siendo revolucionaria y cuya re-invención del cristianismo teje la subjetividad de una manera que sigue siendo relevante para nosotros hoy.

“Teresa (…) fue una mujer genial (…) Su escritura brillante y a veces trascendentalmente maravillosa nos ha dejado el testimonio de la vida vivida por un genio” (p. 18). Publicada originalmente en 1951, Teresa de Ávila (Vaso Roto ediciones, 2014. Traducción de Antonio Rivero Taravillo) delinea una nueva imagen de la religiosa: portadora de un credo universal, su férreo seguimiento de las convenciones del cristianismo ortodoxo la llevan a romper, precisamente, con sus restricciones. O’Brien muestra que el pensamiento teresiano todavía alberga un potencial revolucionario: el amor a Dios se niega a someterse al orden del mundo y lucha por crear uno nuevo en su lugar.

Puede parecer curioso que una escritora irlandesa cuyas novelas, no exentas de polémica, reflejan los conflictos de la clase media del siglo XX, se identifique con una escritora y mística española del siglo XVI. Sin embargo, O’Brien sabe ver en la figura de Santa Teresa uno de los primeros intentos de re-pensar la naturaleza de la fe como proceso de subjetivación y universalización. Así, Teresa es una biografía sobre una mujer que “creyó, desde el primer pensamiento de su vida hasta el último, en el Dios cristiano y en toda la cosmología de la doctrina cristiana. Pero el desarrollo preciso y la expresión a través de sí misma que ella imprimió a lo que era su creencia fue análoga a la explotación autoconsciente que hace de su don un artista” (p. 48).

Deplora O’Brien la imagen tradicional de la Santa como representante autoritaria del cristianismo, una mala interpretación perpetuada por sus detractores. Teresa de Ávila fue, en opinión de la irlandesa, una de las primeras mujeres en escribir una visión auténtica del cristianismo, o lo que es lo mismo, del amor universal. No se trata, sin embargo, de un sistema o un conjunto de leyes que establecen normas de comportamiento. El amor es, precisamente, lo que está más allá de la ley. En cierta forma, O’Brien y Santa Teresa defienden una vuelta al amor, la verdad y la universalidad.

Amor. Verdad. Universalidad. La rotundidad algo pasada de moda de estos términos demuestra la necesidad de este texto en nuestro momento postmoderno. Parte del propósito de O’Brien es recuperar estas ideas para una sociedad que con demasiada frecuencia ha impulsado indirectamente la ideología del capitalismo mediante la adhesión al relativismo cultural y la canalización de sus energías en la política de la identidad. En 2015 se celebrará el quinto centenario del nacimiento de Teresa de Ávila, de ahí lo oportuno de esta edición.

El entusiasmo de la irlandesa por Santa Teresa proviene de la lectura de una escritora que abona el terreno al pensamiento radical que vendrá después. Sería un gran error, sin embargo, pensar que el libro de O’Brien es meramente polémico: verlo de esta manera sería no entender la naturaleza de la relación entre nuestro tiempo y el de la propia Teresa. Su biografía es una elaboración independiente de los procedimientos de la fe. En consecuencia, este texto funciona como una perfecta introducción al pensamiento de una religiosa “apasionada, valiente (…) segura de sí misma (…) una escritora naturalmente brillante y que poseía soltura (…) señora de sus compañeras y tal vez (…) cuando le convenía, una dictadora” (p. 66).

El texto no aporta verdades: revela y coordina los procedimientos para llegar a ellas en las cuatro esferas de la vida de la religiosa abulense: el amor, el arte, la política y la religión. El discurso de Kate O’Brien nos dice algo esencial (general) sobre la realidad: “Los grandes, los iluminados, los elegidos, aunque sean de nuestra misma carne hasta el punto de compartir nuestros peligros y nuestras humillaciones, al mismo tiempo tanto traducen esas amenazas, las purifican de una forma tan deslumbrante, que no pueden ser interpretados a la luz de las pobres velas de nuestras conjeturas” (p. 86).

Así, la fe de Santa Teresa debe entenderse como la posibilidad de someterse a una conversión del propio pensamiento. La verdad y la vida están subordinadas a la ley, a una disposición auténtica de pensamiento (subjetivación) en la que la verdad está por encima de la ley. Santa Teresa es a la vez teórica de la conversión y principal ejemplo de ello. El cristianismo, según Kate O’Brien, es central para revelar la naturaleza de los sujetos, y esta es la esencia de la revelación de Santa Teresa. La irlandesa defiende al sujeto humano, un ser que tiene el poder de trascender las restricciones de cualquier ley, un ser que tiene poder para inventar lo nuevo. Por consiguiente, la visión cristiana de O’Brien va más allá de cualquier sistema social, político, religioso o cultural.

“Escribo sobre Teresa de Ávila por propia elección, que es apasionada, arbitraria y personal. Nadie tiene por qué estar de acuerdo con nada de lo que diga; pero tampoco debe sentirse herido por ello. Soy libre de escribir libremente sobre una gran mujer” (p. 16). La defensa que O’Brien hace de Santa Teresa es, en mi opinión, irrefutable: la revelación de la herencia cristiana es la condición misma de su propia universalidad, y su recuperación es necesaria; no se trata de afirmar la superioridad de un círculo cerrado de creyentes. La afirmación cristiana desafía, precisamente, a la comunidad cerrada. No defiende una cultura ensimismada; la tarea del sujeto de una verdad es decirla en la esperanza de que inspire a otros.

 

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