Bienvenido a Incaland, de David Roas

Por Ricardo Reques.

Le ocurría a Don Quijote que, con mucha frecuencia, en sus andanzas tropezaba con lo desconocido, con lo extraño, incluso aunque al resto de la gente le pareciese algo vulgar y cotidiano. Eso le permitía en ocasiones adivinar lo absurdo del mundo, su desorden y hasta atisbar lo fantástico en lo más insospechado. Ese descubrir lo que nadie ve, ese observar el entorno con mirada disparatada, le ocurre también al viajero que en Bienvenidos a Incaland —publicado por Páginas de Espuma— nos describe su periplo por Perú. Se trata de un libro de viajes atípico, narrado mediante relatos y anécdotas reales o ficticias, con vivencias y experiencias casi extremas, donde el humor es su mayor protagonista. David Roas es un observador meticuloso capaz de fotografiar con palabras instantes en los que emerge lo extraño de forma inesperada; es un buscador de lo insólito, aunque sea imaginado, aunque sea inducido por la alucinación.

El recorrido tiene tres paradas: Lima, Cusco y Machu-Picchu. Su primera experiencia con el caótico tráfico limeño le hace replantearse algunas leyes físicas elementales. De noche, en cambio, el fragor de la ciudad desaparece y sus calles pueden convertirse en un peligroso laberinto con una presencia inquietante. En otro momento, a pesar de su estado etílico entra en un museo con unos colegas y, de forma no premeditada pero coordinada, roban una máquina de escribir con la que Vargas Llosa escribió algunas de sus primeras obras. Las experiencias que el narrador tiene en Cusco son aún más extrañas, y su afán por no parecer un turista le hace asumir la posible existencia de zombis e incluso tiene una visión alucinatoria de un importante y triste episodio de la historia. Por último, en su visita a Machu Picchu, el viaje, lleno de imprevistos, depara más sorpresas que la propia meta. Y en medio de este peregrinaje que el mismo narrador califica de delirante, hay sueños eróticos, descripciones sobre la gastronomía local, abundan las referencias a autores de la literatura fantástica y son continuas las alusiones a películas de cine y a la música. El viaje, explica Fernando Iwasaki en el prólogo, está muy presente en la obra de Roas. Sin embargo, su mirada es distinta a la que se puede esperar de un turista, y no sólo por su carácter escéptico e irreverente —que le lleva a buscar las diferencias entre dos culturas para reírse por igual de ambas—, sino por la excentricidad de la forma de observar lo que hay a su alrededor otorgando un valor preferente a lo tangencial. Decía Magris que viajar no quiere decir solamente ir al otro lado de la frontera, sino también descubrir que siempre se está en el otro lado. Para David Roas ese otro lado es el irreal, a veces el surreal.

 

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