París no se acaba nunca

Por Inés Sánchez de la Viña Rodríguez.

Tras el fin de la Primera Guerra Mundial, París acoge a numerosos escritores e intelectuales de la época.

Vive-sin-trabajar-en-ParisEl panorama socio-económico y cultural de los Estados Unidos en los primeros años del siglo XX impulsa a escritores y figuras literarias a abandonas su país y buscar asilo en Europa. El desencanto, la desilusión y el rechazo de la tendencia a la que se encaminaba la cultura, pensamiento y política americana de los años posteriores a la Gran Guerra, es lo que estimula el éxodo masivo de un grueso de sobresalientes intelectuales. Las jóvenes promesas, augurando el estancamiento cultural de su país, se instalan en Europa. Por aquel entonces, el continente se encontraba en plena ebullición: numerosos desarrollos culturales y literarios, tales como el comienzo del Existencialismo en Francia, sedujeron a este grupo de jóvenes, que resuelven tomar como residencia París.

¿Y por qué París? El París de los años veinte ofrecía todo lo que estos intelectuales anhelaban. París se revela como la ciudad que es, como un lugar donde los salones intelectuales, las librerías o los resonantes nombres de los grandes artistas son solo uno de sus tantos rostros. La sociedad de café, como se la denominó entonces, motivó a muchos de estos emigrantes a reunirse en la ciudad de las luces. Y así es como París se convierte en un destino obligado para cualquier joven escritor.

Ernest Hemingway también sucumbió a la fascinación literaria del la capital francesa. Llega a París en 1921, con tan sólo veintidós años, su sueño es el que comparten muchos otros compatriotas: convertirse en escritor. El leyenda y la reputación de Ernest Hemingway –bebedor, mujeriego y fanfarrón– no tiene nada que ver con el joven que se instala en París en los años veinte. Ernest se instala con su primera mujer, Elisabeth Hadley, en el número 74 de la Rue du Cardinal Lemoine. El pequeño apartamento donde se establecen, en el Barrio Latino, carecía de ascensor, aseos y agua caliente.

Descubre París de la mano de importantes figuras de la época como Gertrude Stein, Sylvia Beach, Ezra Pound o Scott Fitzgerald, entre otros. El joven escritor se enamora perdidamente de la ciudad: sus barrios, bares y cafés. Le fascina descubrir una ciudad donde convive una vasta realidad (la suya) comparada con la vida bohemia de los artistas que charlan y se emborrachan cada día en los cafés. Por aquel entonces, el París bohemio ofrece numerosas oportunidades a un novicio como él: la vida intelectual de la ciudad, la gente comprometida con el arte, las estimulantes charlas sobre lo humano y lo divino con sus compatriotas etc.

Ernest no tardará en entrar a formar parte del  círculo intelectual de Miss Stein, lo que significaba el encumbramiento definitivo dentro del panorama literario. Para Stein, el joven Hemingway mostraba un admirable talento para la observación, y madera para ser un buen escritor. Por eso asume el papel de guía y mentora del muchacho. Gertrude Stein fue una figura clave del ambiente artístico y literario parisino; regentaba un salón literario donde se congregaba la colonia literaria de la época.

A pesar de todo el misterio y pompa que rodea al París bohemio, Hemingway intenta captar la parte menos literaria de la ciudad. El París que conoció el autor fue el París de la clase baja. Sus ingresos no le permitían alojarse en un lujoso hotel, tal como lo hacía Fitzgerald, o alquilar un apartamento con todos los lujos y comodidades tal como lo tenía Gertrude Stein.

Pese a las dificultades económicas, Los Hemingway  se las ingenian para viajar si parar: Italia, Grecia, Suiza, España… Los viajes alrededor de Europa estimulan al joven escritor, que descubre una perspectiva más amplia de Europa y del mundo.

En ‘‘A Moveable Feast’’ (París era una fiesta), Ernest detalla los pormenores de vivir en la capital parisina: ‘‘Toda la tristeza de la ciudad se nos echó encima de pronto con las primeras lluvias fría de invierno y al pasear no se les veía remate a los caserones blancos, sólo el negro húmedo de la calle y las puertas cerradas de los tenduchos, los herbolarios, las tiendas de papelería y periódicos, la comadrona (de segunda clase) y el hotel donde Verlaine murió y yo tenía alquilado un cuarto en el último piso y allí trabajaba’’.

Hemingway aprovecha para retratar a un grupo de personas humanas, con unos consolidados intereses literarios y culturales. El autor describe sus encuentros con personajes como James Joyce, Ezra Pound o Scott Fitzgerald; además de otros intelectuales y supervivientes soñadores de su generación. Nos encontramos con un autor joven pero no por ello inexperto; preocupado por el futuro de su talento. Tras varios meses en París, Ernest abandona su trabajo como reportero del diario Toronto Star para centrarse de lleno en escribir ficción. En varios momentos, Hemingway reflexiona sobre el propio arte de escribir. Distinguimos entonces a un profesional autodisciplinado en su trabajo, y rígido en cuanto al cumplimiento de sus tareas.

Durante esta época parisina, el por aquel entonces desconocido escritor, publica numerosos relatos por las que será reconocido tiempo después. ‘‘In Our Time’’ (En Nuestro Tiempo), su primera colección de relatos cortos aparecerá en el año 1924;  treinta y dos páginas de viñetas publicadas por Three Mountains Press de París en una edición de ciento setenta ejemplares. En el mismo año publica también uno de sus cuentos más celebrados, ‘‘Indian Camp’’ (Campamento Indio), en la Transatlantic Review. En el mismo año que abandona París, en 1926, el joven se consolida como una figura pública de prestigio con la publicación de una de sus obras más aclamadas, ‘‘The Sun Also Rises’’ (Fiesta). El tan anhelado reconocimiento le transforma totalmente, Ernest abandona París, se casa con otra mujer y comienza una nueva etapa, la de hombre de acción y aventuras por la que tanto se le recuerda.

‘‘A Moveable Feast’’ es el relato de una de las etapas más felices vividas por el escritor, cuando aún no era más que un joven veterano desengañado de los valores que antes le habían llevado a la guerra. En sus recuerdos, el propio Hemingway puntualiza: “París no se acababa nunca, y el recuerdo de cada persona que ha vivido allí es distinto del recuerdo de cualquier otra. (…) París siempre valía la pena, y uno recibía siempre algo a trueque de lo que allí dejaba. Yo he hablado de París según era en los primeros tiempos, cuando éramos muy pobres y muy felices”.

 

One thought on “París no se acaba nunca

  • el 17 febrero, 2015 a las 10:46 am
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    En los primeros años posteriores a la Gran Guerra… los escritores eran todos o casi todos muy bohemios y pobres…
    Esos primeros años de la segunda década del siglo veinte… se salió de la guerra de trincheras muy decepcionados y escarmentados, pues,de los primeros meses de guerra y tanta ilusión por hacer el arte de matar, pasaron a una cosa cotidiana y sin ninguna justificación e incluso una aberración el matar por matar .

    Esos mismos escritores e intelectuales más tarde en los años cuarenta. Cuando hacían aquellas giras famosas por la Rusia de Stalin… nadie o casi nadie denunció al padrecito del pueblo ruso. Millones de personas muertas de frio, de hambre y de muerte por vil asesinato. Incluso llegó a no perdonar a su propio hijo por dejarse coger por los soldados del otro bando.

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