Federico Luppi en la piel de un general derrotado

Por Horacio Otheguy Riveira

En El reportaje, de Santiago Varela, una periodista española entrevista en la cárcel a un general envejecido, responsable de actos viles contra el mundo cultural de Buenos Aires bajo la dictadura 1976-1983. Un acontecimiento por pocos días: sólo hasta el 22 de febrero. (Ante el fallecimiento del gran actor el 20 de octubre de 2017, este recuerdo de su último paso por los escenarios de España)

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Lo interpreta Federico Luppi, en aquella época amenazado de muerte por interpretar historias que no gustaban a los militares.

Emocionante reencuentro entre la ficción y la realidad que de pronto advierte con una definitiva sentencia: Quien piense que el teatro es ficción está completamente loco.

Un acontecimiento único, excepcional, tantas muertes después —y «desapariciones», persecuciones, robos a manos llenas de altos militares, secuestros de niños nacidos en cautiverio, canalladas de tomo y lomo—, uno de los grandes actores argentinos —siempre comprometido ideológicamente— a los 78 años asume el papel de uno de aquellos represores, al fin en la cárcel.

Pero esta vez no se trata de un torturador, sino de un amante de los libros y del teatro desde niño, aficiones inculcadas por su propia familia, que se ocupa de hacer callar las voces disidentes de la mejor manera que sabe, porque no podíamos matarlos a todos, ¿sabe usted?

Es un anciano tierno, al que se le va la cabeza; ahora es un tipo inofensivo que duda, que sonríe recordando los viejos buenos tiempos en los que en el ejército se enseñaba a mirar y a ser mirado (la mirada y el poder siempre van juntos), un ex militar que se siente cómodo ante la atractiva periodista y se va relajando cada vez más, y lo que empieza negando acaba aceptando, confesando y lamentándose de su suerte perra:

Fue una noche perfecta. Frank Sinatra cantaba en Buenos Aires a lo grande y había invitado a la Junta Militar y allí estaba lo más granado de la sociedad en el Sheraton Hotel, todo el mundo atento a ese espectáculo, así que yo aproveché la distracción y quemé el Picadero, ese teatro donde se habían congregado los marxistas. Lo quemé. En silencio, sin víctimas, sin sangre. Un trabajo limpio. No maté a nadie. Sólo quemé libros y un teatro. Y ahora tengo que estar en una cárcel de mierda de una democracia de mierda.

Es este un trabajo testimonial con escaso despliegue teatral, no sólo por su intimismo sino por lo nimimalista del texto y la situación dramática expuesta.

Todo está en manos de un anciano que divaga y delira, se contradice, a ratos se confunde, se remonta a tiempos pretéritos para justificar la necesaria censura, y que, simplemente hablando y recordando, nada en aguas calmas, como a punto de ahogarse definitivamente, confiesa su fracaso ante aquella gente de teatro que se comprometió a trabajar obras cortas en el teatro Picadero (hoy renacido, hoy productor de este espectáculo) para iniciar el camino de la libertad de expresión en una sociedad amenazada de muerte. El general mandó quemar el teatro, pero otros teatros fueron solidarios y no pudo quemarlos todos.

El general derrotado expresa su abandono, no sin antes ejercer de implacable juez. A ratos da risa, aunque su discurso es trágico. De un modo o de otro Federico Luppi le infunde un calor humano conmovedor, gracias al cual podemos entender con mayor profundidad cómo alguien formado para la convivencia cultural en el seno de una familia burguesa liberal, amante de la cultura en todo su esplendor, es capaz de convertirse en un brazo de persecución y destrucción.

Así lo dijo en el tribunal en su momento, y así lo dice ahora recorriendo mundo: Sólo quemé libros y un teatro. No maté a nadie. Y tengo que estar en una celda de mierda, en una cárcel de mierda, en una democracia de mierda.

Pero también dice muchas otras cosas mientras va y viene por la habitación como si continuara siendo el general que fue, como si su voz en el reportaje tuviera alcance magistral, hasta pedir a la cámara primeros planos para pronunciar algunas sentencias, como esta tan significativa: Quien piense que el teatro es ficción está completamente loco.

El terror a la cultura teatral como expresión de libertad revolucionaria, aunque su voz parezca ínfima, ha tenido un gran poder destructivo en todos los países donde se abrió camino algún tipo de dictadura, incluso bajo apariencias democráticas (en el caso argentino hay muchos ejemplos: bajo el gobierno de Perón hubo muchas prohibiciones y se eliminó el muy popular monólogo de humor político en los teatros de revistas, reemplazado por el toque picante de los cómicos persiguiendo vedettes con poca ropa, o se prohibieron obras al día siguiente del estreno o se incendiaron grandes salas, como por ejemplo, un teatro donde se ensayaba Jesucristo Superstar, en esta ocasión resultado de la ofensa de sectores implicados en el fanatismo cristiano).

imagesEl reportaje

Autor: Santiago Varela

Dirección: Hugo Urquijo

Intérpretes: Federico Luppi, Susana Hornos, Juanjo Andreu

Producción general: Sebastián Blutrach

Producción: Teatro Picadero de Buenos Aires

Distribución en España: Producciones Teatrales Contemporáneas

Regidor gerente: Juanjo Andreu

Técnico de iluminación: Fernando Cabeo

Lugar: Teatros del Canal. Sala Negra

Fechas: Hasta el 22 de febrero de 2015

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