Jorge Wagensberg a propósito de «Algunos años después», su libro de memorias

«Nací en la madrugada del miércoles 2 de diciembre de 1948, en Barcelona, en una clínica donde confluyen en ángulo agudo las calles de Ganduxer y Modolell. El médico programó el nacimiento para no perderse el Rigoletto de Giuseppe Verdi que le tocaba aquella noche en el Gran Teatro del Liceo, así que fui recibido en este mundo por un señor que vestía de gala y lucía pajarita».

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Algunos años después, de Jorge Wagensberg.

Así comienza este libro de Jorge Wagensberg, las memorias de infancia de uno de los más prestigiosos intelectuales y divulgadores de la ciencia a nivel internacional. Físico, escritor, museólogo y profesor de la Universidad de Barcelona, entre 1991 y 2013 dirigió CosmoCaixa, el museo de la ciencia de Barcelona, convirtiéndolo en un punto de referencia mundial. Desde 1979 ha publicado trabajos de investigación en física, matemáticas, filosofía, biología y museología y desde 2004 ha impartido cursos de museología científica y ha concebido museos en España, Italia, Portugal, Brasil, China, Austria, Colombia, Uruguay, México, Rusia y EE.UU. Es autor de una veintena de libros.

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Algunos años después. Jorge Wagensberg. Now Books, 2015. 220 páginas. 17,90 €

Descendiente de una familia judía proveniente de Polonia, Wagensberg nació y se crió en la ciudad condal con sus padres. Los demás miembros de su familia perecieron durante la II Guerra Mundial en diversos campos de concentración. Con su llegada a Barcelona, los padres y abuelos se libraron del Holocausto pero sufrieron la Guerra Civil. Estas son unas memorias que recogen tanto divertidas anécdotas como sugerentes reflexiones. En ellas el autor narra su infancia en la España de posguerra, su contacto con la música y los deportes, sus años en activo y además, reflexiona sobre multitud de cuestiones con la lucidez que solo un gran intelectual posee… religión y ciencia, creencias y supersticiones, fanatismos, la creatividad frente a la mediocridad, el progreso moral… Historia, conocimiento y fino sentido del humor que estimulan el espíritu crítico.

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P.- Después de una carrera, como pensador y científico, tan prolífica, ¿por qué escribir ahora precisamente unas memorias de infancia?

La idea no ha sido mía sino del editor. Creo que de motu propio nunca me habría sentado para escribir sobre mi infancia. Pero ahora lo recomiendo como ejercicio. Se aprende mucho de uno mismo.

P.- Conforme iba usted escribiendo este libro, ¿no temió en ningún momento que los huecos de la memoria se los hubiese suavizado el tiempo?

Pues no. Contaba con ello y por eso hacía un esfuerzo muy especial para no añadir vinagre ni azúcar. Además, cuando tenía dudas, consultaba con mi cómplice de infancia. Esa especie de memoria externa ha sido mi hermano Mauricio solo un año más joven que yo.

P.- La invención por parte de su padre de aquella maleta de fibra, ¿qué supuso para usted? ¿Quizás el primer acicate de lo que vendría después?

Supuso sobre todo la adquisición de un hábito importante: el del trabajo bien hecho. También, la relevancia de estar siempre atento a nuevas ideas y nuevas soluciones y a la hipótesis de trabajo de que todo tiene siempre solución.

P.- Exento de las clases de religión en colegios laicos, ¿marcó esto mucho su forma de pensar y su evolución como persona? ¿La escuela no está para enseñar creencias?

Marcó mucho, pero de eso me doy cuenta ahora, hurgando en mi memoria y reflexionando para escribir el libro. En efecto, la escuela no está para enseñar creencias. Se puede, eso sí, claro, enseñar la historia de las creencias pero a esa edad tan temprana no debe nunca inyectarse ningún conocimiento que la realidad no pueda desmentir. Al contrario hay que estimular el sentido crítico y huir de todo aquello que está blindado contra la crítica (o sea cualquier creencia). Nunca deben embutirse creencias en un cerebro en formación porque con el tiempo el propietario dará por naturales, incluso por sobrenaturales, cosas que, siendo culturales, son también criticables y superables.

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Jorge Wagensberg.

P.- Alicia ha estado ahí desde la niñez. También habla de ella en el libro. ¿Ha sido quizás la mujer más importante de su vida?

Sin duda. Hoy ya no somos pareja pero sí vecinos y muy buenos amigos. Ambos formamos parte de nuestras respectivas infancias, adolescencias y edad adulta.

P.- Aunque siempre con humor aprovecha para hacer una revisión crítica de muchos puntos. ¿Buscar la creatividad y evitar la mediocridad se convierte para usted en algo clave?

Desde luego, porque la línea roja que separa la mediocridad marca la diferencia entre un colectivo que funciona y otro que ya se ha arruinado, ya sea tal colectivo, una familia, un club, una ciudad o un país entero.

P.- Usando sus propias palabras: todo lo que empieza acaba o se transforma. ¿Qué balance podría contarnos de su trabajo en CosmoCaixa?

El balance es positivo, muy positivo. Creo que CosmoCaixa significa toda una revolución en la museografía científica moderna. También ha marcado el norte para museos de otros contenidos. Los museos de ciencia pasaron de tener solo objetos a tener solo experimentos, cuando la realidad, que es lo que queremos comprender, está compuesta de ambas cosas. CosmoCaixa, y lo que nos gusta nombrar como la Museología Total, combina objetos, fenómenos ¡y metáforas! Con este lenguaje genuinamente museográfico se puede explicar cualquier historia, incluso historia de realidades que son invisibles por demasiado pequeñas (átomos), demasiado lejanas (galaxias), demasiado transparentes (el aire), demasiado opacas (el cuerpo humano), demasiado lentas (el crecimiento de una planta) o demasiado rápidas como una pompa de jabón estallando. El vicio de la museografía actual es secuestrar lenguajes de otros dominios, sobre todo audiovisuales. Una pantalla puede sustituir un texto pero cuando reemplaza a la realidad entonces equivale, por lo menos para mí, a una declaración clara de incompetencia museográfica.

P.- ¿Hay alguna anécdota de su infancia que haya recordado después de publicar el libro y que le hubiese gustado contar en él?

Seguro que hay muchas, pero eso no me atormenta. Nada me impide seguir escribiendo si hay algo que vale la pena contar.

P.- ¿Qué ha heredado usted en mayor proporción: el sentido de humor crítico de su madre o la bondad inteligente e ingeniosa de su padre?

No soy el más indicado para opinar sobre eso, pero yo me reconozco mucho en ambos. Los reivindico a ambos. Creo que la bondad, la digamos bondad buena de verdad, es inseparable de la inteligencia.

P.- Si tuviese la capacidad de retroceder en el tiempo, ¿a cual de aquellos veranos volvería sin dudarlo?

A los veranos pasados en Begues, cuando tenía entre cuatro y doce años. Los recuerdo como de una libertad furiosa. Nos perdíamos por la naturaleza ante la desesperación de nuestra madre. Aquellos calores, aquellas tormentas, aquellas cabañas que construíamos en los árboles y donde guardábamos nuestros tesoros…

P.- Una vez instalado en el campo de la física y de la investigación, podrían plantearse muchas cuestiones. A mí me surge una que considero clave: ¿existe una única verdad científica?

La verdad científica se escribe con v minúscula. No hay verdad científica blindada contra la realidad. Una nueva observación puede introducir una contradicción y ésta a su vez puede ser suficiente para cambiar la verdad vigente. La historia de la ciencia está repleta de ejemplos. El detalle más modesto de la realidad puede acabar para siempre con una verdad científica de siglos. El error no es algo de lo que el científico deba avergonzarse, al contrario, es de lo que más se aprende.

P.- ¿Cómo ve la educación hoy día? ¿Qué cambiaría del actual sistema de estudios?

Ya sé que todo el mundo quiere siempre cambiar el sistema educativo. Pues bien, no soy una excepción. Todo proceso cognitivo tiene tres fases: el estímulo, la conversación y la comprensión. En mi opinión todos los sistemas educativos que he vivido, tanto los escolares como los universitarios, adolecen justamente de estas tres cosas: 1) no se sale lo bastante del aula para bucear en la realidad que es donde están los mejores estímulos, 2) El discurso es abusivamente del profesor hacia el alumno y eso no es conversar y 3) los alumnos más que aprender a comprender tienden a aprender a confesar que han comprendido para evitar la bronca (en los exámenes sobre todo). En pocas palabras, el sistema educativo no busca el gozo intelectual del ciudadano, más bien lo evita.

P.- ¿Tiene ya algún nuevo proyecto narrativo entre manos?

Sí hace meses que ronda uno. Todavía está en fase de reflexión. Cuando esté entre manos querrá decir que ya estoy escribiendo.

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Por Benito Garrido (@benitogarridog).

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