«Trilogía de la ceguera»: audaz recreación de un mundo desconocido

Por Horacio Otheguy Riveira

 Tres obras breves de un maestro del simbolismo muy olvidado, el belga Maurice Maeterlinck, otra producción que agradecer a la pujante labor del Centro Dramático Nacional. Tres obras fundamentales de la historia del teatro; la tercera a oscuras. Un acontecimiento inolvidable.

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«La intrusa»: sensibilidad a flor de piel de la ciega y los niños, frivolidad de los adultos…

 

 Un espectáculo complejo, de gran audacia escénica llevado a cabo por un grupo muy profesional, logrando un trabajo de equipo muy sólido cuyas voces y movimientos auspician un encuentro poco habitual con el arte poético del teatro de finales del siglo XIX: la vanguardia de entonces es hoy, desde la perspectiva de estas puestas en escena, una renovación espléndida a través de la voz de un maestro de lo inasible, del misterio de emociones que los seres humanos en sociedad escondemos.

Miedos, renuncias, placeres… y esa mortandad de la que no se habla más que cuando ya no hay remedio, para volver a callar lo antes posible.

Cada pieza teatral con un director, y por todas partes el estremecedor, emotivo, a veces terrorífico encuentro con la ceguera por parte de intérpretes con gran versatilidad, capaces de cautivar a un público sorprendido ante la novedad de un teatro que combina elementos escritos a finales del XIX y revisitados aquí por la dinámica de artistas necesitados de expresar lo que no se dice: de alcanzar el acantilado por donde se desprenden los temores más ocultos, desde una perspectiva mágica, a ratos con chispazos de extraño humor, y en cualquier caso liberando el armónico discurrir de la vida y la muerte como dos hermanas: la que da a luz y la que cierra el ciclo.

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«Interior»: la vida y la muerte encuentran un sorprendente lenguaje común.

Cada obra tiene la precisión de los estímulos originales. Fueron escritas en un contexto en que Maurice Maeterlinck (Bélgica, 1862-Francia, 1949 —Premio Nobel 1911—) compartía inquietudes con valiosos poetas y dramaturgos franceses, hartos de los dos ismos más trajinados en los escenarios: realismo y naturalismo. Y fueron a por todas, aunque escaso era el público que les seguía al comienzo, pero no tardaron en encontrar espectadores ávidos de un cambio, con una entusiasta necesidad de presenciar las zonas oscuras de su propia personalidad, más allá de los tópicos en los que personajes generalmente burgueses hablaban de sus conflictos cotidianos.

El teatro de Maeterlinck (contemporáneo August Strindberg y Henrik Ibsen) proponía una ruptura con lo tangible de la vida, un teatro que creó una nueva corriente: la del simbolismo, porque abundaba en misterios lindantes con la naturaleza, la poesía, el ocultismo… y el miedo de los seres humanos a profundizar en sus temores, y a compartir el silencio:

La verdadera vida, la que realmente deja huella, no se vive salvo en el silencio. Si descendéis un segundo a vuestra alma, y pensáis en alguien a quien amasteis profundamente, lo que recordareis no serán las palabras que dijo ni los gestos que hizo, sino los silencios que habéis vivido juntos…

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«Interior»: una dimensión en la que cuerpo y palabra avanzan por sentimientos opuestos hasta lograr un encuentro inesperado.

Es este un espectáculo para disfrutar con mucha calma, renunciando a lo que estamos acostumbrados. Imprescindible entrega a un mundo desconocido del que no se saldrá defraudado. Formidable gente de teatro hace causa común aunando talentos diversos para ofrecer tres obras con una propuesta de puesta en escena diferente en cada caso. Duración total: dos horas sin descanso.

La intrusa (1890). En un comienzo todo tiene el aspecto de una típica obra realista en la que un grupo familiar está expectante ante la enfermedad de un miembro, con un retrasado, una pareja sexualmente muy excitada… y dos niñas que comunican con la ansiedad, la angustia de la abuela ciega, una mujer que está convencida de que hay alguien más entre ellos… Luego se sabrá que tenía razón, «La intrusa» confirmará que las burlas de los familiares no tenían razón de ser…

Interior (1894). Una función con alto suspense un crecimiento dramático paulatinamente creciente: dos desconocidos se acercan a una casa para anunciar la muerte de una muchacha en el río. Sin embargo, al mirar por la ventana descubren que están festejando, felices por completo, ajenos al drama que vivirán una vez informados de lo que ha sucedido. Entonces quedan paralizados. Momentáneamente paralizados…

Los ciegos (1890). Un grupo de ciegos se ha quedado perdido en una isla, en una situación límite, ya que su guía no da señales hasta que descubren que su angustia por encontrar un camino de retorno no tiene sentido… Esta obra ha sido escrita para una representación con todos los personajes a la vista del público, pero en este caso Raúl Fuertes ha recreado el texto y dirigido el conjunto de personajes con una innovación muy acertada y muy bien resuelta: el escenario a oscuras durante 40 minutos en los que los ciegos viven el conflicto de su abandono. Los 9 actores están allí viviendo a tope la representación, y si cerramos los ojos podemos imaginar sus movimientos, colores y gestos… pero no vemos nada nunca. Hasta que toda la compañía sale a recibir los merecidos aplausos.

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Maurice Maeterlinck (1862-1949)

Trilogía de la ceguera

Autor: Maurice Maeterlinck

Traducción: Ana Rodríguez

La intrusa. Versión y dirección: Vanessa Martínez

Interior. Versión y dirección: Antonio C. Guijosa

Los ciegos. Dirección y dramaturgia: Raúl Fuertes

Ayudante de dirección: Fran Guinot

Intérpretes: Lucía Barrado, Quique Fernández, Lucía Fuengallego, Pablo Huetos, José Vicente Moirón, Celia Nadal, Verónica Ronda, Pedro Santos, Carlos Silveira, Gemma Solé

Escenografía: Mónica Teijeiro

Vestuario: Ana López Cobos

Iluminacion: Daniel Checa

Sonido: Mariano García

Música: Daniel Centeno

Lugar: Teatro Valle Inclán. Sala Francisco Nieva

Fechas: Del 22 de abril al 24 de mayo de 2015

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