Los libros de la isla desierta: Desgracia

Por Óscar Hernández Campano

 

Desgracia.

J.M. Coetzee (Ed. DeBolsillo)

desgraciaSiempre he tenido bastante claro que los premios Nobel no se los dan a cualquiera. Para muestra, esta joya de la literatura titulada “Desgracia”. J.M. Coetzee recibió el premio Booker en 1999 por esta obra. Cuatro años después, entró en el Olimpo de la Literatura.

Uno empieza a leer este libro y siente escalofríos. El tiempo verbal, en presente, se clava en las sienes y atrapa al lector, que ve, oye, siente y sufre con los protagonistas. Sufre con todos los personajes, con los animales ajenos a la desgracia que los aguarda, con una sociedad enferma, siniestra, salvaje, que fagocita lo que nos hace humanos.

El profesor David Lurie, un divorciado maduro, satisface sus necesidades sexuales con una profesional a quien estima pero que desaparecerá de su vida repentinamente. Después, vive un extraño affaire con una de sus alumnas. Esta aventura tendrá consecuencias vitales en la trayectoria del profesor. Para alejarse de todo visitará a su hija Lucy, una mujer que huye, que se esconde, que cuida de una pequeña granja y de perros callejeros mientras la desgracia urde a su alrededor un destino cruel.

Un ataque, un robo, una violación. El profesor Lurie, especialista en la poesía de Lord Byron, investigador y compositor de una ópera basada en la relación entre el poeta y la dulce Teresa, tiene que encarar una realidad dura, áspera, cruel hasta el delirio.

La vida en las zonas rurales de la Sudáfrica post Apartheid, la convivencia -por decir algo- entre culturas, la realidad de los odios ancestrales, el choque de culturas y tradiciones… Y el profesor tratando de hacerle entrar en razón a su hija. En su razón. Mientras ella vive, participa de otra razón, de otra realidad.

David Lurie es un jarrón chino, una preciosa porcelana delicada, llena de sutilezas, de detalles, de lírica, de buen gusto. Es un hombre que ama a las mujeres, que se enamora de una prostituta o de su joven y perdida alumna. Que sin quererlo, despierta a la misericordia, al afecto hacia los animales. Que sufre por su hija, que se esfuerza en alejarla de lo que él considera un lugar peligroso. Sin embargo, ese jarrón se rompe, se descascarilla, se ensucia. Todo lo que significaba su vida, va siendo embrutecido por la desgracia, por múltiples desgracias incontrolables. Porque la poesía, la ópera, la lírica, bellezas etéreas, no caben en un mundo donde la muerte, la violencia, el dolor o la tristeza son los versos y la melodía de cada día.

El profesor Lurie no comprende. Su hija, Petrus, Bev, su ex esposa; todos tratan de enseñarle. A él, a un profesor universitario. Y aprenderá. De improviso, la verdad, esa verdad que le ha tocado vivir, se abrirá paso en su intelecto como una melodía suave, como un verso delicado, dominando, poco a poco, toda su mente.

Interiorizará la desgracia. La entenderá como algo natural. O quizá sólo se resigne. Eso lo tienen que decidir los lectores.

No es una novela fácil, ni típica, ni con desenlace al uso. Es una novela que atrapa, que influye, que desgarra, que entristece, que remueve lo que sea que tenemos por dentro y que se despierta cuando leemos un texto fuerte, cruel y hermoso al mismo tiempo.

Es uno de esos libros que dejan su poso en la memoria, porque nos hieren como las rosas, que nos regalan su perfume mientras nos desgarran la piel.

Un libro así tiene que acompañarnos a la isla desierta.

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