‘Canción de amor para un monstruo’, de Fernando Ugeda

JOSÉ LUIS MUÑOZ.

Tercera novela del alicantino Fernando Ugeda (Villena, 1971) tras La alternativa del escorpión, un policial victoriano que obtuvo el premio de novela Ciudad de Badajoz, y Carta desde el acantilado que lo revalida como narrador de raza (en Breve tratado de lo efímero reunía buena parte de sus relatos premiados, y son muchos  porque ha sido galardonado en más de ochenta certámenes literarios, y ha participado, además, en las antologías Juramento negro, El origen del mundo y M.M.)

Ugeda ambienta Canción de amor para un monstruo en el Madrid de finales de los ochenta, una etapa marcada por una anemia económica que, junto a otros factores de un índole político, estuvo a punto de apagar la mayoría de luces el 23 de febrero de 1981, cuando la sombra de un pasado rancio se deslizó por el cutis de una España todavía aquejada de cuantiosos males y numerosos miedos, una ciudad inhóspita que sufre una ola de calor terrible —A mediodía, sin grandes hazañas, y el asfalto había alcanzado la temperatura óptima para freír huevos. Horas después el pavimento aprovechaba la caída de la tarde para vomitar el calor ingerido y lo hacía a través de una vaharada asfixiante que solía sitiar la ciudad hasta avanzada la madrugada.—. Berta Galbis, una joven que pertenece a una familia burguesa que siempre ha soñado con ser inspectora de policía, y Amancio Serrano, un policía a la antigua usanza que añora los viejos tiempos, cuando la placa de policía me otorgaba autoridad moral y me hacía sentirme como un Ranger de Texas en un western de John Ford, caracteres más que apuestos, antagónicos— Los hombres somos más básicos: nos sobra con follar de vez en cuando y tener cerveza fría en la nevera. —son asignados por el comisario Abellán para dar caza a un asesino metódico e inteligente, el tercer protagonista de la historia, que disfruta en el desempeño de sus funciones: En ningún momento el joven apartó la vista de los ojos vidriosos de su víctima, dos ascuas estremecidas a punto de apagarse. Quería observar con detenimiento el instante exacto en que a Isabel la abandonaba la vida, recrearse en el tránsito, paladear su último suspiro.

Mantiene la novela de Fernando Ugeda tanto el ritmo como el interés, describe con precisión ambientes— El local se encontraba abarrotado de proletarios en estado de reposo, volatineros que hacían equilibrios sobre el alambre con tal de subir jadeantes al repecho de fin de mes. — y personajes— Y eso que Marisela todavía era una mujer de bandera, de esas que con su sola desnudez son capaces de convertir un espárrago en un madero. — y hasta elucubra sobre la creación literaria: No obstante, a pesar de tener el privilegio de poder alumbrar mundos idílicos, los autores se pirran por generar conflictos entre sus personajes. En un momento de la novela, el asesino, ese tercer protagonista de la misma, insta al policía: … y no olvides tildarme de amoral y hacer hincapié en que no distingo el bien del mal… Me presentarás ante el tribunal como la única y verdadera víctima de esta historia.

En ocasiones las novelas de género, y estamos ante una novela policial, descuidan su aspecto formal. No es el caso de Fernando Ugeda que construye una novela tan inteligente como exigente en su plano literario: ¿A qué cielo van los artistas fracasados? ¿En qué burdel del más allá tocarán esta noche los músicos olvidados? ¿Qué dama de guadaña y desesperanza prestará sus besos a los poetas exiliados? ¿Cual será el dúctil pincel que inmortalizará en el lienzo de la historia a los pintores marginados?

En Canción de amor para un monstruo Fernando Ugeda diluye la fina línea entre el bien y el mal, arma una trama adictiva, construye sólidamente la psicología de sus personajes, incluido ese monstruo que parece hijo de Thomas de Quincey, y envuelve el producto con buena literatura. ¿Se puede pedir más?

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