En trineo y a caballo hacia los leprosos abandonados, de Siberia-Kate Marsden

Por Marta Marne de Leer sin prisa. @Atram_sinprisa

leprososKate Marsden nació en 1859 en Londres con vocación de enfermera. Ya con 16 años comenzó a trabajar como tal en el hospital de la ciudad que la vio nacer. Con 18 años fue enviada a Bulgaria para atender a los soldados rusos heridos en la guerra entre Rusia y Turquía en 1877, una corta edad para el tipo de cosas de debió ver y vivir allí. En un viaje posterior a Nueva Zelanda se despertó su interés por la lepra. Había oído acerca de las lamentables condiciones de los leprosos en Siberia y se ofreció como voluntaria para emprender un viaje que ayudase a mejorar las condiciones de los enfermos de esta «muerte en vida», como era conocida la enfermedad.

De este modo, en 1890 emprende un viaje de  más de doce meses, que ya de antemano se preveía duro y difícil. No solo por las distancias que iba a recorrer, y por lo escarpado del territorio, sino especialmente por las extremas temperaturas de frío y de calor que se iba a encontrar y por la falta de medios de transporte que pudiesen acercarla a los lugares que quería acceder.

En aquellos años, cuando a alguien le diagnosticaban de lepra en Rusia, el condenado a muerte era desterrado a los bosques del país, lugar al que debía acudir caminando a decenas de millas sin apenas ropa ni comida. Eran obligados a vivir en yurtas, un tipo de tienda de campaña utilizada por los pueblos nómadas de la zona, pero en condiciones completamente insalubres: gentes hacinadas, sin camas donde dormir, sin agua limpia ni comida, teniendo que alimentarse en ocasiones de pescado podrido, y conviviendo en ocasiones durante días von los cadáveres de los fallecidos.

Podríamos pensar que al tratarse de un desahuciado, que qué importancia puede tener. Bueno, para empezar estamos hablando de seres humanos. En segundo lugar, en muchos casos las parejas e hijos de los enfermos preferían compartir esa forma de vida con sus familiares antes que dejarle solo en un lugar así, con lo que terminaban contrayendo la enfermedad también ellos en muchas ocasiones. Y en tercer lugar, también eran muchos los que eran desterrados a esta forma de vida por culpa de un diagnóstico erróneo.

Kate Marsden en esta novela nos cuenta todas estas cosas y muchas más. Especialmente el penoso viaje al que voluntariamente se sometió, agotándola hasta el extremo de enfermar en más de una ocasión y de dos. Leeremos las descripciones de los extraños tipos de transporte que uso, las capas y capas de ropa que utilizó y cómo ni aún así consiguió que su ánimo decayese. Lo más grande que Kate Marsden les proporcionó a los leprosos fue esperanza, la ilusión de ver que había al menos una persona que se preocupaba por sus condiciones, que se molestaba en proporcionarles unas condiciones de vida dignas para una persona, un entorno en el que esa «muerte en vida» fuese un poco menos dolorosa para ellos.

Estamos acostumbrados a narraciones de viajes extraordinarios llevados a cabo por hombres, pero está claro que las mujeres también tuvimos un hueco en ese tipo de viajes, aunque no sean tan conocidos como fueron las expediciones al Polo Sur de Scott o Amundsen.

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